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15 mayo 2023 • Tengo suficientes razones para dejar de lado las "noticias para el consumo"

Manuel Parra Celaya

Noticias para el consumo

Mea culpa. He de confesar -sin el menor dolor por mi pecado ni arrepentimiento alguno- que no seguí en los medios los fastos de la coronación de Carlos III, ni sus preparativos ni sus colofones, y eso que intentaban bombardearme desde la pantalla y el papel de forma inmisericorde.  Me consta que este desprecio por mi parte puede entrar de lleno en eso que llaman modernamente pecado social, pues fui insolidario de manera absoluta con miles o millones de mis compatriotas de España y del resto de Europa (ya saben, como dijo Eugenio d´Ors, “soy un ciudadano romano”).

Qué le voy a hacer si no me considero súbdito del Reino Unido, ni siquiera simpatizante en lo político, por lo menos mientras los isleños de la Rubia Albión no restituyan Gibraltar a España y las Malvinas a Argentina, entre otros agravios históricos que necesitarían comentarios más extensos y jugosos; de ellos se ha encargado mi amigo Cesáreo Jarabo Jordán, con su betseller “El fin del Imperio de España en América”, cuyo provocador título original era “La conquista británica de España” (se entiende, sobre todo, la del otro hemisferio… por ahora).

Puesto a vaciar mi conciencia, también reconozco que presto muy escaso interés a las vacuas promesas que derraman los candidatos para las elecciones municipales y autonómicas de fin de mes, fácilmente identificables como preludio de las generales. Desearía que, en estos próximos comicios, las propuestas se centraran en los problemas de mi ciudad, tales como el aumento de la delincuencia, la okupación, la escasez o inexistencia de viviendas accesibles para trabajadores y jóvenes normales o los apuros para llenar la cesta de la compra, así como una explicación de las inútiles obras que va sembrando la señora Ada Colau; en su lugar, olfateo sin muchas dificultades el identitarismo separatista y la pose de teloneros para lo que se está cociendo a nivel general. De todas formas, poco me importa, pues mi voto -testimonial, si se quiere, o de claro disenso– ya lo tengo decidido.

Como tampoco me gusta el fútbol, fijo mi atención en aquellas noticias que me afectan, preocupan u ocupan, en la medida de mis humildes posibilidades; así, me dolió profundamente la caída en picado de la dignidad nacional con la visita de un tal Gustavo Petro y los plácemes, halagos y condecoraciones de que fue objeto por parte de la derecha y de la izquierda, mientras el sujeto en cuestión se había permitido, antes, durante y después, auténticas estupideces sobre España y su historia.

Como todos los españoles conscientes, no dejo de mirar al cielo para ver si la pertinaz sequía no terminará por desertizar esa España rural y vaciada, tan alejada de nuestras cómodas posiciones urbanitas; evidentemente, los políticos e campaña solo se fijan en el caso concreto de Doñana y eso por puros intereses partidistas; el suelo cuarteado de los territorios constituye una clara metáfora de las mentes baldías y secas de muchos gobernantes y, lo que es peor, de gobernados; pero ya dijo Thomas Jefferson aquello de que el mejor régimen es el más capaz de seleccionar a los mejores para dirigir las oficinas del gobierno, por lo que resumo mi crítica política en que estamos en las antípodas de esa frase histórica; la máxima distracción parece ser asistir impávidos a la profanación de sepulturas en aplicación de las leyes de memoria, esas que seguro nunca abolirá un gobierno de gentes de orden

En el ámbito internacional, por supuesto que observo con cierta inquietud el conflicto ruso-ucraniano (también llamado la guerra de Biden por los malintencionados) y, además de por puras razones humanitarias, por su posible ampliación en otros ámbitos del orbe, por ejemplo, cuando China quiera compaginar su misión pacificadora con la supresión de un plumazo del feudo de Taiwán, lo que seguro molestará bastante a los inquilinos de la Casa Blanca; vaticinan algunos expertos que ese va a ser el próximo punto caliente global, en el que se va a implicar de hoz y de coz el primo de zumosol, que hasta ahora se limita a enviar material de guerra sobrante en auxilio de Zelenski.

Y me duele especialmente esa ecúmene (Alberto Buela dixit) llamada Hispanoamérica, a la que casi todos sin excepción -incluido el Vaticano- siguen llamando Latinoamérica, donde el separatismo de allí adopta el nombre de indigenismo, por obra y gracia de los compadres del marxismo cultural, que coloca sus peones en esas repúblicas hermanas con el fin de que nunca pasen de Estados fallidos y, por supuesto, jamás dejen de ser esos “veinte pueblos tristes” frente al “pueblo alegre del norte”, según cantó nuestro Rubén Darío.

Como verán los lectores, tengo suficientes razones para dejar de lado las noticias para el consumo, coronaciones o campañas electorales, que sirven de entretenimiento y solaz para las masas, con las que la peña (en expresión de Pérez-Reverte) se entretiene y no se lleva las manos a la cabeza al ver la situación en que se encuentra nuestro pícaro mundo.

Por supuesto, no pretendo ser apocalíptico (fíjense en que no he mencionado siquiera el dogma del cambio climático), pero motivos de atención no nos faltan. Mi mea culpa con el que he encabezado estas líneas carece, por ello, de propósito de la enmienda.