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5 diciembre 2022 • "Bárbaros", dentro y fuera de nuestras fronteras

Manuel Parra Celaya

Las nuevas caras de la barbarie

Distinguiremos dos grados de alteridad. Llamaremos “bárbaros” al “extranjero cultural”, y “extranjero” al que, siendo distinto por varias razones -lengua o soberanía política, por ejemplo-, lo consideramos, a pesar de todo, miembro de nuestra misma cultura.

Carlos Alonso del Real: “Esperando a los bárbaros”

Las teorías cíclicas de la historia -como las de Oswald Spengler y Berdiaeff, o, en nuestros ámbitos, Ors y José Antonio Primo de Rivera- suelen situar, entre los momentos de decadencia y los renacimientos áureos, una invasión de los bárbaros, que tiene toda la significación de una catástrofe, pero, en todo caso, puede aportar gérmenes valiosos para afrontar un nuevo período. Sean o no acertadas esas teorías, lo cierto es que, en nuestros días, es perfectamente posible reconocer formas variopintas de esa barbarie amenazadora en medio de un viejo orden cultural que ha renunciado de antemano, en claro entreguismo, a defender sus valores esenciales ante la invasión.

He dicho que son formas variopintas, pues las amenazas son multiformes, aunque todas ellas con un objetivo común, y desconocemos si obedeciendo a idénticas directrices; en el caso de aceptar aquellas teorías, también cabría examinar si se dan esos gérmenes positivos, dignos de ser incorporados.

En primer lugar, distingamos una clase de bárbaros en los depredadores del capitalismo financiero, creyentes en el dios-mercado, que especulan con las necesidades de los pueblos, menosprecian la economía productiva según sus intereses y mantienen así la injusticia -y la miseria- en el mundo. Esos bárbaros de guante blanco, en alianza con los avances científicos y tecnológicos, llegan a apuntar a la amenaza del transhumanismo, que sería el culmen de la anulación de lo humano; consideran la cuarta revolución industrial a su servicio, con frecuentes intimidaciones en el campo de la bioética. Representan lo más granado del materialismo práctico, en alianza con el histórico y el dialéctico. Reconozcamos aquí gérmenes aprovechables, no en su talante, sino localizados precisamente en los ámbitos de la ciencia y de la tecnología, sin dejarnos llevar por ninguna propensión reaccionaria o tecnofóbica, en tanto puedan mejorar la calidad de la vida humana, en manos más altruistas.

En segundo lugar, no olvidemos la constante amenaza para Occidente del terrorismo islámico, que aspira a su conquista absoluta y, en nuestros lares, a la recuperación de Al-Andalus, en decir, España, de donde fueron arrojados tras ocho siglos de lucha. Aquella alianza de civilizaciones, que defendía un tal Rodríguez Zapatero, no fue más que una colosal mentira, pues las civilizaciones aludidas son, por naturaleza, antagónicas, especialmente en lo tocante a la libertad humana, y solo es posible una coexistencia, siempre vigilante por nuestra parte; tampoco soslayemos  que, en colaboración con la barbarie del terrorismo, pende sobre Europa el constante peligro de la sustitución de población, aprovechando el creciente desierto demográfico de nuestras naciones. Pocos gérmenes salvables encontramos en estas amenazas, como no sea la fidelidad a unas creencias que tocan a la trascendencia, creencias que, por cierto, han sido arrinconadas de Occidente por acción del laicismo y del relativismo.

Pero, en tercer lugar y no menos preocupante, es la presencia de bárbaros entre nosotros, a modo de quinta columna que suele apoyar o apoyarse en las otras invasiones mencionadas. Lo define muy bien el catedrático Luis Buceta Facorro: “Desde el interior de Occidente, existen otras invasiones bárbaras de destrucción, como el pensamiento único políticamente correcto, el feminismo radical, la teoría de género, la revolución sexual, que, desde un punto de vista antropológico, deconstruyen nuestros valores civilizatorios”; incluye también en la nómina a “estos bárbaros que hoy denominamos como antisistema, socialistas radicales, populistas y neocomunistas, y los tenemos ya dentro de nuestras sociedades”.

¿Gérmenes salvables en estos bárbaros de dentro? Se diría que el idealismo -rayano en el fanatismo y la incultura-, pero, en la realidad, su confuso mundo ideológico los convierte en carne de cañón del mismo Sistema al que dicen combatir. El Sistema ha creado a sus propios enemigos -como excrecencia del mismo-, a quienes utiliza para sus fines y que resultarán, a la postre, fáciles de someter, como ocurrió, por ejemplo, como aquellos ardorosos jóvenes de mayo del 68 francés, luego asentados plácidamente en las poltronas del Sistema.

Bárbaros, por lo tanto, dentro y fuera de nuestras fronteras. Y nuestro mundo, europeo y occidental, inerme, pues ha empezado por renunciar a sus resortes espirituales y culturales, los que le daban razón de ser y categoría frente a otras civilizaciones.

Cuando nos llegan las informaciones -cada vez más frecuentes- de atentados a obras de arte en los museos, para reivindicar la atención hacia una ecología derivada en dogma, o cuando son abatidas o destruidas estatuas erigidas a las más preclaras mentes de nuestra cultura tradicional, antes que sentir una natural indignación, pienso en que no son más que avanzadillas de esa nueva invasión de los bárbaros que tenemos a las puertas, mientras nosotros seguimos debatiendo, estúpidamente, sobre el sexo de los ángeles.