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7 septiembre 2020 • España ha quedado establecida como laboratorio de pruebas de esta ofensiva que se centra en lo antropológico y lo ético

Manuel Parra Celaya

Diletantismo en vez de preocupación social

Lo que el siglo XIX llamó cuestión social y el siglo XX convirtió en bandera de lucha por la justicia, para luego arriarlo a media asta con los Estados del Bienestar, ha derivado, en este siglo XXI, en cuestión antropológica.

La alferecía inicial de aquella bandera social fue la izquierda; después, pasó a otras manos su protagonismo (fascismos, autocracias, keynesismo, New Deal…); finalmente, quedó en una vitrina de museo, guardada por un neocapitalismo de rostro humano. La cuestión es que la izquierda se quedó sin bandera que enarbolar y, además, sus escasas energías cedieron ante la implosión del socialismo real.

Rebuscó esta izquierda, entonces, en la polvorienta utopía de la Modernidad, por ver si encontraba allí un estandarte sustitutorio, y fijó sus ojos en el mito del Progreso Ilimitado; miró también a su alrededor y sustituyó al gastado Lenin por el heterodoxo Gramsci, descubrió al pansexualismo freudiano y se decó encandilar por el profesores de la Escuela de Frankfurt. En esta operación de diletantismo, vino en su ayuda la IV Revolución Industrial, sufragada por un hipercapitalismo globalizante.

Así, fueron surgiendo nuevas enseñas reivindicativas, que perseguían transgredir, ya no una estructura socioeconómica que seguía siendo injusta de raíz, sino lo que entendían por una superestructura de creencias, ideas y valores -y evidencias-, donde toparon con las fronteras de lo antropológico y de lo ético, frente a las cuales instalaron sus trincheras para el asalto.

La vieja igualdad que formaba parte de la trilogía revolucionaria y masónica se transformó en la parodia del igualitarismo a ultranza, y el acaudillamiento de las masas proletarias cedió ante una fanática preocupación por las minorías oprimidas; la lucha de clases abandonada fue sustituida por la dialéctica hombre-mujer, ser humano-naturaleza, etc.  Consiguió la izquierda con tesón y amplios medios que los Estados del Bienestar se reconvirtieran en Estado-nodriza que, por decreto, proscribieron toda discriminación por razón de edad, raza, sexo o condicionamientos genéticos; como nueva paradoja, se discriminó de manera tajante y absoluta al nasciturus, a través del aborto, y a los sobrantes de la producción capitalista, por medio de la eutanasia.

Entre otras medidas, se sustituyeron los sexos por géneros a voluntad, y surgió la ideología LGTBI; últimas noticias me informan de que la sopa de letras se ha ampliado a LGBTIQQA, pero mi incipiente inglés no me ha servido de mucho…

El ataque contra la naturaleza humana es frontal; incluso, algunas corrientes animalistas la han asimilado, con solo diferencias de grado, a la de los animales irracionales. Por otra parte, ha revivido el mito del bon sauvage, y el hombre ha pasado a ser el enemigo del entorno natural. En otro orden de cosas, y siguiendo en esta punto la herencia gramsciana, se entabló una lucha contra el factor tiempo, reinventando la historia, controlando el presente y obviando el futuro, que queda reservado a la nueva utopía transhumanista.

En una palabra, el actual paradigma de la izquierda, otrora defensora de la justicia social, está formado por el laicismo ateísta, el materialismo, el relativismo y el nihilismo como resultado final.

A todo esto, no existe oposición palpable; la supuesta derecha, que podría hacer valer legítimamente otros puntos de vista distintos, opta por la suprema virtud de la tolerancia y accede a la nueva cosmovisión antropológica, esa que unos llaman marxismo cultural, otros popperismo y algunos, más informados quizás, cohabitación de la izquierda con las altas finanzas. En todo caso, parece existir una unanimidad de posiciones para entronizar un Nuevo Orden Mundial, con sustento pseudorreligioso de la New Age y control férreo del hipercapitalismo global.

España, a todo esto, ha quedado establecida como laboratorio de pruebas de esta ofensiva que se centra en lo antropológico y lo ético, aunque su trasfondo sea inequívocamente económico; mientras, se siguen sin abonar muchos importes de los ERTEs, el ingreso mínimo vital no deja de estar en el limbo de las promesas y la caja de la Seguridad Social aumenta día a día su déficit.

Es necesario un profundo cambio de paradigma. Más que ideológico, de reafirmación y redescubrimiento de creencias y de valores. Reafirmación y redescubrimiento que pasan, a la vez que en rescatar los aspectos espirituales, trascendentes y nacionales abandonados, por cubrir las necesidades materiales reales de la sociedad, de todos sus componentes y de las familias que la forman y sustentan. Aquellas necesidades que antiguamente recibían el nombre de cuestión social y que ni mucho menos están solucionadas, y que han sido reemplazadas por los diletantismos absurdos de signo antropológico.