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19 febrero 2018 • La barbarie roja en Don Benito

Alfonso Martínez Rodríguez

«La cuerda de presos»: 23 y 24 de julio de 1938 (2)

Continuación de: «La cuerda de presos»: 23 y 24 de julio de 1938 (1)

Unos kilómetros más adelante La Cuerda continúa su marcha. Nadie les cuenta lo que ha sucedido un poco antes. Anochece. Llegan al pueblo de Magacela sobre las diez de la noche. Ya han recorrido catorce kilómetros desde Don Benito. El imponente castillo apenas se vislumbra y evitan entrar en el pueblo y sus empinadas calles. En las afueras, les ordenan parar en la estación de ferrocarril. Por allí pasa el tren que va desde Don Benito a Castuera. Algunos piensan que por fin van a dejar de andar y les van a transportar en tren. Sus ardientes pies están destrozados. Ellos, agotados, y a cada momento que pasa en peor estado.

Les dejan descansar un rato, no mucho, y se ríen de ellos diciéndoles que “los fascistas tenéis que ser fuertes”. Sin embargo, no logran que les den ni siquiera un poco de agua a pesar de que allí existe una fuente en la que los milicianos, ellos sí, renuevan el agua de sus cantimploras. Tienen prisa, saben que les pisan los talones y quieren llegar cuanto antes a la siguiente parada. Los insultos, amenazas de fusilamiento y palabras soeces dirigidas a las mujeres no tienen tregua. Pero ésa prisa no hace que la caminata sea más rápida: Es de noche y tienen que velar para que sus 61 rehenes no escapen.

Cuando llegan a La Coronada (Badajoz) ya han recorrido más de veinte kilómetros desde Don Benito. Es noche cerrada y tampoco entran en el pueblo. Es la una de la madrugada del día 24. Allí hacen una parada de diez escasos minutos y prosiguen la marcha hacia Campanario (Badajoz).

A ésta población llegan a las cinco y media de la mañana del día 24 de julio de 1938. Ya llevan recorridos veintisiete kilómetros desde Don Benito. Les hacen desfilar por las calles del pueblo, exigiéndoles, en su estado, que caminen a paso marcial ante los curiosos que les observan. Les encierran en el muladar del Ayuntamiento, entre basura y paja, sin permitirles comer ni beber nada. Los conductores y asesinos de La Cuerda, que han hecho todo el recorrido hasta ahora montados en sus caballos, se van a descansar y son sustituidos por milicianos de la Comandancia Militar de Campanario. Éstos, quizás movidos por la compasión al verlos en ése lamentable estado, les aflojan las ligaduras y les dejan comer y beber de lo poco que llevan encima, e incluso les ofrecen algunos de sus ranchos.

Sobre las nueve de la mañana se escucha un gran revuelo en la calle. Llega el rumor de que las tropas nacionales están ya muy cerca. El día 21 han ocupado Orellana la Vieja (Badajoz) y cotas que van desde ésa población al Río “Zújar”, a tan sólo veinte kilómetros del norte de Campanario. Además, también han tomado Castuera (Badajoz) el día anterior, a las dos de la tarde del 23 de julio de 1938, curiosamente a la misma hora en que salieron de Don Benito con destino inicial a esa población, a otros veinte kilómetros por el sur. Ya no van a poder llegar allí. Llegan las dudas. Los milicianos y escopeteros Rojos de Don Benito, que tan valientemente han asesinado a sangre fría a siete de sus paisanos, ahora no saben qué hacer porque se sienten copados. Además se quejan de que no encuentran en éste pueblo a ninguna autoridad con la que poder entenderse. Es el momento del “sálvese quien pueda”.

A esa hora entran en el muladar municipal unos milicianos y se llevan a ocho presos amarrados. Aparentemente van a ser fusilados y ésa es la impresión que quieren dar a los cautivos. Al rato vuelven a entrar a por otra tanda pero sus jefes cambian de opinión y ordenan a todos los presos que recojan sus equipajes y les vuelven a atar fuertemente en actitud agresiva. Hay alguno que débilmente intenta negarse porque no se puede levantar por el cansancio acumulado y es castigado con un culatazo para que se incorpore siendo insultado groseramente. Se nota su nerviosismo. Les dicen que van hacia Puebla de Alcocer (Badajoz).

