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25 mayo 2022

Manuel Parra Celaya

Divagaciones sobre la realidad virtual

Imagen de dlohner en Pixabay

¿Recuerdan aquella viñeta de Mafalda en que la perspicaz y repipi niña gritaba ¡que paren el mundo, que me bajo!? Pues hay momentos en los que uno siente la tentación de vociferar algo por el estilo; no lo hago, claro, por vergüenza torera y, sobre todo, porque mi natural optimista se rebela para contener este desahogo y otros exabruptos. Me detengo a pensar, entonces, que el mundo está bien construido de fábrica, porque su Creador es inteligente, pero que los seres humanos lo estropeamos a diario.

La sugestión de bajarme del mundo suele acontecer cuando repaso la prensa diaria o caigo en la tentación de ver un telediario. Primero, porque hay que distinguir las Fake news, como aquellas inocentadas de los 28 de diciembre, cuando aún teníamos sentido del humor; segundo, por el enorme esfuerzo que representa dilucidar qué noticias son pura propaganda y cuáles responden a la objetividad; pero, tercero, porque me desazonan las informaciones relacionadas con la pseudociencia, hoy casi sacralizada, que pervierte lo verdaderamente racional y nos lleva por los caminos de la fantasía, que no de la imaginación, que es otra cosa muy apreciada. En ocasiones, me cuesta mucho distinguir los campos de lo científico -uno es de Letras- y de la ficción divulgativa.

Me ocurrió el otro día, sin ir más lejos, ante una información relacionada con los avances en el ámbito de la realidad virtual; parece ser que los mejores técnicos informáticos han sido capaces de crear imágenes caprichosas que resultan totalmente creíbles; algunas eran francamente curiosas y bonitas, pero no se podían comparar evidentemente con la belleza natural, esa de la que se puede disfrutar, por ejemplo, ascendiendo una montaña, observando a un animalito o contemplando una flor real. De todas maneras, desde el punto de vista artístico, podían resultar estéticamente atrayentes, pero nada más,

Me causan especial desasosiego las informaciones relativas a la Inteligencia Artificial, porque, tal como está el mundo del que a veces deseo bajarme, sus aplicaciones pueden resultar temiblemente nocivas para la dignidad y la libertad humanas. Tengo leído algo sobre el particular, y me consuela suponer que la aplicación de las máquinas no me convertirá, por lo menos a mí, en una especie de robocop o algo peor, conectado a un Ordenador Central dirigido por los de siempre; no descarto, en punto a lo positivo, que puedan remediar futuros achaques de edad.

Siguiendo con el tema, algunas noticias me sumergen en la duda: ¿se trata de demagogia, de pseudociencia, de fantasías o, sencillamente, de estupidez? En esto último, estamos en España al cabo de la calle; basta repasar las ocurrencias de los (y las) aspirantes a legisladores; entonces, acudo al poeta y repaso en mi memoria aquello de no hay mal que cien años fure / ni gobierno que perdure; con todo, desconfío de que otros gobiernos del futuro hagan algo para desfacer los entuertos, y me remito a la historia recientísima, acaso porque las instrucciones vienen de esferas superiores, nunca reconocibles por los ingenuos votantes.

Por poner un ejemplo, ahora mismo acabo de leer un titular difícil de encuadrar; el Director de la Agencia de Residuos de Cataluña anuncia: “Estamos estudiando un sistema para que los usuarios (léase, los fumadores) puedan devolver las colillas de sus cigarrillos y que se les devuelva parte del coste” (El Periódico de Cataluña, 17-V-22); luego añade algo relativo a cobrar una tasa de 20 cms. La noticia -en este caso, de un imaginamos que sesudo estudio– no me afectaría personalmente (soy constante fumador de pipa, nunca de cigarrillos), pero me pongo a pensar en imágenes rancias de otros tiempos, que no conocí, en que los indigentes, provistos de un palo con un clavo en la punta, se dedicaban a recoger colillas en las aceras, como pobre consuelo a sus ansias de fumar y su imposibilidad material de entrar en un estanco. Ahora, si la noticia del estudio se convierte en realidad, quedaría bajo la coartada ecológica, que es tan resultona.

Por otra parte, lo de la tasa me lleva a sospechar que estamos frente a una nueva forma de recaudación autonómica, de impuesto sobrevenido, que irá destinado, a lo peor, a sufragar nuevas intentonas del golpismo separatista.

¿Se trata este caso de una Fake news, de demagogia, de realidad virtual, de estupidez? Me es imposible calibrar la ocurrencia publicada.

Si pasamos de lo anecdótico a lo más serio, y puestos a dudar, ¿no serán también realidades virtuales el Ayuntamiento de mi ciudad y su alcaldesa, la señora Colau, que ha decidido volver a presentarse?, ¿no será una realidad virtual la España de las Autonomías, y, en concreto, mi gobierno autonómico, ese que utiliza las instituciones del Estado para desmembrarlo impunemente?, ¿no será una realidad virtual que Pedro Sánchez es el presidente del Ejecutivo nacional, ese que está aliado con enemigos de todo lo que suene a español?

Si son reales, y si no fuera porque uno cree en realidades metafísicas (España, en el caso), y no virtuales, me apresuraría a sacarme la nacionalidad de ciudadano etíope, por ejemplo.