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1 marzo 2021 • Las fuerzas de orden público son hostigados en dos frentes: el de los manifestantes que los agredían y el de los políticos separatistas

Manuel Parra Celaya

Los ciudadanos y sus contenedores

Imagen de Antonio Cansino en Pixabay

Otra vez, las calles de nuestras ciudades se iluminaron, cada atardecer, con las barricadas incendiadas de contenedores; los escaparates fueron destrozados y los comercios desvalijados; claro que, con respecto a dichos contenedores, el sagaz Ayuntamiento de la señora Ada Colau encontró una heroica solución: retirarlos “por seguridad”, como rezaban los carteles municipales en los que se instaba al vecindario a depositar sus bolsas de basura en las aceras, a la espera de que pasaran los servicios de limpieza a recogerlos. Así, la suciedad y el vandalismo, en perfecta sinónima, se imponían por doquier.

Me hace caer en la cuenta un buen amigo que es sintomático que los “descartados” (Francisco dixit) de la sociedad opulenta, consumista y capitalista rebusquen lo necesario para subsistir en los mismos contendedores que los hijos de papá, privilegiados de esa situación social, se dedican a quemar como protesta…

No solo fueron las ciudades catalanas las que sufrieron la embestida nocturna, pues Madrid y otras muchas localidades del resto de España quedaron presas del vandalismo de los “antifascistas”; quizás la única diferencia fuera la presencia de esteladas animando a la refriega en Cataluña, pero el impulso era el mismo, así como la excusa, que se centraba en la detención del rapero enaltecedor del terrorismo y la defensa consiguiente de la “libertad de expresión”.

Las fuerzas de orden público (los Mossos d´Esquadra en concreto) fueron hostigados en dos frentes: el de los manifestantes que los agredían y el de los políticos separatistas, que cuestionaron sus actuaciones y ordenaron “contención” como único recurso, cuando no se replantearon – volvemos a Cataluña- el “modelo policial”, que se convirtió en moneda de cambio para los pactos poselectorales; luego, ante la tensión que se respiraba entre los agentes, el eufemismo fue “reforma del sistema de orden público no policial”, que nadie sabía lo que quería decir.  En el resto de España, algunos personajillos animaron incluso a los vándalos, como un tal Echenique, que consiguió superar con creces los mensajes de Trump instigando, según dicen, al asalto del Capitolio; pero ahora y aquí nadie se rasgó las vestiduras, como lo hicieron, en la lejanía, con los sucesos de Washington. Entretanto, la alcaldesa de Barcelona decía ante las cámaras que “no había que criminalizar a los manifestantes”.

No obstante, más que el análisis político -que huele peor que los contenedores quemados-, me gustaría ahondar en aspectos sociológicos, y situarme en las opiniones del ciudadano de a pie, el que noche tras noche vio asaltados sus comercios, destrozado el mobiliario urbano de su barrio, calcinado el pavimento de su calle o, simplemente, imposibilitado de circular por las calles antes del toque de queda (que no regía para los manifestantes).

Lo primero que se dirá, claro, es que este ciudadano rechaza la violencia, como lugar común que repiten continuamente los medios, pero ¿seguirá afirmando el susodicho que el enaltecimiento del terrorismo del rapero forma parte de la libertad de expresión artística?; eso dijeron, por ejemplo, desde el Palau de la Música de Barcelona…antes de que fueran destrozadas a pedradas sus vidrieras históricas. Más aún: ¿mantendrá ese ciudadano que la culpa de la violencia es de la policía, de los jueces inflexibles y de las leyes represivas? Mucho me temo que la respuesta a las dos preguntas pueda ser afirmativa.

Me viene a la memoria una anécdota de la que fui testigo en el centro de Barcelona en los postreros años de la Transición: a las doce del mediodía, un hombre joven era perseguido por dos agentes de policía de paisano, zigzagueando entre las señoras que volvían del mercado con sus carritos de la compra; por fin, fue derribado de una zancadilla, encañonado y esposado; los gritos unánimes de los transeúntes, más radicales entre las señoras, presumibles amas de casa, eran insultantes contra la “violencia policial” y a favor del pobre detenido, hasta que uno de los agentes levantó la cazadora del “agredido” y le sacó un pistolón que hubiera hecho las delicias de El Coyote,

También sospecho que muchos sentimientos ciudadanos continuarán en la misma dirección: no son los culpables quienes arrojan piedras y bancos contra los escaparates, desvalijan las tiendas, hostigan a la policía y queman motos aparcadas y contenedores. Los reos por definición son los Mossos d´Esquadra aquí en Cataluña o la Policía Nacional en Madrid o en Valencia, que intentan frenar los desmanes de la turba y son, a la vez, presa fácil de la demagogia de los políticos; por supuesto, también es completamente inocente el rapero enaltecedor del terrorismo.

Se puede comprobar esta presunción mía a la hora de las opciones de voto; basta con contar el número de ciudadanos que llevaron con el suyo al Sr. Echenique, por ejemplo, a la categoría de “representante del pueblo” o a los que aplaudían la presencia del Sr. Otegui, también como otro ejemplo, en los mítines electorales de los partidos separatistas en las últimas elecciones autonómicas.

Por otra parte, constatamos la definitiva institucionalización del recurso al saqueo, al incendio y al destrozo de los bienes públicos y privados para reivindicar cualquier asunto; parece que las leyes han perdido su operatividad, así como los recursos para restablecer el orden, que se deben limitar a “contener”. Lo veremos pronto otra vez, si es que Puigdemont es traído a España para responder ante los tribunales.