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7 junio 2017 • ¿Quién decidió enterrar a Franco en el Valle?

José Hernansáez

La verdad del Valle de los Caídos: (2) Polémica sobre la tumba de Franco en el Valle de los Caídos

Continuación de:La verdad del Valle de los Caídos: (1) Los presos y la construcción del Valle

Serían los tardofranquistas quienes decidiesen enterrar a Franco en el Valle.

Y Paul Preston uno de los muchos historiadores que propaló en su biografía sobre Franco el episodio que se pretende tuvo lugar cuando el general inauguraba el Valle de los Caídos en 1959 supuestamente acompañado del arquitecto Diego Méndez en su recorrido por la basílica.

Franco, al pasar por el lugar cercano al Altar Mayor, señalando el sitio, le habría dicho al arquitecto: “Bueno, Méndez, en su día, yo aquí ¿eh?”.

Ya vimos con anterioridad cómo Juan de Ávalos, quien más horas pasó con Franco en las obras escultóricas, afirmaba en su debate televisivo que Franco nunca dijo “Yo, aquí”.

Según documenta el ensayista y periodista Francisco Medina en su libro MEMORIA OCULTA DEL EJÉRCITO. 1970 – 2004. Los militares se confiesan, fue el gobierno de Carlos Arias Navarro, siguiendo una sugerencia del servicio Central de Documentación (SECED), el que decidió que Franco fuese enterrado en la basílica del Valle, de acuerdo con el rey Juan Carlos que firmó la orden.

Pero, es Juan Blanco Ortega, en su obra VALLE DE LOS CAÍDOS. Ni presos políticos ni trabajos forzados. (FN Editorial, S.A. 2009), quien mejor nos ilustra sobre este episodio de la polémica tumba de Franco, sobre el difundido bulo de la lápida y el panteón que mandó construir el Jefe del Estado en la cripta de la ermita del cementerio militar de Mingorrubio en El Pardo para poder descansar en un futuro junto a su esposa, y en el que hoy está enterrada doña Carmen. Juan Blanco (escritor, periodista, redactor de Radio Nacional de España, locutor y director de programas de RTVE), es quien nos va a ilustrar en su documentada obra sobre estos hechos (pág. consultadas, de 283 a 302):

«Sobre dos grandes falacias se asentó la campaña contra el Valle de los Caídos, previa la Ley de la Memoria Histórica.

La primera y principal consistió en afirmar que, a manera de los grandes faraones, el régimen utilizó en su construcción “mano de obra esclava”, en número superior a 20.000 penados, número y calificativo certificados por historiadores y periodistas foráneos e historiadores y periodistas españoles de izquierda, derecha y centro. Falso por entero.

La segunda, es la presunta intención de Franco de construir aquel gran complejo monumental para que le sirviera de sepultura, de “tumba faraónica”».

Vemos, siguiendo a Blanco, que la segunda falacia tuvo sus antecedentes en una mentira que nació como rumor en las filas monárquicas a finales de los años cuarenta respecto a un pretendido y deseado enterramiento en su día del General en el Monasterio del Escorial, entre los reyes, como ya se había hecho con José Antonio en 1939. Aunque el fundador de Falange nunca estuvo enterrado en el panteón de los monarcas sino fuera, en el altar de la iglesia del Monasterio.

Ahora tocaba la Basílica del Valle como telón de fondo de tal falacia. Se editó un folleto en 1959 cuyo promotor fue Gabriel Arias Salgado, hombre de absoluta confianza de Franco, para salir al paso de los enemigos del franquismo –de izquierdas, de derechas y de Centro- que aireaban esta nueva versión de que Franco reincidía en su intento de ser enterrado en su día en un lugar regio; según esta nueva versión y, como decimos, en la Basílica del Valle de los Caídos concretamente.
En el folleto se leía en síntesis:

“Nadie puede afirmar que haya proferido el Jefe del Estado palabras que puedan justificar tal rumor aún del modo más vago e indirecto. Es más, nadie que conozca los planos de la Cripta o la Basílica o el Valle entero puede señalar el menor indicio de que se haya previsto, ni lejanamente, un posible emplazamiento donde en un futuro pudieran reposar los restos mortales del hoy Jefe del Estado Español.”

