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18 diciembre 2021 • Cómo se comporta María inmediatamente después de la Encarnación y

Angel David Martín Rubio

«Se puso en camino de prisa hacia la montaña»

Alessandro Turchi, Public domain, via Wikimedia Commons

I. En este IV domingo de Adviento, que precede en poco tiempo al Nacimiento del Señor, el Evangelio narra la visita de María a su pariente Isabel (Ciclo C: Lc 1, 39-45).

No se trata solamente de un gesto de servicio de la Virgen sino que este encuentro representa el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. La anciana Isabel, madre de san Juan Bautista, simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras que la joven María lleva en sí la realización de tal espera, para beneficio de toda la humanidad. Estas dos perspectivas las encontramos en las dos lecturas, tomadas también del Antiguo y del Nuevo Testamento.

  • El profeta Miqueas anuncia el nacimiento del Mesías en Belén (1ª lect.: Miq 5, 1-4ª). Los rabinos judíos dijeron a Herodes, cuando fueron consultados con ocasión de la llegada de los Magos, que Belén sería la patria del Mesías, citando este texto. La profecía contiene, además, los rasgos fundamentales de la identidad de Cristo: su eternidad, divinidad y realeza así como la naturaleza de su obra: reunirá a todos sus hermanos de hasta los confines de la tierra, y no sólo traerá paz, sino que Él mismo será la paz.
  • La 2ª lectura (Heb 10, 5-10) se refiere a Jesús «al entrar en el mundo», es decir, en el momento de la Encarnación. Su presencia en la tierra está motivada por el deseo de cumplir la voluntad del Padre y para ello se ofreció como víctima en sacrificio: «He aquí que vengo […] para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad» y todo ello para nuestra redención y santificación pues «quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre». Es lo mismo que decimos en el Credo: «por nosotros los hombres y por nuestra salvación»: Jesús bajó del cielo para elevarnos a nosotros por la gracia haciéndonos hijos de Dios y restituirnos la dignidad perdida con el pecado.

II. Volviendo al episodio que hemos leído en el Evangelio, vemos como la Virgen María, llevando en sus entrañas purísimas al Hijo de Dios encarnado, «se puso en camino de prisa hacia la montaña», a casa de Zacarías y de su pariente Isabel, los padres de san Juan Bautista.

Es una gran lección para nosotros reflexionar sobre cómo María se comporta inmediatamente después de la Encarnación y cómo, actuando así, aporta un gran gozo a Isabel y al hijo que está en su seno.

Vemos así expresado también de manera simbólica el doble movimiento que resume el significado de la Navidad: Dios que se hace presente en medio de la vida del hombre («Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria»: Jn 1, 14) y la respuesta del hombre que acoge a Dios: sin desearlo, no conoceremos nunca al Señor y sin esperarlo y buscarlo, no lo encontraremos. Con la misma alegría de María que «va deprisa» al encuentro de Isabel, también nosotros vayamos al encuentro del Señor que viene.

La Visitación, nos presenta cómo la vida interior de María se manifiesta en su actitud de servicio humilde y de amor desinteresado para quien se encuentra en necesidad. Este misterio nos invita a la entrega pronta, alegre y sencilla a quienes nos rodean. Y esto solo será posible si nos mantenemos muy cerca del Señor, viviendo en gracia santificante y cultivando el trato con Él mediante la oración y la frecuencia de sacramentos.

Al proclamarse la «esclava del Señor» en la Anunciación, la Virgen María había aceptado la voluntad de Dios sin limitación alguna y empieza a ponerla práctica cuando se presenta en casa de Isabel y Zacarías. Siguiendo su ejemplo, le pedimos al Señor que derrame su gracia en nuestras almas, para que acogiendo su presencia en nuestras vidas, lleguemos por la pasión y cruz de Cristo a la gloria de la resurrección.