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15 noviembre 2022 • Artículo de Stanley G. Payne en la revista "Chronicles" • Fuente: Más España y más democracia

Pío Moa

Stanley Payne habla claro

En un artículo en la revista useña Chronicles (The Myth of the Spanish Civil War  (chroniclesmagazine.org)) Stanley Payne pasa revista al modo como se han impuesto en España (y fuera) una serie de mitos, seudomitos o simples patrañas sobre nuestra guerra civil, y su experiencia al estudiar estos asuntos. En el artículo incluye un amplio apartado sobre mi libro Los mitos de la guerra civil, con observaciones muy generosas sobre mi contribución historiográfica, que por su interés reproduzco aquí (las negritas son mías)  en traducción de DeepL con algunas leves correcciones:

Stanley G. Payne

Lo que realmente ocurría era que la generación de la “Nueva Izquierda” de los años sesenta ya había empezado a establecerse en las universidades españolas, incluso bajo un régimen franquista cada vez más tolerante, y el movimiento pronto extendió su dominio al mundo académico español. Además, los intereses políticos moderados y conservadores mostraron sorprendentemente poca atención a la cultura y a la historia reciente, viviendo como estaban en el miedo perpetuo a ser llamados “franquistas”, de modo que en los últimos años del siglo, el control izquierdista de los medios de comunicación, la cultura y la educación era incluso más completo en España que en otros países occidentales. Ciertos temas y tópicos se convirtieron en tabúes, a pesar de que seguía existiendo una libertad de expresión básica en el conjunto del país.

El dilema resultante quedó ejemplificado en la carrera de Javier Tusell, el principal historiador político español de finales del siglo XX. En 35 años, publicó una veintena de libros, todos de gran calidad y la mayoría basados en investigaciones originales de archivo. Sin embargo, para mantener la libertad de objetividad e interpretación crítica, y al mismo tiempo gozar de la simpatía de sus colegas, Tusell se dedicó principalmente a los estudios sobre la derecha española y nunca emprendió un estudio crítico importante sobre ningún aspecto de la izquierda. Así, en los años noventa, la conformidad historiográfica con el mito de la República y la Guerra Civil era casi total.

En medio de esta situación de estancamiento intelectual, apareció de repente en 1999 una obra titulada Los orígenes de la Guerra Civil española de un autor completamente desconocido: Pío Moa. No era un académico, sino un investigador independiente, figura un tanto más rara en España que en el mundo anglosajón. Moa era un antiguo marxista que había comenzado su vida adulta como miembro activo del PCE(R)-GRAPO, una organización terrorista revolucionaria de los años setenta que había combatido con uñas y dientes la democratización de España. En los años siguientes se dedicó a un prolongado estudio y reflexión sobre la historia de su país. Al cabo de dos década  llegó a conclusiones que discrepan ampliamente tanto de sus propias convicciones iniciales como de los mitos convencionales sobre los asuntos españoles recientes.

 Los orígenes, el primer libro de Moa, se enfrentaba directamente no a los mitos sobre la guerra en sí, sino a las ideas habituales sobre sus antecedentes, exponiendo los “orígenes” del conflicto en 1933 y 1934, cuando la izquierda trató primero de imponer un sistema exclusivista y luego, tras fracasar, recurrió a múltiples insurrecciones revolucionarias, culminadas por el violento asalto socialista de 1934. Moa había escrito la obra más dramática y original de la historiografía española reciente y no tardó en seguirla en el año 2000 con Los personajes de la República vistos por ellos mismos, un retrato revelador de los principales líderes de la izquierda según sus propias y ácidas  descripciones originales. Luego, en 2001, apareció El derrumbe de la segunda república y la guerra civil, que trataba con detalle el clímax del proceso revolucionario de la República y el inicio de la guerra. Los lectores españoles respondieron con entusiasmo, sobre todo porque Moa demostró no sólo audacia analítica y originalidad, sino también una inusual habilidad literaria, tanto más notable por contraste con  la expresión torpe, tosca y pretenciosa de tantos historiadores españoles.

