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31 diciembre 2020 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Octava de la Natividad del Señor: 1-enero-2021

Epístola (Tit 2, 11-15)

Pues se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo, el cual se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad, dedicado enteramente a las buenas obras. De esto es de lo que has de hablar. Exhorta y reprende con toda autoridad

Evangelio (Lc 2, 21)

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción

Reflexión

En este 1 de enero termina la Octava de Navidad. En el espíritu de la Liturgia de la Iglesia las grandes solemnidades no duran solamente el día que se celebran sino que se prolongan durante los ocho días sucesivos para seguir considerando ese misterio en su profundidad.

Además, este día está consagrado de una manera especial a la Santísima Virgen como Madre de Dios y se nos recuerda su función en la obra de la Salvación, tanto en relación con Cristo, que por medio de Ella ha recibido la naturaleza humana, como con los miembros de su Cuerpo Místico que es la Iglesia. En este tiempo de Navidad pensamos particularmente en su intervención en el misterio de la Encarnación y en el de la vida oculta:

El misterio de la encarnación del Verbo. «Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Ga 4, 4). En cuanto a las expresiones «nacido de mujer» y «nacido bajo la Ley», son dos pinceladas con que el Apóstol nos presenta la inmensa humillación de Jesucristo, Hijo de Dios, que se hace hombre, al nacer miembro del pueblo hebreo, que estaba sujeto a la Ley del Antiguo Testamento.

Así, hemos escuchado en el Evangelio (Lc 2, 21) cómo al octavo día de su nacimiento Jesús se sometió al rito de la circuncisión, prescrito para Abrahán y su descendencia, y fue en esa ocasión cuando se le impuso el nombre de Jesús, que quiere decir Salvador, como había revelado el Ángel antes de su concepción a la Virgen María y a san José.

La Circuncisión del Señor es señal de su inserción en la descendencia de Abraham, en cumplimiento de las promesas hechas durante el Antiguo Testamento, y de su sometimiento a la Ley. Al igual que el tiempo que vivió bajo la autoridad de su padre legal, san José y de su madre la Virgen María (cfr. Lc 2, 51), todos los misterios de la vida oculta de Jesús forman parte de esa realidad de la encarnación que expresa san Pablo al decir que: «se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 7-8).

El misterio de la vida oculta. La Virgen María recibió las primicias del Evangelio en la infancia de Jesús. El evangelista san Lucas destaca como la Virgen María conservaba en su corazón todas las cosas que le ocurrían, meditándolas y observando admirada el modo como Dios iba preparando y realizando la obra de su Hijo, el Mesías (cfr. Lc 2, 19. 51).

En la casa de Nazaret, viviendo unida a su Hijo, alabó a Dios con su vida, lo glorificó con su trabajo y alentó los comienzos de la Iglesia, el reino de Dios, que está ya presente y actúa en la Sagrada Familia, y que silenciosamente se va edificando en la tierra.

Por eso la Virgen nos ofrece un luminoso ejemplo de vida a los miembros de la Iglesia a quienes se nos invita a llevar una vida «con Cristo escondida en Dios» (Col 3, 3). Desde su bautismo, el cristiano participa de la vida gloriosa de Jesucristo resucitado. Por eso, Cristo debe llenar todos los horizontes de su vida. El deseo de vivir con Cristo proporciona una nueva perspectiva a la existencia en este mundo. «La vida de la gracia está escondida en el fondo del alma: así como nuestros ojos mortales no perciben a Cristo en el seno del Padre, nada tampoco manifiesta exteriormente nuestra unión a Cristo y a su Padre. Pero el día en que Cristo vendrá a inaugurar la fase definitiva de su reino, la gracia florecerá en gloria y nosotros seremos asociados a su triunfo» (PIROT). Es esta esperanza del cielo la que debe constituir la regla de nuestra conducta, subordinando todo al progreso de esa nueva vida, cuya plena manifestación esperamos.

Por último, la celebración del año nuevo ofrece la ocasión de dar gracias por las bendiciones recibidas en el tiempo transcurrido y de pedir que en el año que nos espera podamos seguir cumpliendo con nuestra vocación cristiana de Hijos de Dios.

El Señor nos conceda a cuantos celebramos hoy la fiesta de la Madre de Dios, «que experimentemos en nosotros la intercesión de Aquella, por quien merecimos recibir al autor de la vida Jesucristo nuestro Señor» (oracion colecta).