Uno de los integrantes de La Cuerda, Alonso Cerrato Moreno, de 46 años de edad, se ha quedado un poco apartado del Grupo. Sin quererlo escucha una conversación entre el Teniente al mando de la Comandancia Militar de Campanario y el Sargento Eusebio Jiménez Herrera “El Sargentillo”, al mando de La Cuerda: “Hoy va a haber abundante carne. Apuntad bien. Hacedlo lejos del pueblo y luego recogéis las carteras”. El otro contesta: “No tenga cuidado, no se escapará ninguno”.

Cuando reanudan la marcha, sobre las once de la mañana, Alonso Cerrato le comunica a su compañero de ligadura, Ricardo Ramos López, que ha escuchado al Teniente dar una orden para que se les fusilara. Alcanzan al Padre Eulogio Velasco Navarro, de 52 años de edad, Párroco de la Iglesia de Santa María de Don Benito, para que les dé la absolución. Otros, se van enterando al correrse la voz y se acercan al Sacerdote con la misma petición sin dejar de caminar. Poco a poco, convencidos de lo que les aguarda, abandonan el escaso equipaje que les queda para esperar con resignación el momento de su muerte. Sus guardianes quieren llegar cuanto antes a su destino y con la menor “carga humana” posible, pero la suficiente para tener algo con qué negociar en el caso de ser cercados por las tropas nacionales.

Han tomado un camino que transcurre casi en paralelo a la carretera que va desde Campanario a Orellana la Vieja con la intención de abandonarlo al atravesar el Río “Zújar” y encaminarse a Puebla de Alcocer a través del “Cordel Serrano”, cercano a la carretera. Hay ocho kilómetros entre el primer pueblo citado y el badén del río. En su camino se cruzan con cientos de personas, civiles, soldados y dirigentes marxistas de los pueblos de los alrededores, que huyen atropelladamente en medio de un ensordecedor griterío ante la llegada del Ejército Nacional. Muchos pierden en la huida sus cargas, enseres personales, comestibles y objetos valiosos producto de los robos y la rapiña, que son abandonadas por el campo de La Serena. Ante ésta situación, los conductores de La Cuerda deciden no atravesar el río y dirigirse a Puebla de Alcocer por la carretera que más al sur les pueda llevar a ésa población.

Recorren la orilla del Río “Zújar” hacia el Este y a dos kilómetros encuentran un molino existente entre las desembocaduras del Río “Guadalefra” y el Arroyo del “Campo del Toro”: Es el Molino “Redoma”, junto a la fuente “La Gamonita”. Ante los ruegos de las mujeres, que les persuaden para hacer una parada porque las fuerzas son ya muy escasas, les conceden un descanso. El calor es abrasador. Son cerca de las tres de la tarde. Ya han recorrido treinta y siete kilómetros desde Don Benito en tan sólo veinticinco horas. En condiciones inhumanas y en pleno mes de julio.

Los cautivos intentan refugiarse a la sombra del Molino pero ni se lo consienten ni les desatan. Tienen que comer a campo raso y beben del agua que caritativamente les lleva el molinero.

Una hora más tarde, cuando les ordenan reanudar la marcha, las caras descompuestas de los “custodios” denotan un temor cada vez más expresivo acerca de las consecuencias de los viles actos que han cometido. Saben por los milicianos que pasan huyendo, que las tropas nacionales han hecho el corte por Campanario y están a punto de entrar en el pueblo. La “Bolsa de La Serena” se constriñe cada vez más dejándoles una sola vía de escape hacia Puebla de Alcocer. Ya no tienen contemplaciones, si es que alguna vez las han tenido. Y a los que ya no pueden levantarse y menos caminar, simplemente les dejan atrás. Eso sí, con su correspondiente “custodia” para que sean vilmente asesinados.

Allí, en el Molino “Redoma”, quedan el Sacerdote Eulogio Velasco Navarro, de 52 años de edad, presa de un ataque de parálisis; Francisco Santamaría Cabanillas, de 57 años de edad; Agustín Cerrato Crespo, de 31 años de edad; Juana Ortíz Dávila, de 62 años de edad; y Santiago Arias Alonso, de 46 años de edad.

