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31 agosto 2021 • También coexisten con nosotros otras variantes de talibanes que intentan imponernos su tiranía por doquier

Manuel Parra Celaya

Los otros talibanes

El Occidente de hoy se lamenta y rasga sus vestiduras ante el meteórico triunfo de los talibanes en Afganistán y sus inmediatas e inevitables secuelas, tanto para la población afgana, sobe la que se cierne la ley islámica más inmisericorde, como para los propios intereses económicos y políticos (ahí les duele más), que van a quedar mermados con beneficio, a la vez, del gigante asiático rival.

Más por esto último que por lo primero -la suerte de millones de seres humanos- ahora cacarean sobremanera voces neoliberales y progresistas al unísono, poniendo como chupa de dómine a los fanáticos de barba y turbante obligatorios, y kalasnikov en ristre; incluso, estas voces se acompañan de dengues de horror de voces de feministas, antaño sumamente complacientes con aquella alianza de civilizaciones que propugnaba el no menos feminista Rodríguez Zapatero.

Podemos coincidir, evidentemente, en la crítica a la intransigencia talibán, que hace retroceder culturalmente sus buenos ocho siglos a quienes la van a padecer y, cómo no, debemos compadecernos de la población afgana, a la que no le ha servido prácticamente de nada la presencia occidental en su territorio, como no haya sido para que, manu militari, se hayan  evitado mayores desafueros con sus mujeres y niños; quizás se debería concluir que la democracia liberal -como dijo del fascismo Mussolini- no es un producto de exportación

No obstante, si lo que se censura desde nuestros lares es la intransigencia, acaso debemos asumir que también coexisten con nosotros otras variantes de talibanes, que sin el pintoresquismo barbado, andrajoso y férreamente armado (por el momento), intentan imponernos su tiranía por doquier, con recusación explícita de los que nos resistimos a aceptar sus mandatos; vamos a llamarlos -cortésmente- los otros talibanes…

Figuran, en primer lugar de esta clasificación, los nacionalismos separatistas de nuestra Piel de Toro, que, respaldados por mitomanías y mentiras descaradas y sustentados en diversas formulaciones de limpieza lingüística de trasfondo etnicista, envenenan aulas, segregan sectores de población, chantajean a un Estado inerme, hacen caso omiso de jurisprudencias, normas y leyes, e imponen su particular sharía, con sus gurús en libertad.

Pertenecen también a la categoría talibán los fanáticos defensores y propagandistas de las ideologías oficiales: los feminismos radicales, con su lucha de sexos y su imposición analfabeta de lenguajes inclusivos; los códigos LGTBI, que imponen su orgullo y niegan la propia naturaleza; los dogmáticos del cambio climático, profetas apocalípticos, que quieren enfrentar al ser humano y su medio, y adoran, también fanáticamente, a una Pachamama de baratillo; el animalismo, que ha prohibido la caza y la tauromaquia, y se propone hacer lo mismo con la puesta de las gallinas…

También contamos con los talibanes del guerracivilismo, distorsionadores de la historia a su capricho, azuzadores de la división irreconciliable de los españoles, sembradores de odio y promotores de discordias perpetuas con resentimientos prefabricados.

Y, dentro de esta categoría, figurarían en cabeza los sectarios, cuyo rencor va más allá de la muerte y no perdonan ni a las cenizas de sus oponentes en sus sepulturas…

No olvidemos a los talibanes del relativismo, que, en su negación obstinada de las categorías permanentes de razón, pretenden imponer su visión inmanentista de la vida, fervientes adoradores, eso sí, de los ídolos de la comodidad, lo frívolo, la cultura del pelotazo, las cambiantes sensaciones que ofrezca su carpe diem y el placer que requieran sus instintos a cada momento.

Hemos dejado para el final a los talibanes de fondo cuasi demoníaco, que, tras haber llevado al derribo a la Cristiandad, tienen en su punto de mira al Cristianismo; son los tienen como objetivo derribar cruces, sean pequeñas o grandes, y menosprecian como infieles a los que mantienen su Fe intacta; estos, a veces, suelen contar con la colaboración -por ignorancia o complicidad- con aquellos malos pastores de que hablan los Evangelios…

Por lo tanto, no es solo Afganistán el que está en manos de talibanes; incluso estos pueden ser dignos de cierta admiración por sus firmes creencias, aunque erradas. Es nuestro propio mundo occidental el que está sometido a intransigencias y fanatismos sin base, porque, en su ceguera, ha renegado de las raíces que le daban sentido; por lo tanto, se muestra incapaz de ofrecer una alternativa de valores y carece de una moral de victoria para hacer frente a las amenazas que se ciernen sobre él.