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26 octubre 2019 • Domingo XXX del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

Desde Mi Campanario

“Dos hombres subieron al templo a orar”

El fariseo y el publicano, Abadía de Ottobeuren

I. El Evangelio de este Domingo (Lc 18, 9-14) nos presenta a dos personajes que, aparentemente están llevando a cabo la misma acción: «Dos hombres subieron al templo a orar».

Ahora bien, cada uno de ellos representa un modelo elegido entre los grupos sociales que existían en tiempos de Jesús: «uno era fariseo, y el otro publicano». Y el interior de cada uno era completamente distinto a las expectativas de los oyentes:

  • Los fariseos dedicaban su mayor atención a las cuestiones relativas a la observancia de las leyes de pureza ritual incluso fuera del templo. Las normas establecidas para el culto representaban un ideal de vida en todas las acciones cotidianas que quedaban así ritualizadas y sacralizadas.
  • Los publicanos eran los que cobraban los impuestos en el imperio romano. Los judíos los odiaban como a renegados puestos al servicio del opresor y como a ladrones por lo que eran considerados pecadores por su mismo oficio.

Por tanto, el fariseo era modelo de devoción; el publicano, de maldad.

La enseñanza de Jesús es que Dios mira si encuentra en el corazón la buena intención, la humildad, el arrepentimiento. Por lo cual, el publicano fue perdonado, y el fariseo, en cambio, agregó a sus pecados uno nuevo, el de la soberbia, que se atribuye a sí misma el mérito de las buenas obras y se cree mejor que los demás.

II. La conclusión de la parábola es ésta: el publicano bajó a su casa justificado y el fariseo no. Por tanto, la enseñanza que nos da la Liturgia de hoy toma como partida esta distinción entre una oración auténtica, que es del agrado de Dios, y una oración falsa, deformada, para orientarnos hacia la meditación en la vida eterna y la salvación.

  • En la oración colecta pedimos conseguir las promesas del Señor, amando sus preceptos.
  • Así lo expresa también la 2ª lectura (2 Tim 4, 6-8. 16-1) con estas palabras de san Pablo: que nos sitúan en el horizonte de la segunda venida de Jesucristo que confesamos en el Credo: «He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación»

Recordando pues lo que nos decía la parábola, la conclusión es que nadie puede presumir de tener segura la salvación y la vida eterna, ya que es un don de Dios que debemos pedir con humildad.

El Señor nos ha descrito las acciones del fariseo y del publicano y a estas acciones atribuye la justificación del uno y el que otro continúe en sus pecados. Luego, a pesar de ser gratuita la justificación, alguna influencia tiene en ella nuestras acciones. Y es importante conocerlas para hacer lo que depende de nuestra parte. Dios pide que nosotros, pongamos algunos actos que, si bien no merecen la gracia, por lo menos apartan los obstáculos que impedirían recibirla.

Hay que evitar por tanto dos errores:

  • El representado por la soberbia del fariseo. Los que creen poder alcanzar la salvación sin ayuda alguna de la gracia; son aquellos que prescinden de implorar humildes la gracia de Dios, de examinar su conciencia y arrepentirse de sus pecados.
  • Por el camino opuesto, se puede caer en la desesperación que es el primer paso para la indiferencia.

Evitando esos dos errores, el cristiano debe procurar vivir las condiciones necesarias para alcanzar la vida eterna y que son la gracia de Dios, el ejercicio de las buenas obras y la perseverancia en el amor divino hasta la muerte.

*

Pidamos hoy ayuda a Nuestra Señora para que nos enseñe a tratar a su Hijo en nuestra oración como Ella siempre lo hizo. Y hagamos el propósito de no abandonar la nunca la oración procurando tener las disposiciones que el Señor espera de nosotros.