El Jefe de La Cuerda, Sargento Eusebio Jiménez Herrera “El Sargentillo”, comisiona nuevamente al soldado Alejandro Casto López González, acompañado del miliciano Miguel Genaro Balsera Arias “El Javeño” y otros más, para que terminen con sus vidas. Cuando el resto de La Cuerda comienza a caminar, a unos doscientos metros del Molino, cae desfallecido Ernesto Ruíz Parejo, de 45 años de edad, con fiebre y presa de un ataque de insolación. Sabe lo que le espera, pero su cuerpo y su mente han dicho “basta”. El Sargento hace un aparte con el Cabo Pablo Antonio Durán Martín-Romo “El Romo”, y le ordena que “acompañe” al detenido con los que han quedado atrás. Cuando la comitiva desaparece tras unos montículos, no hacen uso de sus armas de fuego. No quieren que el resto escuche los disparos y los gritos de sus compañeros de Cuerda. Ésta vez, para poner fin a sus vidas, emplean los machetes y cuchillos que portan. Los asesinan y los descuartizan. A los que aún les queda un halo de vida, son rematados a bayonetazos y golpes. No contentos con eso, se ensañan con algunos: al Sacerdote Eulogio Velasco le machacan la cabeza y le parten los dos brazos; a la comadrona de Don Benito, Juana Ortíz, le introducen un palo por sus partes genitales;… de todos estos viles actos es testigo el molinero. Son aproximadamente las cinco de la tarde y han pasado veintisiete horas desde la salida de Don Benito.

Mientras, la caminata continúa. De los 69 componentes de La Cuerda que salieron de Don Benito, hay ya 14 ausencias. Los 55 restantes que aún permanecen en ella, no saben a ciencia cierta lo que ha ocurrido con sus compañeros, pero se lo imaginan y saben que pueden ser los siguientes. Ahora están haciendo el camino inverso al que les llevo ésta mañana desde Campanario al Molino “Redoma”. Pero ahora lo hacen por el camino de la “Cañada Real Leonesa Oriental” que transcurre paralela a la orilla del Río “Guadalefra” en dirección al Santuario de “Piedraescrita”, pero no con la intención de llegar a él. No están tranquilos. Quizás demasiados testigos entre las gentes que campan desconcertadas por la zona; quizás porque están buscando un lugar lo más escondido posible para rematar su faena. Lo cierto es que avanzan, retroceden, y finalmente cruzan hacia el Este campo a través en dirección a la zona de “Las Mesillas” y “Los Moros”.

Al llegar al denominado “Moro de Suárez” los prisioneros reclaman insistentemente un poco de agua. Son cerca de las seis de la tarde. El paisaje es desolador, llanos, lomas, hondonadas,… pero todo ello acompañado de pizarras afiladas que son testigos mudos del drama que se vive por La Serena. De pronto ven salir de una de ésas hondonadas a un hombre que porta un cubo de agua. Todos corren hacia allí y encuentran un arroyo que atraviesa la finca: el Arroyo del “Campo del Toro”. En una de las pocas charcas que quedan en ésta época del año, unos cerdos se bañan en ella. Pero, da igual, beben de ésa agua caliente y sucia porque la corriente es mínima o inexistente. Parece que les dan un pequeño descanso.

Han caminado unos seis kilómetros desde el Molino “Redoma” en línea recta, pero por las idas y venidas el recorrido ha sido un poco más largo.

En éste trayecto ya se han reincorporado a La Cuerda los que se quedaron “acompañando” a los presos sentenciados en el Molino y que ya han terminado su tarea. Llegan diciendo en voz alta que “ya están descansando”. También se reincorporan el escopetero Alonso Álvarez Gallego “El Alonso” con una pistola en la mano y otro escopetero portando la escopeta de dos caños propiedad del anterior. Vienen de hacer su particular recorrido porque cuando finalizaron su “trabajo” en La Haba, huyeron ante la posibilidad de caer en manos de las tropas nacionales que andaban muy cerca de allí. Ya están otra vez juntos todos los que salieron de Don Benito.

Sin saber el motivo, Francisco García Gómez, de 37 años de edad, y Juan Cidoncha Merino, de 40 años de edad, son desatados por el soldado Alejandro Casto López González. El Sargento Jiménez se da cuenta y le ordena atarles nuevamente. Entonces Francisco García protesta y al intentar levantarse para hablar con el Sargento, recibe un brutal culatazo del que, momentos antes, le ha desatado. Quizás sienta alguna compasión, pero ésta desaparece ante su Jefe.

Son las seis de la tarde. Han pasado veintiocho horas y han recorrido cuarenta y tres kilómetros desde su salida de Don Benito.

Continuará


Hemos transcrito algunas páginas del libro: LA BARBARIE ROJA EN DON BENITO “LA CUERDA DE PRESOS”-23 y 24 de julio de 1938 80º ANIVERSARIO – Julio 2018 de Alfonso Martínez Rodríguez.

El texto tiene 221 págs. en edición sin ánimo de lucro que se distribuye a precio de coste (28€).

Pedidos al autor a través de la página de contacto de nuestra web (Pulse en este enlace)