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7 octubre 2017 • Algunas manifestaciones de tensión en que vivimos estos días los catalanes y el resto de españoles

Manuel Parra Celaya

Saturación de ¿anécdotas?

La tensión en que vivimos estos días los catalanes que nos sentimos y declaramos decidida y claramente españoles se ve acrecentada por el aluvión de noticias y relatos que nos asedian desde los medios telemáticos, y a los que dudo en calificar con el intrascendente apelativo de anécdotas, porque todos tienen su papel y su peso en esta pesadilla constante.

Vienen a ser como un combustible que alimenta esas calderas de vapor en que se han convertido nuestras mentes y nuestros corazones desde hace mucho tiempo. Mensajes, vídeos, audios, chistes, informaciones… me llegan a diario por medio de un correo electrónico que echa humo y completan despiadadamente lo que puedo leer en la prensa, ver en la televisión…y contemplar en las calles de Barcelona. ¡Menos mal que no tengo WhatsApp!

Algunas de estas anécdotas son particularmente lacerantes e incendiarias de voluntades -y también de impotencias-, como la ominosa expulsión de guardias civiles y policías nacionales de sus alojamientos, o el apartheid instaurado para ellos en comercios y establecimientos, que han sido previamente amenazados por los gánsteres separatistas para forzar a sus propietarios.

Ha sido particularmente sangrante la visión de una celebración eucarística en una localidad de Tarragona y, junto al altar y al oficiante, una mesa donde se contaban los votos extraídos de la urna-contenedor de basura; como católico, me sonó a sacrilegio, si es que esa palabra dice algo a los clérigos separatistas.

Otras noticias son, por el contrario, estrafalarias y mueven a la risa, sino fuera porque no hay muchas ganas de broma; así, la señora (o señorita o lo que sea) de ERC que acusaba a la policía nacional de haberle roto todos los dedos de la mano derecha y, aprovechando la ocasión, de haberle tocado las tetas (¡ya eran ganas!); luego, los vídeos difundidos, tanto del desalojo como de su excelente estado de salud momentos después, echaba por tierra la patraña, máxime cuando en otro vídeo aparecía, más tarde, con la mano izquierda escayolada. O el cambio de coche, en medio de un túnel, de Puigdemont, para que no lo localizara el helicóptero, al modo de los ladrones de bancos… O las fotos que mostraban como una misma persona podía votar cuatro, cinco y diez veces.

Ciertos relatos mueven a la indignación, como el saqueo de un supermercado por parte del piquete informativo que conminó a cerrarlo manu militari; y, sobre todo, el fanático padre que llevaba a su niño de corta edad a las espaldas como escudo humano en el día de la votación de marras. No dejaban de emocionar otras anécdotas, como el del abrazo del guardia civil al hotelero que, llorando, se disculpaba de la expulsión, por presiones del Ayuntamiento de turno.

Las menos son ocurrentes, divertidas incluso, como la iniciativa de un grupo de jóvenes consistente en colocar banderas nacionales y plumas blancas (recuerden el clásico Las cuatro plumas, de Kipling) en los coches de los Mossos d´Esquadra.

Uno de mis hijos también vivió su propia anécdota: al ir a comprar una bolsa de patatas en supermercado pakistaní el día de la huelga institucional, se vio sorprendido por un irascible ancianito que amenazaba al chaval morenito de la caja con que, si no cerraba, venían con él cinco más que le quemarían la tienda; no hay ni que decir que la intervención de mi vástago -poco respetuosa, en verdad- hizo poner en fuga al amenazador caballero y tranquilizó un poco al honrado y trabajador inmigrante.

De ese mismo día se puede resaltar otro relato preocupante: hubo enfrentamiento a bofetadas en las calles de la ciudad entre los estelados y quienes portaban enseñas españolas y apoyaban a la Guardia Civil y a la Policía Nacional. No es más que una consecuencia lógica de la fractura social y política que ha provocado una Generalidad de Cataluña en sus desvaríos. Nos hace retroceder a otro 6 de octubre, el de 1934, con la diferencia de que ahora aún no han sonado tiros.

Y, una vez inevitablemente evocada la fecha, no me resisto a la comparación entre los burdos recursos propagandísticos usados por aquellos golpistas de entonces y los de ahora, que solo se diferencian en el número de víctimas utilizado y en los medios de difusión utilizados. Quiera Dios que no se den más equivalencias.

Deseo que pasen pronto las anécdotas y que alguna de ellas, con el tiempo, se pueda olvidar. Y mi mayor deseo es que, por encima de ellas, prevalezca orsianamente la Categoría, que en este caso se llama unidad de España.