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27 octubre 2020 • Me encanta recorrer las calles y plazas de lo que justamente se ha definido como "rompeolas de las Españas"

Manuel Parra Celaya

Grandes relatos que cobran actualidad

Luis García, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons

Soy consciente de que la posmodernidad repudia los grandes relatos, y esta tendencia afecta a muchos jóvenes -y a otros no tan jóvenes- que colocan la historia en el desván de los trastos inútiles; de ello se aprovechan quienes ahora pretenden imponer una sesgada memoria del pasado, edificada sobre las inmensas lagunas de conocimientos, de estudio y de inteligencia. A pesar de este hándicap, hoy no puedo menos que airear dos páginas del ayer, en la seguridad de que contienen referentes válidos para la actualidad.

Por razones sobradamente conocidas, este año no he viajado a Madrid; como buen periférico, catalán por más señas, me encanta recorrer las calles y plazas de lo que justamente se ha definido como rompeolas de las Españas, donde tengo buenos amigos y conozco rincones entrañables. Uno de mis paseos favoritos se centra en sus ámbitos galdosianos, a pesar de que el turismo ha impuesto falsificaciones por lo menos tan de bulto como los del Barrio Gótico de mi Barcelona natal.

Un recorrido habitual transcurre por la calle del Príncipe, entre la Plaza de Canalejas y la de Santa Ana, como preludio para adentrarme en el barrio de las letras. Y siempre me detengo ante la fachada del Teatro de la Comedia, donde tuvieron lugar dos actos públicos que marcaron nuestra vida colectiva. Ambos pueden calificarse de hitos en la historia de la inteligencia política, expresión que a todas luces hoy constituye un oxímoron. Del primero de ellos ha pasado más de un siglo y, del segundo,  ochenta y siete años, que se cumplen precisamente el próximo día 29 de este mes de octubre.

El 23 de marzo de 1914, José Ortega y Gasset habló en el mencionado teatro sobre Vieja y Nueva política, en presentación pública de la Liga de Educación Política, que contaba entre sus adheridos figuras tan variopintas como Madariaga, Maeztu, Federico de Onís, Manuel Azaña o Antonio Machado. Fue, según el texto de la conferencia y las crónicas de la época, un discurso que hoy llamaríamos agitador o, por lo menos, transgresor. El orador madrileño empieza diciendo que al escuchar la palabra España siento dolor (¿no lo sentimos ahora?); sigue denunciando que las formas de gobierno son esquemas simplistas puestos sobre todas las cosas nacionales; que las pugnas de los partidos son caducas e inútiles (¡qué prodigio de adjetivación aplicable a la España de hoy!) y que lo que hace falta es justicia y eficacia (cosa en la que todos los españoles estamos de acuerdo); contrapone una España oficial a la España vital, y pretende, con la Liga de Educación Política, una España vertebrada y en pie.

En 1933, concretamente en un 29 de octubre, se anuncia un acto de afirmación española; hablan Alfonso García Valdecasas (compañero de Ortega en la Agrupación de Intelectuales al servicio de la República), Julio Ruiz de Alda, el héroe del Plus Ultra y un joven abogado de 30 años, José Antonio Primo de Rivera. El discurso joseantoniano, sin tener la profundidad y el radicalismo de otros suyos posteriores, es una pieza antológica para cualquiera que lo lea al cabo del tiempo.

Empieza con evidenciar el relativismo de valores que proviene de Rousseau y formula una crítica del liberalismo político, que había traído la desunión de los pueblos, y del liberalismo económico, que ocasionó la injusticia social y el desamparo de los menos favorecidos;  por ello, justifica el nacimiento del socialismo, pero constata que este se ha descarriado por la interpretación materialista del hombre y su sórdido sentido de represalia; denuncia que la derecha es, en el fondo, la aspiración a mantener una organización económica, aunque fuera injusta, y la izquierda, la de subvertir aquella organización, aunque se arrastren muchas cosas buenas; en contra de lo que se esperaba, no propone un programa, sino adoptar un sentido permanente ante la historia y ante la vida, en el que se basa su propuesta de creación de un movimiento integrador y francamente revolucionario; ansía que este respire al aire libre, no los ambientes viciados de la corrupción, y, ante las inmediatas elecciones, formula un escéptico votad lo que os parezca menos malo.

Todo esto es historia, claro está; dos grandes relatos que no dirán mucho a los ciudadanos del siglo XXI inmersos en la posmodernidad y sometidos a las memorias democráticas al uso. Pero no dejo de adivinar -quizás no en la letra, pero sí en la música, en la melodía inacabada que representan ambos- destellos importantes que afectan a la actualidad, y, aun, tremendamente vigentes y necesarios.

Por poner un ejemplo, la existencia de aquella dicotomía entre la España oficial y la España vital de Ortega y su propuesta de justicia y eficacia, en el primero de los discursos del Teatro de la Comedia, que se echan en falta e esta sociedad de la pandemia desbocada y de los ERTEs no pagados. Por otro ejemplo, en el propósito joseantoniano de levantar una bandera joven, por encima de las ideologías caducas, de los partidos ineficaces y corruptos, del anacrónico maniqueísmo de izquierdas y de derechas; de la búsqueda de una España de todos y para todos, donde predomine la poesía que promete en lugar de la que destruye.

Este 29 de octubre tampoco pasaré por la calle del Príncipe, pero resonarán en mi evocación, como aldabonazos, las palabras de Ortega y Gasset en marzo de 1914 y las de José Antonio Primo de Rivera en el 29 de octubre de 1933. Añoraré para el futuro de mis hijos la validez de la inteligencia, de la honradez, de la sinceridad y de la valentía en los discursos y en los hechos de la política.