Estando informado Franco del contenido, se hizo una tirada de 250 ejemplares que fue distribuido entre las autoridades políticas, militares, eclesiásticas, Cuerpo diplomático extranjero en España y diplomáticos españoles en el exterior.

Juan Blanco se hace la siguiente pregunta a la que a continuación responde:

«¿Conocía Diego Méndez ese folleto? Sí, sin duda alguna por mi parte y, aún me atrevo a asegurar que debió meter la pluma en el texto, dada la minuciosidad con la que se relatan las características de las distintas obras y edificaciones, así como el férreo control que llevó sobre todo lo referente a la construcción del Monumento del que […] se consideraba creador único.

¿Cómo se explica, pues, que tras la muerte del Generalísimo afirmara que Franco le ordenó la construcción de su tumba en el lugar actual, minutos después de la inauguración de la Basílica?

¿Pretendía Méndez, con ello, monopolizar hasta la última de las piedras del Valle y ligar su nombre al de Franco hasta la eternidad?».

Afirma a continuación que Daniel Sueiro conocía este folleto, que seguramente se lo facilitaría Méndez, pero que, «sin embargo despreció en su libro este dato mientras recoge declaraciones, a todas luces inverosímiles, que le hace el arquitecto».

Las primeras declaraciones de Diego Méndez, recogidas por Sueiro, son asombrosas:

“Yo hablaba del tema muchas veces con Carrero [Blanco], “Oye, Luis, tenemos que preguntarle un día al Generalísimo a ver qué idea tiene él, a ver si quiere que le preparemos algo en el Valle. Pues habla tú con él, háblale tú, un día que vayas por allí por las obras, se lo preguntas. Pero cómo voy a preguntarle yo… es muy difícil para mí, muy violento. Claro, tienes razón –contestó Carrero- pero para mí también, no creas… […]».

Las versiones de los hechos reflejadas por Diego Méndez González en su libro EL VALLE DE LOS CAÍDOS. Idea, Proyecto y Construcción (Fundación Nacional Francisco Franco, 1982; Editorial Abadía del Valle de los Caídos, 2008), son dos y contradictorias.

Primera versión:

«Efectivamente le preparé allí la sepultura exactamente igual que la de José Antonio […] El día de la inauguración del Valle, al final de toda la ceremonia coincidí [con Franco] allí, en la parte de atrás del Altar Mayor. Se vino conmigo andando y comentando un poco las cosas y entonces, parado allí, detrás del altar, exactamente sobre el sitio donde estaba ya hecho el hueco de la sepultura, dice: “Bueno Méndez, y en su día yo aquí, ¿eh?”. Ya está hecho mi General. “Ah bueno, bueno”. Y no se volvió a hablar más del asunto. Se lo dije a Carrero. “Mira lo que me ha dicho el Generalísimo: Esto y yo aquí”. “Bueno pues ya está, y no se volvió a hablar más, y cuando murió y demás, ya estaba todo preparado».

Segunda versión:

«En una de las visitar realizadas por S. E. el Jefe del Estado a las obras en las que yo le acompañaba, y en acto de inspeccionar el lugar y el estado en que se encontraba el nicho para alojar los restos de José Antonio, dio vuelta al Altar, y parándose en el espacio comprendido entre éste y el Coro de la Comunidad, me dijo: “Méndez, yo aquí”, y sin más comentario continuó la visita”. Y añade el arquitecto: “Para dar cumplimiento a tal deseo, de manera tan lacónicamente y estremecedora expresada, se procedió a construir la fosa y se dejó preparada y dispuesto todo el recinto e incluso tallada la lápida sepulcral de mil quinientos kilogramos de peso, para el histórico momento en que hubiera que ejecutar la decisión tan sencilla, rotunda y categóricamente manifestada».

