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23 abril 2018 • Arrinconadas quedaban para ugetistas y cocos las reivindicaciones obreras

Manuel Parra Celaya

La traición de los sindicatos

Hace escasos días me han publicado -y disculpen por la autocita- un pequeño trabajo que lleva el provocador título de ¿Ha muerto el sindicalismo?, en el que comenzaba aclarando al lector que no me refería a las centrales sindicales, como asociaciones de trabajadores, reconocidas en todas las legislaciones europeas incluida la Constitución española, sino al sindicalismo como estallido de conciencia, como ética y dotado de una actitud finalista, como apuesta comunitaria de búsqueda de una sociedad más justa.

Los hechos recientes me están dando una respuesta afirmativa a la pregunta, y no tanto por las causas que apuntaba en mi estudio -tercera revolución industrial, globalización, complicidad de la socialdemocracia con el neoliberalismo, cultura del posmodernismo…-, sino por la alineación (¿o valdría decir alienación en este caso?) de UGT y de CCOO con la causa del separatismo en Cataluña y de sus políticos presos.

El artículo 7 de nuestra Carta Magna define claramente la función de los sindicatos: defensa y promoción de los intereses económicos y sociales que les son propios; ¿me quieren explicar qué demonios tiene todo eso que ver con que los jueces apliquen las leyes para castigar a quienes las han vulnerado gravemente mediante un golpe de Estado en toda regla?

Las centrales sindicales mencionadas (llamadas mayoritarias en claro eufemismo de corrección política) se sumaron, pues, a la manifestación que el pasado domingo recorrió la avenida del Paralelo barcelonés, en exigencia de libertad de los golpistas del mes de octubre. En ella, los secretarios generales de UGT y de CCOO -Ros y Pacheco, Pacheco y Ros, que tanto monta…- compartieron el olor de multitudes nacionalistas con la habitual sopa de letras (JxCat, ERC, PDeCAT, ANC, Omnium…) y todo el elenco de ese tejido social urdido durante más de treinta años de subvenciones con cargo a los fondos públicos.

Era maravilla contemplar la coincidencia de intereses -ahora la llaman transversalidad– con un sonriente Artur Mas, el autor de los más alucinantes recortes en el ámbito de lo social, lo educativo y lo sanitario en Cataluña, con otros dignísimos representantes del 3% (o del 5, que esto no queda claro), con la burguesía separatista, con la infatigable trabajadora Ada Colau, con el señor Domènech, diz que representante de Podemos y, en suma, todos quienes se pasan por el arco de triunfo la misma Constitución que da legitimidad a los sindicatos y, lo que es peor, la igualdad de todos los españoles ante las leyes y la integridad de España. Todos cobijados bajo la estelada y el sediciente lazo amarillo bilioso.

Para aumentar la ceremonia de la confusión, algunos sandios portaban la bandera tricolor de la 2ª República española, aquella que, según su Constitución, se declaraba Estado integral y, en consonancia con esto, tuvo que llevar los cañones a la plaza de San Jaime cuando la intentona del 6 de octubre del 34 que protagonizó el Sr. Companys, ilustre precedente de Puigdemont.

Arrinconadas quedaban para ugetistas y cocos las reivindicaciones obreras; ahora, lo urgente era ir del bracete con los llamados explotadores de antaño, aliarse con los defensores del falaz mito nacionalista; consecuentemente, la manifestación de los pensionistas, que se celebró el mismo domingo en otros lugares de España, fue adelantada en Barcelona al sábado, bajo una intensa lluvia, para dar mayor realce a la convocada por los separatistas; los resultados fueron, de momento, que solo dos mil jubilados reclamaron más justicia en sus pensiones y, a la corta o a la larga, habrá una importante mengua en el número de afiliados a UGT y a Comisiones, pues parece que muchos trabajadores son reacios a servir de carne de cañón  para los espurios afanes secesionistas. El malestar alcanzó a afiliaciones de toda España, pues, las confederaciones a nivel estatal (obsérvese la omisión del término nacional) se solidarizaron con la marcha callejera de Barcelona.

Dicen las crónicas periodísticas que, en el curso del recorrido, se pasó la hucha para una caja de resistencia, con el fin de hacer frente a los dorados exilios, a las multas y fianzas y al pago de los 800 o más autocares que llegaron de muchos puntos de Cataluña para traer a los manifestantes; históricamente, el concepto de dicha caja era para ayudar a las familias de los trabajadores en huelga… O témpora, o mores!

En mi trabajo mencionado al principio -y reitero mis disculpas por la posible falta de humildad- concluía con la afirmación de que el sindicalismo, tal y como los concebíamos, ha muerto; es evidente que hay que acudir a una redefinición de muchos conceptos y de muchas estrategias. Ahora bien, esto no va a depender del trabajador y de sus agrupaciones actuales, sino que será producto de nuevas orientaciones sociales y políticas que puedan ganar cuerpo en las sociedades occidentales en contra de lo establecido.

Evidentemente, las centrales mayoritarias en España han optado por la dirección contraria: ir a corriente de lo establecido, del totalitarismo nacionalista, dueño de vidas y, todavía no, de haciendas en Cataluña; el que ahora amaga el infamante calificativo de charnego para los obreros que provenían de otros territorios de España, pues ahora los precisa para claque de sus aquelarres callejeros.