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16 octubre 2018 • La buena música, no solo la clásica, sino también la música folclórica de los pueblos, es un tesoro cultural que debemos saber apreciar y proteger • Fuente: In novissimis diebus

Christopher Fleming

La Anti-Música

Los monasterios benedictinos son la cuna de la civilización occidental y donde nació la música clásica

Vivimos en una época paradójica. Por un lado, muchos siguen apreciando la belleza; pero por otro lado, el mundo moderno parece incapaz de producir belleza. A pesar de los estragos causados por la música Pop, las salas de conciertos se siguen llenando cada vez que se interpreta el Requiem de Mozart; todos los días hay cola para entrar a las grandes pinacotecas del mundo, donde se exhiben las obras maestras de las bellas artes, como El Prado de Madrid, The National Gallery de Londres, el Louvre de París, etc.; siempre hay miles de turistas deambulando por Venecia, rindiendo homenaje a la ciudad más bella del mundo. Sin embargo, la música, las obras de arte, y los edificios de cualquier tipo que se crean hoy en día son casi todas inconmensurablemente feas. Además, ni siquiera gustan al público. No hay más que acudir a un concierto de música clásica de «vanguardia» o darse un paseo por un museo de «arte moderno»; por mucha publicidad y apoyo institucional que se den, no van más que cuatro gatos.

¿Cómo es posible que haya tal abismo entre lo que se crea y los gustos reales de la gente? Como músico y profesor de conservatorio, puedo hablar con conocimiento sobre lo que ocurre en el mundo de la música. Dentro de la música clásica, o como se denomina a veces, la «música culta», existen dos tipos de compositores: primero, están los compositores que componen para su disfrute y para el disfrute de su público. Lo podrán hacer con más o menos acierto, con mejor o peor gusto, pero lo cierto es que intentan crear música que guste. Dicho de otra manera, sus composiciones aspiran a ser bellas en algún sentido. Luego están los compositores que les importa un rábano si su música gusta a alguien; normalmente ni siquiera les gusta a ellos mismos. Lo que les motiva no es buscar belleza en sus composiciones, sino estar a la última, seguir las tendencias más vanguardistas. Tienen una idea en su cabeza y la siguen, sin importarles el resultado sonoro de su música.

Para entender cómo se abrió esta brecha entre el compositor y el público tenemos que remontar hasta Arnold Schoenberg, que en los años ´20 del siglo pasado inventó un nuevo método para componer, el dodecafonismo. Según este sistema, todos los doce tonos de las escala tienen absoluta igualdad, lo contrario del sistema tonal tradicional en Occidente. El dodecafonismo funciona siguiendo un orden predeterminado de los doce tonos, llamado serie, a la que se somete a operaciones cuasi matemáticas. Schoenberg fue un gran compositor y algunas obras de su primera etapa expresionista merecen la pena; el problema es que abrió la caja de Pandora, y a partir de él la música culta entró en una espiral decadente de locura. Al anteponer un sistema, una idea, a lo que nuestro oído percibe y lo que nuestra inteligencia es capaz de entender, Schoenberg creó la corriente de la anti-música, que a parte de ser fea, se regodea en la fealdad. Si no me cree el lector, que escuche por sí mismo este cuarteto de Anton Webern, discípulo de Schoenberg.

Los compositores que dominaron la escena musical de los años ´50 y ´60 no hicieron más que ahondar en el abismo que Schoenberg había abierto, y muchos aún no han salido de allí. Igual que en las artes plásticas, los compositores buscaban la manera de sorprender por encima de todo. Ya no era necesario tener ni las mínimas nociones de solfeo para ser un compositor famoso. Un ejemplo es el arquitecto, Iannis Xenakis, que «compuso» sus obras experimentales con ordenadores, usando fórmulas matemáticas. Fue la época del compositor-farsante, cuya única regla era que no había reglas. Igual que en las artes plásticas, la música se vio reducida a la ideadel creador. Una de las figuras más renombradas fue Karlheinz Stockhausen, que, entre otras genialidades, compuso una pieza para cuarteto de cuerda y cuatro helicópteros. A nadie le importa como suena la obra; a nadie le parece bella. Lo único importante es que tuvo una idea original e hizo algo que a nadie se le había ocurrido antes; por esta razón alcanzó la fama y está en los libros de historia de la música.