Seguidamente, confronta Juan Blanco sendas versiones:

«¿Ocurrió lo que cuenta Diego Méndez pocos minutos más tarde de la inauguración de la Basílica, como afirma textualmente en su primera versión? ¿Ocurrió antes, en fecha no precisada cuando se realizaba la fosa que recogería los restos de José Antonio, en el mes de marzo de 1959? ¿Estaba construida la fosa y preparado y dispuesto todo en espera del fallecimiento del Jefe del Estado?

Rotundamente no; y afirmo que quince días antes del 20 de noviembre, fue cuando iniciaron los trabajos, en virtud de las órdenes emanadas de la Zarzuela y la Moncloa.

Méndez no parece quedar satisfecho con las afirmaciones que vierte en la pág. 168 de su libro, por lo que, erre que erre, vuelve a lo mismo, con añadidos en la página 291:

«La tumba en la que ha sido sepultado [Franco] está situada entre el Altar Mayor y el Coro, simétrica e igual a la que, en la parte anterior recibió, en definitiva sepultura, a José Antonio Primo de Rivera, en el mes de marzo de 1959». Y sigue:

«Las dos fosas fueron excavadas durante las obras, y la lápida que cubre la sepultura del Generalísimo […], y que con una sencillez impresionante dice solamente “FRANCISCO FRANCO”, estuvo depositada desde el año 1959, hasta su colocación, en el Monasterio de la Orden Benedictina».

« Iré por orden lógico –escribe Blanco- hasta llegar a esta célebre lápida rodeada de un interesado misterio, cuya solución, sencilla a lo más, cerrará el presente capítulo [el XIII].
No, no había dejado Méndez nada preparado respecto al sepulcro de Franco, a pesar de que Ramón Andrada, su sucesor en el cargo de arquitecto-jefe del Patrimonio Nacional, afirmara, por un lado, que sí, y por el otro que hubo que hacer una gran obra para poder recibir los restos mortales del Jefe del Estado. Según este arquitecto, todo el mundo del entorno de Franco conocía sus deseos respecto a la tumba en el Valle de los Caídos, […] aunque dice luego: “Yo personalmente nunca se lo oí decir, porque no me ocupaba de ello…”

«Todo hecho, todo dispuesto, pero dice luego [Ramón Andrada], que por la fosa excavada por Méndez pasaban “conductos de aire acondicionado hechos posteriormente para sanear la admósfera… filtraciones de agua… la fosa estaba tapada por una losa de hormigón fuerte. Rompimos aquella losa, vimos todo aquello, buscamos la solución de desviar las conducciones, las líneas de alta tensión, las conducciones de aire, etc., e hicimos allí unos muros de hormigón para que la fosa quedara completamente aislada; luego la forramos de plomo y nos dio tiempo a todo”; es decir, que Ramón Andrada se tropezó con una galería, que no con una tumba, por donde se alivian las aguas procedentes de las “filtraciones de toda la fosa de saneamiento que corre a lo largo de la Basílica”.. Por ello, según Juan de Ávalos, los restos de José Antonio no coinciden con la situación de la lápida que lleva su nombre, sino hacia un lado, fuera de la fosa».
Avalos «calificó de “miserables” a los que “quieren enfrentar nuevamente a los españoles”, en una declaraciones en Radio Intereconomía [II-XII-2005] , afirmando rotundamente aparte lo dicho sobre la tumba de José Antonio, que no existía, en noviembre de 1975, una sepultura para Franco en el Valle de los Caídos, “tanto es [así], que Ramón Andrada tuvo que hacer la tumba de Franco

en la distancia relativa del Coro del Altar Mayor en ocho días”.
La periodista e investigadora Victoria Prego, en un trabajo titulado Una lápida compartida, recogió unas reveladoras declaraciones del Abad actual del Valle, Dom Anselmo Álvarez. El abad le explicó que en el mes de noviembre de 1975, el presidente Arias Navarro estuvo indagando ante los familiares más directos del General por si alguno de ellos guardaba alguna disposición escrita o si le constaba la voluntad del Caudillo para después de su muerte. No había nada. Fue entonces cuando Arias Navarro, tras haber consultado con el Príncipe [Juan Carlos de Borbón], que se mostró partidario de la idea, decidió que Franco fuera enterrado en el Valle de los Caídos. “El problema era en aquel momento que en el Valle de los Caídos no había nada previsto para esta eventualidad”, cuenta el Abad. “El suelo del Altar Mayor no estaba dispuesto ninguna otra tumba, que no fuera la que ya existía, la del fundador de Falange Española. Hubo, pues, que mandar habilitar un sitio a toda prisa para el cuerpo del moribundo General”.

