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15 abril 2019 • Noventayochismo y modernismo se dan la mano en los dos hermanos poetas

Manuel Parra Celaya

Dos saetas

Joaquín Turina: «Martínez Montañés contemplando la salida procesional del Señor de Pasión». Óleo sobre lienzo. Casa de la Hermandad de Pasión. Sevilla (1890)
https://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Martínez_Montañés_Señor_de_Pasión.jpg

Se hizo tópico encasillar a Antonio Machado como noventayochista y a su hermano Manuel como modernista, como si se tratara de dos equipos de fútbol o de dos movimientos literarios contradictorios entre sí. Se hizo aun más tópico -vulgar y desgraciadamente tópico- oponer a los dos poetas en razón de sus respectivas situaciones y simpatías en los dos bandos de nuestra guerra civil.

El colmo de la barbarie ibérica, convenientemente atizada, fue calificarlos como Machado el bueno, por su inclinación hacia el bando frentepopulista, y Machado el malo, por su posición nacional, o a la inversa. Aunque uno dedicara versos a Líster y el otro a Franco, fueron un reflejo de la mayoría de familias españolas, que contaban entre sus allegados a personas repartidas en ambas trincheras, sin que, en la mayoría de los casos, hubieran dimitido el cariño y la llamada de la sangre ni entre quienes eran enemigos, ocasionales o ideológicos, ni de sus familiares hacia ellos.

Lo cierto es que sobre Manuel cayó el espeso velo del silencio con que premia el rencor a quienes militan bajo banderas distintas, sobre todo si son políticamente incorrectas, mientras que Antonio fue y es ampliamente utilizado, obviando el abandono a su triste suerte de que fue objeto por quienes después jalearon su recuerdo. Tampoco sirvió que a este último dedicaran sus esfuerzos Dionisio Ridruejo y las revistas poéticas azules por reivindicarlo para todos los españoles, de acuerdo con los criterios joseantonianos de una auténtica reconciliación, aun cuando estaban calientes los fusiles.

Pero hablemos de las saetas; porque son dos, una de cada hermano. La de Antonio la conoce todo el mundo, por su popularización en la música de Serrat, y es común su interpretación por todas las bandas que acompañan a las procesiones. La de Manuel solo la ha leído acaso una minoría. Atrevámonos a cotejarlas entre sí, no con pretensión alguna de enfrentamiento, valorando una y desaprobando la otra, sino en un esfuerzo de devoción poética y de complementación, que es tanto como decir entendimiento, lejos de espurias memorias históricas, que llegan a inficionar el mundo de lo literario.

Ambas parten del popularismo, es decir, de su inspiración en el alma popular; Antonio, con la entradilla completa de una saeta tradicional (¿Quién me presta una escalera…?) y Manuel con dos versos iniciales (Míralo por donde viene / el Mejor de los nacidos…). En efecto, la poesía de ambos hermanos arranca de la entraña del pueblo y, luego, actúa sobre ella, a modo de un estilo propio de la minoría creadora.También es coincidente la métrica tradicional y popular con que se urden los versos: el octosílabo en ambos casos, en forma arromanzada en Antonio y en combinación de cuartetas y estrofa manriqueña en Manuel.

En la saeta de Antonio, destacan, como en toda su poética, los símbolos: la reiteración del siempre (monotonía), que, enlazado con el verso que es la fe de mis mayores, suena a modo de suave crítica sobre una falta de profundización religiosa en el Misterio de la Pasión y Resurrección de Cristo; el mar, símbolo del agua quieta y de la muerte, sobre el que camina (otro símbolo habitual en Antonio) Jesús, en expresión de Vida. La inquietud metafísica y existencialista de Antonio Machado se expresa claramente al poner al Cristo vivo y no muerto como su preferido: el colgado en el madero resucita y nos abre las puertas de nuestra propia resurrección, lo que hubiera sido imposible si a la Cruz no hubiera seguido la Victoria sobre el sepulcro.

Como en toda la poesía de Antonio, la realidad exterior -en este caso, las procesiones y la devoción popular- causa un impacto en el yo poético del autor y le obliga a una reflexión introspectiva, que se vierta así en sus versos. Es el alma castellana de un poeta andaluz.

La saeta de Manuel es más descriptiva y colorista, llena de sensaciones, alguna de ellas maravillosamente inspirada: túnicas de seda, hormiguero de estrellas festoneando el camino (también en él, como en su hermano, símbolo de la vida), azahar, incienso: lo visual, lo olfativo, lo táctil, nos sumergen en la procesión. La síntesis llanto y oración, salmo y trino, desemboca en el tan humano y, a la par, tan divino, que refleja la doble naturaleza del Hijo de Dios hecho Hombre. El lirismo llega a su cumbre con las golondrinas /le quitan las espinas/ al Rey del Cielo en la Cruz.

También en este caso, la perspectiva del asistente a una procesión en una calle de Andalucía provoca en el poeta el encontronazo súbito y le impulsa a meditar sobre lo que ha visto, Es el alma andaluza de un poeta andaluz, nada superficial.

Noventayochismo y modernismo se dan la mano en los dos hermanos poetas y se reflejan en sus respectivas saetas, más contenido Antonio, más explícito Manuel; igual inquietud cristiana en los dos, con una nota crítica acentuada en el primero y un matiz realista en el segundo. En ambos casos, exhortación hacia el triunfo de Cristo en su Resurrección y poca complacencia hacia una exclusiva faceta dolorista de la Pasión.

Profunda religiosidad de la Semana Santa española, esa que sigue despertando las suspicacias del actual laicismo, heredero del mostrenco anticlericalismo del XIX y de la virulencia antirreligiosa del siglo XX. Profunda religiosidad, que se pondrá de manifiesto, como cada año, de diversas maneras y según las distintas sensibilidades de las regiones españolas, al paso de las procesiones con las mejores imágenes de nuestro arte sacro.

Que el llanto y oración de Manuel y el siempre por desenclavar de Antonio, sin perder su sentir tradicional y popular, nos inclinen a todos a una brillante Pascua.

Y que la poesía de ambos Machado se fusione, como otro símbolo, en el alma de España, para que nunca más las familias se vean desgarradas por alguna insidiosa incitación a escindirse en bandos enfrentados.