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19 marzo 2020 • Siempre es posible contener los excesos del capitalismo financiero y derivar la financiación hacia planteamientos productivos

Manuel Parra Celaya

Del ayer al hoy

Confieso que nunca había tenido noticia de Thomas Piketty, cosa nada extraña en un aficionado a la historia y antiguo profesor de literatura, ajeno a la economía. Me llegó la referencia de su libro Capital e ideología a través de una reseña del que fue ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla, insertada en una revista universitaria, que subtitula Alternativa para superar el actual capitalismo privado.

Según Sevilla, ese autor -situado, al parecer, en la órbita de una socialdemocracia avanzada- formula una dura crítica al capitalismo actual y propone que se transforme, para convertirse en un sistema inclusivo que no siga ahondando la brecha de las grandes diferencias sociales. A tal efecto, Piketty propone varias medidas: una política fiscal progresiva y justa; el acceso de los trabajadores a la propiedad de los medios de producción hasta un 50%; un freno a la especulación y apropiación legítima de bienes comunales; profundizar en la propiedad social y en una suerte de socialismo participativo con base en la empresa; asimismo, sostiene que la desigualdad está propiciada más por rasgos ideológicos y políticos que por los económicos y tecnológicos. En esta glosa del autor, Jordi Sevilla lo sitúa entre Marx y Keynes.

Esta última afirmación del exministro es idéntica a la que el economista Manuel Funes Robert asignó a José Antonio Primo de Rivera, el cual, si bien no pudo conocer la obra keynesiana (su Teoría General se publicó en febrero de 1936), quizás sí tuvo noticia de sus teorías a través de su profesor Olariaga.

Ante todo hecho histórico, personaje y doctrina, se debe, por supuesto, considerar el marco en que vivió, su circunstancia. Concretamente la de José Antonio fue la de una época en que se estaba superando la Gran Depresión del 29, los intentos de recuperación del New Deal de Roosevelt y las pretendidas soluciones de los regímenes totalitarios; como tampoco era economista el Fundador de la Falange, no menciona los dos primeros hechos, termina desdeñando los segundos como alternativa y prefiere aceptar las previsiones de Marx sobre la autodestrucción del sistema capitalista, proponiendo soluciones originales.

Como sabemos, su propuesta fue la de un Estado Sindical, que se adelantara a las previsiones marxistas y reemplazara el sistema capitalista por otro de base sindicalista; bien es verdad que sus ideas no pudieron concretarse por falta de tiempo vital (no estaban los acontecimientos para dedicarse a profundas reflexiones y estudios teóricos), pero sí nos han quedado algunos elementos que nos pueden servir de guía para entender qué pretendía.

Si Carlos Marx erró en sus previsiones, igual le ocurrió a José Antonio en este punto, quien, lógicamente, no pudo prever acontecimientos posteriores, como el desenlace de la 2ª GM, la regeneración del sistema en un neocapitalismo, el que auspició las teorías de Keynes que dieron lugar al Estado del Bienestar, y mucho menos la revolución tecnológica y las nuevas formas que adopta un hipercapitalismo global, que arrincona en nuestros días aquellas medidas sociales, que fueron positivas, qué duda cabe, aunque sin alterar el fondo de un Sistema, que ahora sigue otros derroteros.

Debemos quedarnos con la búsqueda joseantoniana hacia fórmulas de establecer una justicia social profunda, que estableciera la armonía del hombre con su contorno como finalidad última; rechazó, eso sí, las posiciones melifluas como la de armonizar el capital con el trabajo:

El trabajo es una función humana, como es un atributo humano la propiedad. Pero la propiedad no es el capital: el capital es un instrumento económico, y, como instrumento, debe ponerse al servicio de la totalidad económica, no del bienestar personal de nadie.

En consecuencia, propuso en su momento «desmontar el aparato económico de la propiedad capitalista, que absorbe todos los beneficios, para sustituirla por la propiedad individual, por la propiedad familiar, por la propiedad comunal y por la propiedad sindical» (con respecto a este último punto, ¿qué sindicatos podrían hoy asumir este reto con eficacia y honradez?). Estas propuestas iban unidas a su idea de nacionalizar el servicio de crédito y llevar a cabo una reforma agraria, en la que se racionalizaran las unidades de cultivo y la población se instalara en áreas cultivables.

Lógicamente, la realidad debe imponerse sobre las utopías, por muy sugestivas que nos puedan parecer; los tiempos en que vivió José Antonio fueron muy distintos a los que vivimos hoy, y las previsiones y propuestas que se elaboren van a ser diferentes. ¿Es posible hoy en día desmontar el aparato económico de la propiedad capitalista? En todo caso, sí contener los excesos del capitalismo financiero y derivar la financiación, no hacia planteamientos especulativos, sino productivos; aspectos más técnicos los dejo, como es lógico, a la sapiencia de los economistas que se consideren joseantonianos.

Cualquier revisión de José Antonio debe ir en la línea de mantener lo esencial y lo permanente (Miguel Argaya) y dejar a la historia lo coyuntural y lo contingente. Todo mimetismo ucrónico equivaldría a una forma de deslealtad a su obra.

Por ello, es imprescindible ahondar en un clásico, como José Antonio Primo de Rivera, y, por supuesto, en un actual, como Thomas Piketty, siempre con mente crítica,  para incorporar a nuestro acervo cultural e ideológico todas las aportaciones positivas que puedan transformar el injusto mundo en que vivimos.