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15 mayo 2019 • Me he perdido en mi barrio y también me he perdido en mi ciudad

Manuel Parra Celaya

Me he perdido

Los Reyes Católicos en el acto de administrar justicia, de Víctor Manzano y Mejorada (1831-1865). Palacio Real de Madrid

Pues sí, la primera impresión es que me había perdido en mi propio barrio de Gracia, ese que antiguamente ostentaba con orgullo el título de villa y que fue brutalmente anexionado por el centralismo de Barcelona, sin que sirvieran de mucho las ingenuas barricadas que los gracienses levantaron en 1897 para impedirlo.

¿Que por qué aludo a acontecimientos y épocas tan remotas? Simplemente, para estar al día y seguir la tónica que ejercita de continuo el Consistorio que preside la señora Ada (Inmaculada, según su partida de Bautismo) Colau y sus acólitos ideológicos. El motivo de mi sensación, y la consiguiente preocupación de que empezaba a ser un jubileta con ciertos despistes (por decirlo en términos suaves) fue que la cale denominada hasta ahora Secretari Coloma ha cambiado sus placas identificativas por las de Pau Alsina.

Francamente, no me había enterado del cambio -decretado durante un viaje a otros lugares-, ni del procedimiento legal utilizado para este. Empiezo por esto último: el Ayuntamiento se dirigió a 2.201 destinatarios, con una pregunta-trampa; respondieron 1.o41 tan solo; de estos, 654 se pronunciaron a favor del cambio, 372 en contra y se dice que se contabilizaron 10 votos nulos (¿qué pondrían?).

En cuanto a las razones esgrimidas por el populismo progre y nacionalista que rige la ciudad, estas vienen fundamentadas en una aplicación de la memoria histórica…al siglo XV. Resulta que el secretario Coloma (Mossèn Johan Coloma), nacido en Borja y fallecido en Zaragoza, prestó sus servicios a Juan II y a los Reyes Católicos; en virtud de su cargo, firmó las Capitulaciones de Santa Fe (las que propiciaron el viaje de Cristóbal Colón y el descubrimiento de un Nuevo Mundo), el decreto de expulsión de los judíos (en realidad, del judaísmo, pues la motivación era religiosa y no racial) y, más tarde, el Tratado de Barcelona, que permitió la devolución del Rosellón y la Cerdaña a la Corona de Aragón de manos francesas; también, dentro de la mentalidad europea de la época, extendió la jurisdicción del Tribunal del Santo Oficio a Barcelona y a otras localidades catalanas, aunque en el conjunto de la Corona ya había sido instaurado en 1249.

Por su parte, Pau Alsina (1830-1897) fue un obrero que, con ocasión de la revolución de 1868, formó parte de las Cortes del sexenio revolucionario; me informan también que, acabada su carrera en el mundo de la política, se reintegró a su profesión, cosa que dudo que pueda hacer algún día la actual alcaldesa, pues afirman malas lenguas que nunca ejerció ninguna.

Para más inri, el Ayuntamiento aduce para el cambio que se trata de una restitución del nombre original, que fue modificada en 1939 por los franquistas; lo que se callan sibilinamente es que el nombre de Pau Alsina fue asignado en 1931, cuando tradicionalmente llevaba el nombre, nada político, de calle Jordà. Así se escribe la historia.

Menos mal que un servidor no tiene la pretensión de que nombre presida alguna calle barcelonesa, pues, buceando en la historia, me ha llegado la noticia de que mi apellido está relacionado a un tal Adam de la Parra, en el siglo XVII, Inquisidor General y muy amigo del antisemita Francisco de Quevedo, y que sufrió prisión, a pesar de su cargo, por algún asuntillo de faldas.

Así que me he perdido en mi barrio, repleto, por cierto, de esteladas y de lazos amarillos de plástico; y también me he perdido en mi ciudad, tan férreamente sujeta a una corrección política cuyos efectos se remontan, por lo que parece, a siglos muy anteriores. No me queda otro remedio que volver a aprenderme los nuevos nombres de calles y plazas, la situación de los nuevos monumentos y el destino vergonzante de los antiguos que han sido apeados de sus pedestales; pero eso, por lo que he comprobado, es común a los habitantes de muchas localidades de toda España, que se han visto favorecidos con Consistorios semejantes al barcelonés en los sorteos postelectorales.

Me he perdido, también, en esta mi Cataluña, parte de cuya población está abducida por la mentira del separatismo y de la que se va apoderando un bilioso rencor hacia todo lo que se relaciones con esas empresas comunes llamadas España, Europa y, en definitiva, la racionalidad humana.

Me he perdido, finalmente, en esta España oficial, entregada a la insania de reescribir el pasado; de borrar o exaltar alguno de sus componentes según criterios partidistas del presente. Esta España que silencia sus glorias y se regodea en sus defectos, que de todo tiene el ayer en cualquier nación civilizada.

Me he perdido en esta España oficial que me apunta con su dedo índice conminativo para señalarme lo que debo saber y lo que debo ignorar, lo que es obligatorio que piense y cuáles son los pensamientos nefandos que he de alejar de mi mente.

La España oficial, en suma, de la gran inquisición progresista y del totalitarismo democrático.