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17 junio 2017 • Acuerdos y desacuerdos con el Sr. Ignacio Camuñas

Manuel Parra Celaya

De aquellos polvos

 

Así como existe un buenismo de izquierdas, que se pone de manifiesto, por ejemplo, en alianzas de civilizaciones, en la conmiseración hacia los acusados de corrupción de sus propias filas e, históricamente, en presentarnos a la II República, sobre todo en su etapa del Frente Popular, como una arcadia, también se da otro buenismo de derechas, que, en lo referente a este último aspecto histórico, hace de la Transición un compendio de virtudes y castidades, paradigma de actitudes y comportamientos democráticos.

Tengo ahora ante mí textos de diversos autores que me muestran, sin embargo, otro panorama; la manía de rebuscar noticia casi olvidadas en mi archivo particular va pareja a la de sopesar, con mentalidad crítica, afirmaciones rotundas e interpretaciones gruesas de artículos actuales, escritos, no lo dudo, con buena intención. Ambas manías personales -yo les llamo cualidades- se han puesto en tensión con la lectura de la tercera de ABC del martes 13 de junio, en la que la pluma de D. Ignacio Camuñas Solís, que fue ministro adjunto para las relaciones con las Cortes en 1977-78, se pregunta ¿Fue la Transición un acuerdo de paz?

La primera parte del artículo se caracteriza por el buenismo mencionado, y solo hay que atender para juzgarlo así al valor connotativo del léxico referido al aniversario de las primeras elecciones generales del actual Régimen: enorme ilusión y esperanza, altamente satisfactorio, admiración por el alborozo y exquisito comportamiento, saludos y abrazos cordiales, sin importar el color y la filiación de cada uno, confirmación de que España parecía entrar en una nueva época, (Adolfo Suárez) miraba con manifiesta satisfacción el desarrollo de la sesión, expectante ilusión (por parte del PSOE)…

A continuación, D. Ignacio Camuñas arremete, con toda razón, contra la Ley de Memoria Histórica, aprobada por el Gobierno Zapatero y a la que Rajoy ha prestado su tácito consentimiento; a partir de este punto, cambia el léxico radicalmente: enrarecimiento y vulneración del espíritu vivido en los años de la transición, inoportuna ley, vulgar ajuste de cuentas, manipulación escandalosa de nuestra pasada historia, lamentable, peligro potencial, insidiosos personajes, envenenar, deslegitimación, clima revisionista y vengativo, episodios lamentables, desgraciados momentos

Nunca he dudado de la recta intención de bastantes de los políticos que llevaron a cabo la Transición, pero, al igual que D. Ignacio se deja en el tintero muchos aspectos significativos de aquel momento (la presión o el ucase de poderes internacionales, la actuación terrorista y la connivencia con esta, el menosprecio y descrédito del inmediato pasado demonizado, los pactos del mantel para aprobar la Constitución, las cesiones a los nacionalismos y un largo etcétera), yo me permito responder a la pregunta que da título a su interesante y bienintencionado texto con un viejo refrán: de aquellos polvos vinieron estos lodos.

A la derecha española protagonista de la Transición -buena parte de ella proveniente del Régimen anterior y con sus alforjas ahítas de juramentos de fidelidad y de adhesiones inquebrantable- le faltó acierto en plantear una visión comprensiva de España (el término es de Laín Entralgo) y firmeza a la hora de asumir sin maniqueísmos toda la historia; junto al denuedo empleado para abrir compuertas -que era una necesidad-, careció de inteligencia para asegurar la integridad nacional en el futuro.

En efecto, no ha sido uno sino varios de aquellos políticos y gobernantes quienes han entonado posteriormente un mea culpa, lamentando los errores cometidos entonces en lo referente a la organización territorial; para pasar página sin más, diremos que predominó el trapicheo de votos y apoyos parlamentarios por encima de aquellas necesarias firmeza e inteligencia, que tanto se echan ahora en falta.

Otro tanto podríamos decir de aquella izquierda de los isidoros o de los travestismos de pelucas, pero no ese el objeto de estas líneas. Dejemos, por tanto, las ucronías, el se podía o el no se podía hacer esto o lo otro; se hizo y punto.

Y estábamos hablando de la derecha, que fue el sector que, en mayor medida, ha dado lugar a los barrizales del presente. Ha bastado que el descrédito de sus herederos por la corrupción diera alas a una nueva izquierda, asilvestrada y antinacional para que, ahora, sea imposible rectificar en la línea de serenidad y rigor que, según el Sr. Ignacio Camuñas, la sociedad civil debe exigir a sus políticos.

Estoy de acuerdo con él en que el actual Régimen debería aceptar, en un ejercicio de verdadera memoria histórica, la existencia de personajes como José Antonio Primo de Rivera y Muñoz Grandes; Ortega y Marañón; Marcelino Camacho e Indalecio Prieto, según dice el articulista; ¿y, por qué no -y lo digo a fuer de no haber sido franquista- al propio Francisco Franco, instaurador de la actual Monarquía y cofactor necesario de una transición pacífica? En general, a todos aquellos que, con sus aciertos y sus errores, se esforzaron por una España mejor, cada uno desde su perspectiva.

Precisamente ese deseo se desprende del Testamento del primer nombre que cita el Sr. Camuñas en su lista: Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas cualidades entrañables, la patria, el pan y la justicia.

También estoy de acuerdo con D. Ignacio en que los políticos han sido elegidos para resolver los retos y los problemas del presente, y no para que se dediquen a jugar torticeramente con el pasado, pero mucho me temo que ello es pedir peras al olmo. Significaría un ejercicio de generosidad y amplitud de miras histórica -y de firmeza en afirmar a España- que no creo que estén dispuestos a llevar a cabo, y a las pruebas me remito.

Quizás es que, con los años, uno se vuelve desconfiado. E impaciente.