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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Evangelio
Lc 15, 1-10
Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”. Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta»
Cristóbal García Salmerón (s.XVII): «El Buen Pastor»
Reflexión
I. La Misa de este día es la del tercer Domingo después de Pentecostés y el contenido de sus textos se puede poner en relación con la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús que hemos celebrado el pasado viernes, a pesar de estar compuestos muchos siglos antes de que se estableciera con posterioridad a las revelaciones a santa Margarita María de Alacoque en el siglo XVII
Esta relación se debe a que la liturgia celebra hoy la misericordia de Dios para con nosotros, en nuestra condición de pecadores. Jesucristo no vino a llamarnos porque somos justos, sino por ser pecadores y el Espíritu Santo sostiene la fecundad de la vida cristiana. Nuestra respuesta a esta vocación divina se expresa ya desde el introito: el humilde arrepentimiento de las faltas pasadas y la confianza en la misericordia infinita de Dios.
«Mírame, y ten piedad de mí, Señor: porque estoy solo, y soy pobre: mira mi humillación, y mi trabajo: y perdona todos mis pecados, oh Dios mío. — Salmo: A ti, Señor, elevo mi alma: en ti confío, Dios mío, no quede yo avergonzado»
II. El Evangelio de la Misa (Lc 15, 1-10) se sirve de una circunstancia de la vida de Jesucristo para inculcarnos esta enseñanza. «Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Ese acoge a los pecadores y come con ellos». La respuesta de Nuestro Señor se desarrolla en tres parábolas, planteando el tema de la misericordia; y esto con una misma finalidad: manifestar su misión y gozo por salvar a los pecadores: « Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta». El Evangelio de hoy sólo trae las dos primeras (la oveja y la moneda), la tercera es la del hijo pródigo.
Aunque todas las cualidades personales de nuestro Salvador nos atraen a su servicio, lo hace sobre todo la misericordia: «La misericordia resulta muy dulce para los míseros» (San Bernardo). Esta se descubre:
Imitemos por tanto la conducta de los que nos refiere el Evangelio de este Domingo:
« El adjetivo griego “jrestós” que Jesús aplica a su yugo, es el mismo que se usa en Lc. 5, 39 para calificar el vino añejo. De ahí que es más exacto traducirlo por “excelente”, pues “llevadero” sólo da la idea de un mal menor, en tanto que Jesús nos ofrece un bien positivo, el bien más grande para nuestra felicidad un temporal, siempre que le creamos. El yugo es para la carne mala, mas no para el espíritu, al cual, por el contrario, Él le conquista la libertad (Jn. 8, 31 s.; 2 Co. 3, 17; Ga. 2, 4; St. 2, 12). Recordemos siempre esta divina fórmula, como una gran luz para nuestra vida espiritual. El Evangelio donde el Hijo nos da a conocer las maravillas del Eterno Padre, es un mensaje de amor, y no un simple código penal. El que lo conozca lo amará, es decir, no lo mirará ya como una obligación sino como un tesoro, y entonces sí que le será suave el yugo de Cristo, así como el avaro se sacrifica gustosamente por su oro, o como la esposa lo deja todo por seguir a aquel que ama. Jesús acentúa esta revelación en Jn. 14, 23 s., al decir a San Judas Tadeo que quien lo ama observará su doctrina y el que no lo ama no guardará sus palabras, Tal es el sentido espiritual de las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa (13, 44 ss.). Del conocimiento viene el amor, esto es, la fe obra por la caridad (Ga. 5, 6). Y si no hay amor, aunque hubiera obras, no valdrían nada (1 Co. 13, 1 ss.). Todo precepto es ligero para el que ama, dice S. Agustín; amando, nada cuesta el trabajo: “Ubi amatur, non laboratur”» (Mons. STRAUBINGER, LA Sagrada Biblia, in: Mt 11, 30)
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«Oh Dios, protector de los que en ti esperan, y sin quien no hay en el hombre ni firmeza, ni santidad; multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, siendo Tú nuestro pastor y nuestro guía, pasemos por los bienes temporales de modo que no perdamos los eternos» (colecta de la Misa)