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28 mayo 2018 • Hay ideas y valores que se atribuyen  a un sistema político y son por completo independientes • Fuente: Documenta nº 40

Enrique de Aguinaga

José Antonio y la Falange: Adolfo Muñoz Alonso

En julio de 1974 (atención a la fecha) Manuel Milián Mestre (1943)[1] periodista y político, con estudios de Filosofía y Teología en el Seminario de Tarragona, se entrevista con el filósofo Adolfo Muñoz Alonso (Peñafiel, 1915-Santander, 1974).

Son las últimas declaraciones de Muñoz Alonso. Se publican en “Tele/eXpres” de Barcelona, el 3 de agosto  de 1974, con el título “Adolfo Muñoz Alonso, testamento de fe y últimas palabras (Una entrevista que la muerte impensada convirtió en póstuma)”  y cinco  ladillos: “La Filosofía es una germinación”, “Su falangismo”, “El mundo se ha transformado”, “Me dejaría matar antes de matar yo” y “Ultimas palabras”.

El texto constituye un apoyo de autoridad a la idea de José Antonio, más que líder político, como arquetipo[2]. Después de su publicación, el texto apenas ha circulado. De las preguntas de Milián se han seleccionado tres, que a continuación se transcriben con las correspondientes  respuestas de Muñoz Alonso (En la construcción se advierte el magnetófono):

–Habría que precisar, en momentos de tamaña confusión, su origen político e ideológico y la conclusión a que ha llegado en el orden práctico, tras tantos lustros de militancia; es decir, ¿de dónde arranca y donde está usted ahora?

–Lo cierto es que aunque suene escandaloso, la profesión que ahora ejerzo con mis cargos [catedrático de Historia de la Filosofía, director del Instituto de Estudios Sindicales] no guarda relación, no digo que esté en contradicción, digo que no son la consecuencia lógica, quizá dialéctica sí, de mi profesión política.

Yo soy falangista. Cualquier confusión de ser falangista con lo que por falangismo se suele entender es una lamentable coincidencia. Para mí la Falange  surgió de una poesía política; es decir, se arrogó la política unas determinaciones que no son estrictamente políticas; muchas de las ideas, de los valores que se atribuyen a una determinada profesión política son políticas solo por confusión o exageración. Estamos asistiendo, a mi manera de ver, a una inflación política porque hay ideas y valores que se atribuyen  a un sistema político y son por completo independientes; es casi una profanación de esas ideas el atribuirlas a la fe política, ya que pueden estar mejor asentadas o lo mismo, por lo menos,  en otra ideología, ya que no son fruto de una ideología, sino asunción por parte de una ideología, indebidamente.

Cuando el ser falangista, por ejemplo, supone una fe religiosa, unos valores que se excluyen entonces de otra ideología, se está falsificando a la una por desprecio y a la que defiende esto por exageración. Entonces mi origen es falangista por un contacto más espiritual que político con José Antonio, y José Antonio, si se me permite la comparación, igual que San Agustín, para mí no es un filósofo, sino un hombre de espíritu que hace filosofía. José Antonio es un hombre fenomenal, impresionante, que además hizo política.

Entonces toda la fascinación de la doctrina de José Antonio no es solo, exclusivamente o restrictivamente, por su idea política, sino por algo que era independiente incluso de su propia política. Él quiso, en un momento dado, crear un sistema que abarcara un espectro mucho más amplio del que la política da de sí. Dicho de otra forma: quiso transformar el concepto mismo de la política. No le dejaron; no sé si porque los demás se opusieron por su mediocridad o porque la política es una dimensión del hombre, pero no es la que puede agotar en sí mismo ni aglutinar en ella cualquier posibilidad humana.

–¿Hasta qué punto se siente usted cómodo en la plasmación de ese falangismo activo y político que durante cuarenta años se ha esgrimido, no digo si se ha realizado,  y que usted sitúa en un nivel de realidad complejo y equivoco en el que un falangista puede estar inmerso, en un mundo o en una praxis política falangista, de personas que quizá no lo son o aparentan serlo solamente?