Esta decisión fue, pues, de Arias Navarro en consulta con el Príncipe. Muy probablemente aconsejado por el Servicio Central de Documentación (como apunta Francisco Medina), y por las voces que se oían en aquellos días en esa dirección como la del ingeniero-jefe Diego Méndez, del que se pregunta Juan Blanco si es que “pretendía Méndez, con ello, monopolizar hasta la última de las piedras del Valle y ligar su nombre al de Franco hasta la eternidad.”

«Es muy probable, por consiguiente –escribe Blanco–, que la decisión de enterrar a Franco en la Basílica fuera tomada en los días que median entre el 24 y el 30 de octubre de 1975 […]».

Panteon de la familia Franco-Polo en el Cementerio de El Pardo (Madrid)

El panteón que Franco se construyó en el cementerio de El Pardo

«Hasta el final de la década de los sesenta –continúa Blanco–, corrió por las redacciones de los periódicos madrileños el rumor de que estaban construyendo un panteón para Franco y su esposa en el cementerio de Mingorrubio, en El Pardo».

En este cementerio hay una ermita construida de sillería de granito y tejado de pizarra, la cual tiene, bajo el templo, con una cripta para varios enterramientos, hasta nueve “si fuera necesario” -escribe a propósito Antonio Paniagua (Para el grupo de prensa Vocento. 21-mayo-2017), a la cual se accede por una escalera lateral.

«En junio de 1971, Mario González de la Molinera publicó en la revista del Ayuntamiento de Madrid [“Villa de Madrid”, nº 32, dirigida por Rufo Gamazo], un reportaje titulado Cementerio de El Pardo”, en el cual resalta la importancia artística de la ermita.

Franco dispuso la adaptación de esta cripta como panteón tanto para él como para sus familiares. Y en su enriquecimiento participaron varios artistas artesanos del Valle de los Caídos, los cuales trabajaron en sus vidrieras, artesonado de madera, mosaicos, imágenes… (Bien relacionados y descritos por Juan Blanco).

Cuando terminó la obra de acondicionamiento, Franco pidió a su esposa, doña Carmen, que visitara la ermita, y en concreto su cripta para que le diese su opinión.

«Un testimonio definitivo –escribe Blanco-, lo aportó el hoy general de División Fernando Esquivias, al autor de este libro:

“Un día, a comienzos de la década de los setenta, Franco se dirigió a su ayudante de servicio y le dijo:
-Esquivias, doña Carmen visitará el cementerio de El Pardo esta mañana. Hágame el favor de acompañarla”». “Era por la mañana. Eso sí lo recuerdo, pero no el mes o el año, aunque debió ser entre 1970 o 1971. Di la orden de que dispusieran el automóvil y al poco tiempo nos dirigíamos al cementerio, que dicta muy poco de palacio. Nada más llegar bajamos a la cripta de la Ermita. Nos acompañaban Fernando Fuentes de Villavicencio y Ramón Andrada Pfeiffer, arquitecto jefe del Servicio de obras del Patrimonio Nacional». «Durante el almuerzo –como era habitual los ayudantes de servicio comíamos en la misma mesa con el Generalísimo y su esposa-, Franco rompió el silencio y preguntó:

-¿Te ha gustado, Carmen?
-No, me pareció muy lujosa, -respondió doña Carmen”».

«¿Escuchó alguna vez, durante sus casi trece años de ayudante, que alguien del entorno del Generalísimo, o de su familia, se refirieran a su enterramiento en el Valle de los Caídos?

-Nunca».