Creo que los compositores que eligen el camino de vanguardia, de la anti-música, lo hacen por una de tres razones: 1. son personas que carecen del talento necesario para crear música que alguien quiera escuchar; 2. son demasiado perezosas para afrontar el trabajo arduo de la composición y prefieren el atajo de la música conceptual; 3. son una combinación de ambas cosas. Es realmente asombroso como hoy en día cualquier cosa se puede convertir en una obra de arte; basta que los compositores de vanguardia den explicaciones llenas de palabras altisonantes, que ilustren en una pizarra las fórmulas matemáticas que han utilizado, para que unos ruidos insoportables se consideren la música más sublime. He estado en conferencias de renombrados compositores cuya música no tiene mayor interés que el ruido de un taladro. O son charlatanes de la peor calaña o son locos que han perdido por completo su conexión con la realidad. Creo que algunos empiezan siendo lo primero, para acabar siendo lo segundo.

Lo realmente extraordinario es que, a pesar del NULO interés del gran público por las elucubraciones experimentales de la anti-música, las instituciones la siguen apoyando. Constantemente se están organizan (y subvencionando) festivales de música contemporánea, para que las salas vacías escuchen los ruidos infernales que la élite llama música. Los compositores que obtienen becas, que consiguen cátedras en las universidades y conservatorios, cuyas obras se estrenan con orquestas mantenidas con dinero público, suelen ser de la corriente anti-musical. He comprobado como un concierto que incluye una obra «contemporánea» suele recibir LA MITAD de público que cabría esperar si fuera todo música de verdad. La anti-música sólo se mantiene a base de subvenciones, un poco como el cine español de la época socialista, que año tras año se proyectaba en salas vacías, con pérdidas millonarias, pagadas con el erario público. Si a las autoridades les importa tan poco la afluencia de público y la rentabilidad; si se empeñan tanto en obligarnos a soportar la anti-música, debe ser que su apoyo a esta corriente obedece a una agenda. Debe ser que hay una conspiración para destruir el sentido estético de la gente. Debe ser que se está librando una guerra contra la belleza.

Reflexionando sobre la anti-música, me parece interesante la relación entre lo que ocurría en el mundo durante el siglo XX y la guerra contra la música. El teórico más influyente de la vanguardia musical de la posguerra, Theodor Adorno, un judío ateo, vinculó expresamente la «nueva música» con sus convicciones comunistas. Él mismo estableció un paralelismo entre la destrucción del sistema tonal tradicional de la música y el derribo de las costumbres morales y estructuras sociales de la burguesía. Aparte de ser un crítico musical importante, Adorno fue uno de las principales figuras en la creación de la Escuela de Fancfort, la escuela de estudios sociológicos y filosóficos de inspiración marxista, que tanto ha influido en la destrucción de la cultura Occidental. Una disquisición sobre la Escuela de Francfort excede el ámbito de este artículo, pero basta decir que en los últimos 60 años sus objetivos subversivos se han visto cumplido casi a la letra.

Podemos ir más allá en el paralelismo entre la desintegración deliberada de la tonalidad, que ha constituido la base de la música occidental desde la Edad Media, y la lucha de la Revolución contra la Tradición Católica. La música occidental, desde el canto litúrgico de los monjes del siglo VI, que luego tomaría el nombre de canto gregoriano por el Papa San Gregorio Magno, siempre se ha clasificado en modos o tonalidades. Esto significa que según qué pieza, hay notas de la escala que son más importantes que otras. Las reglas de la armonía y el contrapunto tardaron siglos en codificarse, siempre en base de un desarrollo orgánico del lenguaje musical. Los estilos y los géneros musicales evolucionaron como las demás artes; de acuerdo a cambios culturales y sociales, gracias a inventos técnicos, y en función de los gustos estéticos de cada época. No fue hasta el siglo XX que se pretendió destruir los cimientos de la tonalidad y reemplazarla con un lenguaje nuevo y totalmente artificial. La jerarquía natural entre las notas de la escala se sustituyó por un igualitarismo anti-natural. Se rechazó la herencia musical del pasado, fruto de siglos de crecimiento orgánico, y en su lugar se erigió una creación instantánea, que por definición es incapaz de conectar estéticamente con los oyentes. La imposición de la Nueva Misa por el Papa Pablo VI fue fruto de una mentalidad anti-tradicional muy parecida.

