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18 julio 2017 • Se empeñan en remover tumbas y conciencias para atizar los rescoldos casi apagados que pudieran quedar en la sociedad

Manuel Parra Celaya

Asumir toda la historia

Ni España ni la historia pueden contemplarse con un solo ojo, sea el derecho o el izquierdo, forzando la mirada para que se adecúe a nuestras ideas; debe hacerse de frente, con los dos ojos bien abiertos, como se mira una pintura o se mira a una bella mujer.

Sucede cada año que, al llegar estos días estivales, algunos españoles se empeñan en mantener la vista torcida, como dice nuestro diccionario al definir el término tuerto, y con prurito y empecinamiento de malos historiadores, mirar hacia atrás, concretamente al 18 de julio de 1936, con el ojo humedecido por una épica nostálgica o con el ojo enrojecido del rencor y del revanchismo retrospectivos.

Y, a estas alturas, ya no puede decirse que estas actitudes se mantengan por parte de vencedores o vencidos, pues, generalmente, tanto unos como otros, en el caso de estar vivos, mostraron una generosidad con sus descendientes que consistía en no incluir el odio entre las cláusulas de sus testamentos.

Han sido quienes no conocieron, venturosamente, las luces y las sombras de aquella guerra civil -lo mejor de cada ser humano sale a flote en cualquier contienda-y estos son precisamente los que se empeñan en remover tumbas y conciencias para atizar los rescoldos casi apagados que pudieran quedar en la sociedad. A ello se ha unido, por supuesto, una cruel y provocada ignorancia de la historia en las aulas.

Otra cosa son las legítimas opiniones de cada uno. El 18 de julio de 1936 puede observarse desde muchos puntos de vista: como triste cumplimiento del primer aserto de la profecía de Ángel Ganivet (aunque, en la actualidad, se está cumpliendo el segundo: nos estamos entregando a los cerdos…); como intento postrero de salvar los valores republicanos de la sinrazón que introdujo aquel Frente Popular; como golpe de Estado devenido en guerra prolongada, al que cada cual se sumó con distintas intenciones, según ideologías y estrategias; como reacción defensiva de media España, que no se resignaba a quedar anulada (o perecer) en manos de la otra media, como había dicho Larra un siglo atrás; como exasperación por motivos sociales o como última ratio de la defensa de valores religiosos… Una mirada objetiva -si es posible mantenerla entre tanto bombardeo propagandístico- admitirá todas estas y muchas más razones que llevaron tristemente a la nación a partirse por la mitad con las armas en la mano.

El juicio personal de este articulista intenta participar de este enfoque global, con expreso menosprecio de las condenas del maniqueísmo de esta extraña memoria histórica en la que estamos inmersos, y, por supuesto, de cualquier intento, soterrado o expreso, de volver a enfrentar a los españoles. Y añade una consideración de su propia cosecha: mirada desde la perspectiva de nuestros días, fue otra ocasión perdida. Como lo fueron el 14 de abril de 1931 o, sin ir más lejos, la Transición que llevó a cabo la II Restauración.

Ocasión perdida, sí, y no solo de lograr una convivencia pacífica entre los ciudadanos, sino de resolver el problema de España, que consistía -y consiste-, básicamente, en nacionalizarla de una vez por todas, y construir, con esta base, una situación en la que se armonizaran tradición y modernidad, justicia social y libertad, valores espirituales y satisfacción de las necesidades materiales, unidad y variedad; y, en una palabra, que al españolito de filas le fueran dados los fundamentos para hermanarse con sus entornos, tanto trascendentes como inmanentes.

Esto requería edificar sólidamente un nuevo orden de convivencia, con transformaciones radicales que, acaso, no se pudo o no se quiso llevar a cabo por un sinfín de circunstancias. Como tampoco le había sido dado hacerlo a la República del 31 ni le ha sido posible al Régimen vigente en nuestros días.

Pero quizás no sea la hora de llorar por la leche derramada. Queden las fechas históricas, miradas con los dos ojos, como lección de lo que pudo haber sido y no fue. Intentemos todos los españoles que, en la próxima decisiva con nuestra propia historia, no pase en tren de largo por nuestra estación.