Sin embargo, Moa indignó al profesorado izquierdista, y su coro de denuncias, aparentemente unánime, intimidó a cualquiera que se hubiera atrevido a decir una palabra en su favor. Lo notable del diluvio de ofensas fue que la discusión o crítica seria de sus puntos clave e interpretaciones fue prácticamente inexistente. Las críticas se centraron, en  típico estilo español, en ataques ad hominem. La agresividad  enfatizaba especialmente la falta de credenciales académicas de Moa, insistiendo comúnmente en que sólo un “profesor” podía producir un trabajo histórico válido. Este argumento es aún más absurdo si se tiene en cuenta que la mayoría de los profesores de historia españoles suelen ser poco más que burócratas poco esforzados que producen escasas -y a veces nulas- publicaciones historiográficas.  Moa llegó a ocupar una posición única: el historiador más leído del país que, sin embargo, vive en un ostracismo permanente del sistema universitario y de los medios de comunicación establecidos.

El punto álgido de los primeros trabajos de Moa se produjo en 2003, cuando una importante editorial especializada, La Esfera de los Libros, publicó Los mitos de la Guerra Civil. Fue la sensación de no ficción del año en España, llegando a vender más de 150.000 ejemplares, lo que indica la sed de los lectores españoles por una historia crítica dispuesta a romper los tabúes míticos. 

Dado que los medios de comunicación establecidos y las publicaciones académicas ignoraban en general Los mitos, Álvaro Delgado-Gal, el perspicaz director de la Revista de Libros, la principal revista de libros del país, decidió romper el boicot de silencio buscando a un historiador no español para que reseñara el libro. Me invitó a emprender la tarea, y respondí con presteza.  Mi revisión puso de relieve cuestiones clave sobre las que Moa ofreció análisis  incisivos y nuevas interpretaciones significativas basadas en datos convincentes. Aunque varias de las interpretaciones de Moa podían ser cuestionadas, era responsabilidad de los académicos serios debatir o rebatir las cuestiones controvertidas en lugar de imponer una censura a priori. Mi conclusión fue que el libro, aunque imperfecto, era una contribución importante al debate sobre la Guerra Civil.

Se pidió a Santos Juliá, posiblemente el principal historiador socialista en este tema, que respondiera. Se limitó a repetir la cantinela de que Moa era inaceptable,  e incluso amenazó con mi “expulsión” del gremio de historiadores profesionales por atreverme a sugerir que el tema merecía un debate honesto.

Los mitos de la Guerra Civil no era otra historia general, sino un estudio de personalidades y temas clave que en la interpretación estándar de la izquierda habían sido mitificados, demonizados o simplemente tergiversados. El libro dedica capítulos individuales a 10 de las principales figuras, ofreciendo debates incisivos que a menudo difieren de los relatos habituales. En la parte principal se tratan 17 temas o aspectos clave, como el efecto de “armar a las masas”, la creación del “primer puente aéreo de la historia”, “la mayor persecución religiosa de la historia”, varias de las mayores atrocidades o supuestas atrocidades, el envío de la reserva nacional de oro español a Moscú, el carácter y el papel de las Brigadas Internacionales, varias de las batallas más importantes, la intervención y la no intervención, y la política y el papel de los dos líderes decisivos: El primer ministro del Frente Popular, Juan Negrín, y el general nacionalista Francisco Franco. El libro concluye con un examen del lugar que ocupa la Guerra Civil en la historia de España y en su historiografía.

El libro de Moa fue único en adoptar un enfoque temático y orientado a los problemas y en confrontar agresivamente los mitos dominantes. Debido a su carácter interpretativo, el efecto era polémico, aunque los análisis individuales estaban cuidadosamente razonados en su prosa típicamente lúcida y a menudo elocuente.