–La política no se organiza desde la mente del político, sino que es, como se ha dicho muchas veces, también mutilando la frase, a mi manera de ver, el arte de lo posible. Y un falangista debe añadir: dentro  del ámbito de lo irrenunciable. En esto se distingue un falangista de uno que no lo es; el falangista tiene unas aspiraciones irrenunciables y por lo tanto no entrega al posibilismo cualquier solución. Lo que acontece es que esto ya empieza a no ser política. Entonces yo admito ciertamente que no se ha realizado el ideal falangista, entre otros razones, porque si se hubiera realizado ya no sería un ideal, porque lo esencial del ideal es motorizar las ideas pero no realizarlas.

Por otra parte, y es muy grave lo que voy a decir, abrigo serias dudas  sobre la posibilidad de un falangismo, no porque la idea falangista no sea realizable, sino porque la estratificación  social española impide que un falangismo pueda ser nunca una realidad, ya que lleva consigo una  transformación que los estamentos españoles han impedido que pudiera llevarse a cabo. Y si me pregunta usted qué estamentos, no tendría inconveniente en decírselos, pero no hace falta, porque son precisamente aquellos estamentos en los cuales usted está pensando cuando me los pide.

–¿Puede ser un interlocutor válido un falangista puro en el umbral de un mundo en el que se aboga  por una libertad absoluta y radical  y en donde el término “política” o la praxis de los grupos gobernantes  se ciñe en lo posible a un esquema democrático o, por lo menos, de ello se alardea?

–Yo lo que no entiendo es como un falangista puede llamarse sin equivocarse falangista puro, porque “puro” significa limpio de todo y justamente José Antonio no fue un falangista puro, sino que sufrió, como es lógico, la contaminación de su tiempo, ya que solo el que asume el presente tiene capacidad de futuro. A mí me da la sensación de que esos llamados falangistas puros son muy poco joseantonianos, porque lo que se atribuye a José Antonio de fascismo no es tal, sino el contacto que tuvo  con unos modos, unas actitudes, una reacción existentes y útiles para llevar a cabo su propia revolución.

Pero, si hay algo antitotalitario en el sentido fascista de los fascistizantes (¡que palabra tan fea!) está en José Antonio, un hombre que proclama la libertad y la dignidad del hombre, valores de lo que luego se ha dado en llamar democracia   Yo creo que en este sentido el mundo se ha transformado; ha transformado los conceptos e incluso las posibilidades.

Pues bien, el falangista puro no es el que es  puro asépticamente leyendo a José Antonio, sino el que opera, hoy, tal como operó José Antonio en otro ambiente, pero asumiendo el ambiente, no el pasado. Más aun, yo me atrevería, y ello es grave, a decir que un falangista que se diga puro porque conserva con toda su pureza y asepsia las frases de José Antonio le está ofendiendo porque la política solo es auténtica en la medida que en que se evoluciona desde ella, no en la medida en que puede ser subsumida cuando se pronunció. Por lo tanto el falangismo se prueba en que no se parezca –puesto que la circunstancia es distinta y la circunstancia es una integrante del yo y de cualquier actividad—justamente a aquel falangismo que era como era en virtud de unas circunstancias que realmente han cambiado en España y en el mundo.


[1] Manuel Milián Mestre es el interlocutor de Josep Tarradellas, flamante presidente de la Generalitat, cuando exclama: “¡Cony, quina Catalunya ens a deixat Franco” (Barcelona, 23 de octubre de 1977)

[2] Enrique de Aguinaga, a partir de  “José Antonio, el hombre”, en “España, una”, periódico de prácticas de la Escuela Oficial de Periodismo, Madrid, 29 de octubre de 1944.

Una respuesta para José Antonio y la Falange: Adolfo Muñoz Alonso