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16 septiembre 2020

Manuel Parra Celaya

Adelantarse a una futura ley

11-marzo-1936: incendio de la Iglesia de San Luis (Madrid) por los frentepopulistas

Según todas las informaciones, el Gobierno español tiene más que controlada la pandemia del Covid 19, por lo que ahora está dedicando todos sus esfuerzos, no solo a la minucia de aprobar los Presupuestos, sino a dictar la Ley de la Memoria Democrática, que debe sustituir, con ventaja, a la de la Memoria Histórica en vigor. A este noble afán van a dedicar su tiempo los veintiún ministros y ministras, para que llegue a Sus Señorías con una redacción impecable. A ver si consiguen de una vez que los españoles nos volvamos a dar de bofetadas…

En esta tarea van a encontrar una insustituible colaboración en gran parte de la Jerarquía y el presbiterado de la Iglesia Católica, como ya la tuvieron -por omisión y mutismo, casi omertá– en el espinoso tema de la profanación de sepulturas. Es curiosa y aleccionadora al respecto la capacidad de olvido histórico que tienen muchos de nuestros pastores.

Lo compruebo constantemente cuando visito edificios religiosos de cierto valor artístico; y me centro en los de Cataluña, que son los que tengo más a mano, pero podría extenderme a muchos otros lugares que, durante la guerra civil, estuvieron en la llamada zona leal.

Resulta que, al ofrecerme informaciones en carteles y folletos sobre el pasado del monumento en cuestión, suelen aparecer lagunas muy significativas, especialmente cuando se refieren al trienio 1936-1939. Si no es así, cuando el redactor del folleto o del letrero turístico ha preferido ser concienzudo en el orden cronológico de los avatares por las que pasó la catedral, templo, santuario, convento o ermita en cuestión, ha echado mano de los más rebuscados eufemismos para que el interesado visitante no esté al tanto de las vicisitudes y sobresaltos que tuvieron lugar allí.

Se cumple, sin embargo, una vez más el refrán de que se coge antes a un mentiroso que a un cojo; y, si quieren suavizar las cosas, podrían elegir mejor a los disimuladores, a riesgo de caer en el feo pecado de la mentira. El esfuerzo mental de estos redactores conformes con la memoria democrática antes de que se publique en el BOE se ha limitado a la búsqueda de circunloquios, ambigüedades, perífrasis y falsos sinónimos que solo ocultan la verdad histórica a los más ignorantes o crédulos.

Así, se suelen prodigar las frases impersonales: este templo se derrumbó, se desplomó, quedó derruido… en 1936 o 37; es muy usado el se incendió, sufrió un incendio y cosas así, que asombran por la cantidad de cortocircuitos en la época o por la falta de cuidado y previsión de los sacristanes al apagar las velas. La última perla que he encontrado, hace pocos días, es, en catalán, un es va enfosar (se hundió o desplomó), cosa muy lógica cuando arde todo un edificio por acción de la tea incendiaria.

Si se da la circunstancia de que persiste alguna lápida dedicada a un mossèn de la época, es indefectible aquello de murió o falleció, dando a entender que fue por efecto de otra pandemia que afectó en aquellos años a los ministros del culto; han desaparecido, piadosamente, las alusiones a que los asesinatos o destrucciones de templos fueron por odio a la fe, quizás atendiendo a las sesudas interpretaciones que ofreció el eminente teólogo Hilari Ranger.

Todos estos eufemismos o silencios incluyen, claro está, la referencia de que los hechos ocurrieron precisamente durante el Govern que presidía Lluis Companys, a punto de ser rehabilitado políticamente y no sabemos si propuesto como beato en el orden religioso.

También se suele pasar por alto que todas las reconstrucciones de templos o edificios que sufrieron esos incendios casuales o hundimientos (por causas tectónicas, evidentemente) tuvieron efecto a partir de los años 40, y en este punto se repiten los impersonales: se reconstruyó, se restauró, se recuperó, se reedificó…, sin indicar el quién apoyó o sufragó generosamente la misión salvadora del lugar de culto.

De vez en cuando se muestran fotografías de época, en que se ve por lo menos a los feligreses apiñados en una Misa a cielo abierto, rodeados de ruinas, si es que el edificio no tuvo la digna dedicación de almacén, garaje, establo o cuartel de milicias populares. Como anécdota, puedo referir que en uno de los colegios de Barcelona, perteneciente a una Orden Religiosa de campanillas (una de las que va a sufrir la acción de La señora Celáa), los herederos de quienes fueron expulsados o masacrados han tenido sumo cuidado en reponer en la puerta principal el emblema oficial de quienes lo ocuparon entonces.

Siempre he defendido la obviedad de restañar los recuerdos de una contienda civil, que dio ocasión, como todas, a que se cometieran barbaridades, fuera por apasionamiento, incultura, odios o, sobre todo, instigaciones desde las cúspides. Los de mi generación fuimos educados (por lo menos, en mi ámbito juvenil concreto) en el respeto a la historia,  en el olvido de las tropelías y en la reconciliación sincera de todos los españoles; desde la caridad cristiana y el imperativo político. Nos ocupaba más el presente y, sobre todo, el futuro.

Ahora, están abriendo la caja de los truenos. Bien, pues juguemos todos y no rompamos la baraja. Pero, por favor, no intenten los poderes políticos engañarnos ni disfrazar los hechos del pasado con leyes de la memoria; y mucho menos el clero, que trata de congraciarse con aquellos poderes. Más o menos, como siempre.