Moa llegó a ocupar una posición única: el historiador más leído del país que, sin embargo, vive en el ostracismo permanente del sistema universitario y de los medios de comunicación establecidos. En otros países, los historiadores no académicos alcanzan a veces posiciones venerables, principalmente si exponen versiones piadosas y aceptadas sobre el pasado nacional. Moa, por el contrario, se ha convertido en un movimiento casi unipersonal que se enfrenta a la clase dirigente de la izquierda nacional, al ofrecer relatos e interpretaciones independientes de los principales problemas históricos. Su esfuerzo ha implicado casi inevitablemente un enfoque cada vez más polémico, una empresa solitaria que requiere una impresionante resistencia personal y valor moral.

El conocimiento histórico avanza principalmente de dos maneras: la ruta estándar es a través de nuevas investigaciones primarias; la menos frecuente pero más desafiante intelectualmente es el reexamen y nuevo análisis de trabajos anteriores. Sólo una parte menor de la producción de Moa se basa en la investigación primaria, refiriéndose la  mayor parte  al reenfoque  de materiales existentes que han sido ignorados o deliberadamente distorsionados en los relatos anteriores.

Moa sigue siendo un prolífico erudito y escritor que, en las últimas dos décadas, ha publicado  numerosas obras que también tratan temas históricos más amplios, entre las que destaca su impresionante  La Reconquista y España (2018), así como dos novelas y volúmenes de ensayos sobre diversos temas. Parece justo decir que ha desempeñado un papel más importante en la vida cultural e intelectual de su país que cualquier otro estudioso independiente en otros países, aunque siempre seguirá siendo un historien maudit (“historiador maldito”) para el inculto  establishment cultural español. Queda un pequeño puñado de profesores en las universidades españolas que hacen un trabajo serio, independiente y objetivo, y que hacen importantes contribuciones, pero tienen que ser muy cuidadosos para evitar los enfoques más controvertidos.

En mi propio trabajo, volví al tema de la Guerra Civil española más o menos en la época en que Moa empezó a publicar. Mi motivación inicial era aprovechar el nuevo material de los archivos soviéticos para dejar por fin clara la política soviética y comunista en España, un tema que siempre había suscitado polémica. Seis años de investigación acabaron convirtiéndose en La guerra civil española, la Unión Soviética y el comunismo (2003), tras lo cual hice un seguimiento de la sentencia de José Ortega y Gasset de 1938 de que lo más importante que había que saber sobre la guerra española era “cómo empezó”. Esta investigación me llevó a El colapso de la República Española, 1933-1936: Origins of the Civil War, que Yale University Press publicó en 2006. En los años siguientes siguieron otros estudios sobre diversos aspectos de la guerra, culminados por mi libro relativamente breve The Spanish Civil War, concebido como un resumen analítico para nuevos lectores y publicado en 2012 por Cambridge University Press como una entrada en su serie “Essential Histories”.

Mi otro trabajo de conclusión en este ámbito fue un esfuerzo por situar la revolución y la guerra civil españolas en su contexto histórico adecuado. Este contexto no fue la Segunda Guerra Mundial, en la que España no fue beligerante, sino las guerras civiles revolucionarias de Europa en esa época. Resumí este análisis en mi libro de 2011, Civil War in Europe, 1905-1949.

Durante el siglo XXI, la politización de la historia ha jugado un papel más importante en España que en cualquier otro país occidental, pues en ningún otro lugar (al menos hasta 2022, en Rusia) el gobierno ha propuesto leyes específicas de censura nacional que regulen la discusión e interpretación de la historia reciente. La primera legislación socialista española de 2006 no iba más allá de las subvenciones estatales para el proselitismo de ciertas versiones aprobadas de la historia; las nuevas propuestas, defendidas desde 2017, ordenan la supresión directa, las penas de prisión y las grandes multas. Todavía no se han podido encontrar los votos para la aprobación definitiva de esta medida estalinesca (ya los han encontrado,) , pero una vez más, como en tantas otras ocasiones desde 1821, la izquierda española ha pretendido ponerse a la cabeza de la radicalización política dentro de los países occidentales.