Los revolucionarios de hoy en día abominan de la herencia de la Cristiandad, por lo que insisten tanto en el laicismo del Estado. Quieren sustituir el cristianismo, el responsable de la construcción de Occidente, por el indiferentismo religioso, la nada. Para lograr este fin, pusieron en marcha hace tiempo una campaña de propaganda anti-cristiano, desde el evolucionismo en las escuelas, hasta las series de televisión que se mofan de la religión católica. De la misma manera que la música de vanguardia ha vaciado las salas de concierto, el ataque constante contra el cristianismo ha vaciado las iglesias. El problema que muchos laicistas quizás no se han planteado aún es qué hacer frente a las amenazas externas, una vez que han destrozado el motor de su propia civilización y han convertido a sus ciudadanos en borregos hedonistas. Cuanto Occidente necesite soldados que defiendan sus fronteras y sus ciudades, no los encontrará. Si a principios del siglo XX la élite del mundo musical no le hubiera dado la espalda al gran público, dedicándose a escribir música horrible que nadie quería escuchar, se hubiera podido paliar los efectos devastadores del Rock & Roll en los años ´50. El problema es que previamente se había dado una deserción en masa; la gente ya se había desconectado de la música clásica.

Es interesante notar que en países de Europa del Este, que al otro lado de la Cortina de Hierro estuvieron protegidos de la influencia nociva del Rock & Roll, el aprecio por la buena música (entre la que incluyo la música folclórica tradicional) sigue intacto. El comunismo, a pesar de todos sus crímenes, hizo algo bien; promovió la buena música y mantuvo a sus ciudadanos a salvo de la degeneración moral que trajo la cultura Pop en Occidente. Además, la anti-música, que en Occidente hizo tantos destrozos en el ámbito de la música culta, fue prohibida por las autoridades soviéticas, porque la consideraban una «música decadente», sin interés para el pueblo, y en eso tenían toda la razón. Durante los años de la Unión Soviética, si los EEUU superaron a su gran rival en cuestiones tecnológicas y deportivas, los pianistas y violinistas del Bloque del Este mostraron una superioridad realmente humillante. Tras la caída del comunismo, sí hubo un influjo de influencias occidentales en Europa del Este, pero el impacto negativo fue mucho menor de lo que cabía esperar, y ahora estamos asistiendo a un auténtico renacimiento espiritual y cultural en dichos países. Por ejemplo, hoy en día los rusos sienten un amor patriótico desbordante por la música de Tchaikovsky, sus orquestas y sus conservatorios siguen estando entre los mejores del mundo, y los músicos gozan de un estatus que es impensable aquí en España. En Rusia, no sólo se han abierto unas 30.000 iglesias desde la caída del comunismo hace 30 años (que equivale a TRES nuevas iglesias al día); también se construyen teatros y auditorios por todo el país, ya que la demanda por la música clásica no para de crecer.

El antídoto para la anti-música es la buena música, que surgió gracias a siglos de evolución orgánica, a partir de la música litúrgica de la Iglesia Católica. La tradición clásica, con grandes compositores como Bach, Mozart y Beethoven, es directamente opuesta a lo que muchos en el mundo académico llaman música hoy en día. La primera es tradicional, la segunda es anti-tradicional. En la guerra contra la Revolución es importante no olvidar la cultura. En el bando contrarrevolucionario, no sólo luchamos por defender el dogma y la moral de la Iglesia, sino por preservar la herencia cultural de Occidente en todas sus manifestaciones artísticas. La buena música, no solo la clásica, sino también la música folclórica de los pueblos, es un tesoro cultural que debemos saber apreciar y proteger.