«Era tal en convencimiento de que Franco sería enterrado en Mingorrubio que el padre Manuel Garrido, de la Comunidad Benedictina de la Abadía del Valle de los Caídos, declaró a una revista (“Iglesia Mundo”, nº 104), en enero de 1976, que, “durante varios años he creído que se enterraría (a Franco) en la capilla del cementerio de El Pardo. Me convencí más de ello cuando vi algunas fotografías de dicha capilla decorada con mosaicos de Padrós [autor de los mosaicos que cubren interiormente la cúpula de la Basílica de Cuelgamuros]. Pero al regresar de Madrid, el veintinueve de octubre de ese año (1975), el padre abad me dijo que habían venido unos funcionarios del Patronato Nacional a Preparar el sepulcro de Franco…».

La leyenda sobre las lápidas de José Antonio y de Franco

La lápida para la tumba de José Antonio se encargó al taller de Vicente Guillén, en Alpedrete, a mediados de 1959. Guillén llamó a dos expertos canteros para tallar la losa: Victoriano Estévez y Pedro Herrán, a los cuales les dijo que le habían encargado dicha lápida y que disponían de poco tiempo. Decidió Guillén que se tallasen dos lápidas, por si una de ellas sufría desperfectos durante el traslado o colocación, quedando la otra reservada. Por lo que cada uno de estos expertos canteros debía buscarse un ayudante y empezaron enseguida el trabajo (según declaró a Juan Blanco Victoriano Estévez en 2005).

Finalmente trasladaron la losa que mejor había quedado hasta la tumba abierta para el fundador de Falange Española, y allí mismo, un experto grabó sobre ella el nombre de José Antonio y se colocó. La otra losa, sin nombre alguno, quedó arrumbada en el taller. El caso es que tiempo después, Guillén y sus operarios se trasladaron a un nuevo local y el antiguo quedó para uso del Ayuntamiento local.

Pasaron más de quince años y alguien encargó a Guillén otra lápida idéntica a la anterior para la tumba de Franco. Y a punto estaban de cortar y labrar una nueva cuando, curiosamente, un concejal de Madrid, cuya hija estaba casada con uno de los Guillén, recordó lo de la segunda lápida labrada en 1959 (de la que ni se acordaban los propios canteros).

«Fuimos al taller viejo y allí estaba –le confirmó Victoriano Estévez a Juan Blanco-. La limpié, la arreglé y la empresa la llevó al Valle de los Caídos donde, como en el caso [anterior], fue grabada por un especialista». «No es cierto que hiciéramos tantos ensayos, como se ha dicho, para colocar la lápida, o que las dos lápidas pesan 1.500 kilogramos cada una –es mucho menos-, o que tardamos semanas en labrarlas. Las labramos en unos días».

Es falso, pues, que la lápida de Franco lleve el nombre de José Antonio por el reverso.

Los que desean ignorar la verdad

Al final de su obra, ya en el Epílogo, nos dice Alberto Bárcena a propósito de un seminario sobre el Valle que tuvo lugar en 2014:

«Ninguno de los detractores del Valle quiere conocer la verdad. Dentro o fuera de España. Y pongo un ejemplo: recientemente impartí un seminario sobre la construcción del Valle de los Caídos basado naturalmente en los datos recopilados para realizar mi tesis doctoral; es decir, las fuentes primarias a las que tanto me he referido a lo largo de este libro. Pablo Linares invitó a Odón Elorza a asistir a dicho seminario con objeto de que conociera dichas fuentes antes de continuar su campaña contra el monumento. Como era de esperar, declinó la invitación; no tenía el menor interés en conocer la historia verdadera. Como no lo tienen Llamazares, Zapatero, Anasagasti, el juez Garzón, los miembros de las llamadas “comisiones de expertos”, Pablo de Greiff o el propio Rajoy. Como tampoco parecen tenerlo los historiadores que han facilitado la labor de todos ellos. Profesores como Mirta Núñez, Ricard Vinyes o Josep Sánchez Cervelló a los que también me he referido. No quieren saber ni cómo se construyó, ni lo que significa. Dicho conocimiento resultaría incompatible con sus intereses y con su propia ideología».

Y es que hay personas a las que no les agradan en absoluto que les rompan sus esquemas, ciertos o erróneos.

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