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15 agosto 2020 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

11º Domingo después de Pentecostés: 16-agosto-2020

Evangelio

Mc 7, 31-37

Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

greco-curacion-ciegoReflexión

En el Evangelio de este Domingo leemos cómo Jesús cura a un sordomudo. Lo había anunciado gozosamente el Profeta (cfr. Is 35,4-7):

Viene Él mismo a salvaros. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará el cojo como un ciervo, la lengua del mudo gritará de júbilo.

Esto se cumple en Jesucristo que atiende la petición de la gente que le rodea y se interesa por un sordomudo, que le traen a su presencia. Jesús abre los oídos del sordo para que pueda oír y escuchar, luego desata su lengua para que pueda hablar y expresarse, para que escuche y pueda responder, para que oiga la palabra de Dios y dé cumplida respuesta.

La Iglesia ha conservado este signo de Jesús en la liturgia del Bautismo. Sobre el bautizado, el sacerdote señala sus labios y sus oídos para significar el deseo de que el nuevo cristiano tenga el oído bien dispuesto para escuchar la palabra de Dios y la lengua bien dispuesta para dar testimonio de su Fe.

Pero no basta con haber sido bautizados, no basta con haber recibido la gracia de poder oír. Hay que conservar y aumentar esa gracia con la fidelidad en la escucha y en la respuesta, con un comportamiento acorde con nuestra dignidad de cristianos. Entre nosotros abundan los bautizados que se vuelven a convertir en sordos y mudos. Sordos y mudos espirituales, pecadores que ya no escuchan la voz y las advertencias de Dios; que nunca rezan ni hablan con Él para darle gracias y pedirle lo que realmente necesitan; que nunca acuden a pedirle perdón en el Sacramento de la Confesión porque “lo peor del mundo no es el pecado; es la negación del pecado por la conciencia torcida” (Mons. Fulton Sheen).

En mayor o menos grado todos podemos encontrarnos en esta o parecida situación: ¿Cómo salir de ella? Imitando la conducta de Jesucristo en el milagro de la curación del sordomudo

1. Hagamos todo el bien que podamos
El Evangelio nos presenta la actividad de Jesucristo: “En aquel tiempo salió Jesús del territorio de Tiro, fue por Sidón y atravesó la Decápolis hacia el lago de Galilea…”. Consagremos también nosotros al servicio de Dios y del prójimo todas nuestras energías. Que cada uno de nosotros pueda merecer el elogio que hicieron de Jesús: Todo lo ha hecho bien.

2. Levantemos frecuentemente nuestro corazón y nuestros ojos al cielo
Recogerse, orar, pedir la gracia del Espíritu Santo y serle fieles, ofrecer a Dios todas nuestras acciones y pedirle que nos ayude a obrar santamente, fieles al criterio ignaciano: ad maiorem Dei gloriam, todo para la mayor gloria de Dios.

Pidamos al Señor que repita hoy entre nosotros el milagro del Evangelio.

Que nos cure cuando somos sordos y mudos espirituales.

Que abra nuestros oídos para ser fieles a su gracia, obtener el perdón de nuestros pecados y poder alabarle por toda la eternidad en el cielo.