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31 agosto 2020 • Uno entiende que España, además de ser un bien, es un valor por sí misma

Manuel Parra Celaya

Un valor llamado España

Se ha convertido en una moneda de uso corriente, en un tópico, hablar de la crisis de valores o, más académicamente, del vacío axiológico de la sociedad actual, socavada por las corrientes materialistas, relativistas y nihilistas. Pero los tópicos se apoyan muchas veces en datos reales y, en esta caso, muchos advertimos la evidencia de esta crisis o vacío.

Sabemos que los valores forman una trilogía esencial junto a las ideas y las creencias; estas se refieren generalmente a cuestiones de fe -aquellas que no entran en el campo de la experimentación- y se concretan por definición en lo religioso; las ideas, por su parte, son los conceptos que tenemos, elevados a propuestas concretas. Los valores se entienden como cualidades reales o ideales, deseadas o deseables por su bondad, que orientan la vida humana. En efecto, la libertad del hombre la lleva a estimar, rechazar o ignorar estas cualidades; en el primer caso, es que representan algo que para él vale. Precisemos también que un valor es la cualidad de una cosa, no la cosa misma, a la que llamamos bien.

Todo esto viene a cuento porque uno entiende que España, además de ser un bien (y aquí valoraríamos su geografía, su clima, su economía, su cultura, sus habitantes…) es un valor por sí misma, algo que puede ser apreciado o no.

Unos la rechazan taxativamente y se niegan a considerarse españoles; otros, de hecho todas las opciones políticas no definidas estrictamente por su separatismo, entienden que España es solo un bien: la derecha tradicional prioriza su historia; la derecha liberal, la economía y sus posibilidades; la izquierda se centra en lo sociológico (La patria es la gente, dijo Pablo Iglesias), y otros muchos se sienten naturalmente españoles, aunque no ejerzan, como decía un viejo chiste. Es importante que demos un paso más y valoremos a España por sí misma, aunque ello suponga el esfuerzo de adentrarnos en los senderos de la metafísica.

Siguiendo con la Teoría de los Valores, se llama altura de los mismos a la categoría que supuestamente ocupa un valor en determinada escala (Scheler). ¿Dónde situaríamos a España como valor? Indudablemente, por debajo de los valores de fe religiosa, ya que esta se refiere a la trascendencia; pero interrelacionada y sustentada por los valores éticos, los sociales, los cívicos…, es decir, los que integran una posible interpretación española de la vida.

Además de la altura, tenemos que considerar la fuerza de ese valor (Hartmann), es decir, su grado de exigencia para el que lo tiene; en este punto y siguiendo al autor citado, no podemos obviar lo que él llama la tiranía de los valores.

Esta tiranía consiste en un valor puede eclipsar a otros; no es el caso de España en nuestra interpretación, pues ya hemos dicho que se sustenta en otros varios, como la justicia, la armonía, la libertad, la civilidad…Los nacionalismos sí incurren en esta tiranía, ya que sacralizan lo que ellos consideran su nación, y todo queda subordinado a este ídolo; tenemos, dentro de la Piel de Toro, ejemplos sobrados de cómo esa sacralización pone en segundo o tercer lugar la fe religiosa, la dignidad humana, la familia, etc.

Descartada esta tiranía (propia de los llamados soberanismos), y aceptada la estimación de España como valor, además de como bien, consideremos su grado de popularidad, es decir, su extensión entre los actuales españoles; porque resulta que los valores, en general, pueden percibirse o no, según la época, los influjos exteriores, las presiones, la moda…

Estaremos de acuerdo en que nuestra época no ha sido propicia a este reconocimiento de España como valor; hasta el propio término que lo designa ha sido ocultado o sustituido por una palabra genérica y anodina (país), por una dimensión jurídico-política (Estado español, Constitución española) o, más sencillamente, no mencionándolo. Esto ha sido responsabilidad del Sistema y, aun, del propio Régimen en vigor.

Se ha llegado a tal punto que una expresión que sería común en otras latitudes y que entra de lleno en lo axiológico (amar a España, es decir estimarla como valor) suele encontrar enfrente actitudes irónicas o refractarias. La educación ha seguido la moda y, como dice Gregorio Luri, en España no existe ninguna pedagogía del patriotismo. Esas cosas dan vergüenza a nuestros pedagogos.

Pero -y ahí radica nuestra esperanza y nuestro empeño- los valores pueden re-conocerse si varían los contextos que obligaban a la ceguera estimativa ante los mismos. Puede darse, por tanto, un gran salto para llenar ese vacío axiológico de la españolidad, porque las circunstancias -en cuya descripción ahora no entraremos- son propicias para ello.

Y, por encima de los bienes que se concretan en España -entre ellos, las instituciones, los marcos legislativos y la situación económica urgente- se puede volver a considerar a España como valor. En mucha medida,  en este re-conocimiento tendrán un papel más destacado las familias y el resto de educadores, cuando sean capaces de superar esa vergüenza, que los políticos.