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29 mayo 2017 • Recensión de la obra de Alberto Bárcena ("Los presos del Valle de los Caídos") a la luz de otras fuentes

José Hernansáez

La verdad del Valle de los Caídos: (1) Los presos y la construcción del Valle

Durante la Guerra Civil (1936 -1939) los campos de España se cubrieron de generosa sangre española. Campos de batalla que quedaron sembrados de tumbas y fosas comunes donde, a veces, serían enterrados juntos tras el combate los de un bando y otro, sin tan siquiera poderse identificar los cadáveres dada la urgencia de sus inhumaciones por las altísimas temperaturas, como ocurrió, entre otras, en la Batalla del Ebro al pie de las sierra de Pandols o en los altos de Cavaller, por las epidemias factibles de propagarse.

Ya en la postguerra, empezó a ponerse en práctica una vieja idea que rondaba en la mente de algunas personas, ya concebida durante la contienda; entre esas personas estaban, el jesuita Pérez del Pulgar y el militar jurídico Cuervo en sus conversaciones mantenidas desde su refugio en una embajada (a los que haremos referencia más adelante). Otra de ellas sería Franco, defendiendo la idea de exhumar todos aquellos restos de caídos en el campo de batalla, que yacían en tumbas aisladas, desperdigados, o en grandes fosas, y que, sin distinción de bando, deberían ser llevados en sobrios ataúdes a un mausoleo común donde sus compatriotas pudieran honrarles como ellos les honraron ofreciendo sus vidas. Igualmente fueron tenidas en cuenta otras víctimas de la Guerra Civil que no murieron en campaña, las cuales serían enterradas allí siempre que consintieran sus familiares.

Franco elegiría como paraje para tal mausoleo el valle de Cuelgamuros, en Guadarrama, que recorrió para estudiar sus posibilidades.

Si bien el general hizo estallar el primer barreno simbólico el 1 de abril de 1940, hasta 1943 no comenzaron a llegar presos acogidos voluntariamente a la redención de penas por el trabajo. El Valle de los Caídos se inauguraría el 1 de abril de 1959.

Juan de Ávalos fue el escultor que eligió Franco para crear las obras monumentales, aunque como bien dice el propio Ávalos,” hubo otros escultores trabajando allí”. Muy poco sabe la mayoría de los españoles sobre Ávalos. Con anterioridad a la contienda éste vivía en Mérida, y a pesar de ser católico, era miembro de las Juventudes Socialistas con el carnet nº 7 en su ciudad. Al estallar la guerra fue movilizado por el Ejército popular y estuvo un período en el frente. A Terminar la contienda fue depurado por su militancia y bando, y al no encontrar ofertas de trabajo, se exilió a Portugal. Pero Franco había visto una exposición suya y dejó claro a los más recalcitrantes que el pasado de Ávalos era lo que menos le interesaba en esos momentos, que ese era el escultor que él necesitaba. Lo llamaron y se entrevistó con Franco. Fue una entrevista –oficialmente para “10 minutos”- que alargó el propio general preguntándole datos con mucho interés, quedando finalmente contratado.

Hay un vídeo que corre por la web –Juan de Ávalos. La verdad del Valle de los Caídos– tomado de un debate de TV en el que él mismo participó, cuyo tema a tratar era el Valle de los Caídos, y en el que cuenta todas las peripecias que pasó, incluyendo la citada entrevista. Explica por ejemplo, que lo de coronar el Valle con una cruz no fue ocurrencia del Caudillo sino de Carlos Fernández Shaw, dramaturgo, periodista y poeta, director del Ateneo de Madrid, quien se lo propuso a Franco y este aceptó. La cruz sería construida por Félix Huarte.

Otro asunto que expuso Ávalos en el programa de televisión (y recoge dicho vídeo) fue el enterramiento de Franco en la nave central junto al Altar Mayor. «Franco nunca dijo, ‘Yo, aquí’». Él tenía previsto que lo enterrasen en el panteón de la ermita del cementerio de El Pardo. Pero de este episodio hablaremos más adelante.

Según Ávalos, él convenció a Franco de que no se pusieran elementos arquitectónicos alegóricos a la victoria de los nacionales, si iban a estar enterrados juntos unos y otros. El general lo aceptó y se empezó con la idea de las esculturas de los evangelistas y la Piedad.

Esta información encuentra su contraste en la obra del profesor universitario Alberto Bárcena Pérez: Los presos del Valle de los Caídos (Ed. San Román, 2015). Éste nos refiere al inicio de su citado libro (p. 16) el “hallazgo de un fondo documental” del que él solo intuía su existencia, y cómo tuvo acceso a tal fondo donde se custodia toda la documentación referente al monumento;

«porque, semejantes obras tenían que haber dejado un rastro documental muy considerable. Y así era, en efecto. Después de algunas gestiones en otros archivos, alguien en el General de la Administración (AGA de Alcalá de Henares), me sugirió dirigirme al del Palacio Real de Madrid donde, en principio, deberían tener algo. Aquel “algo” fueron un total de sesenta y nueve cajas, custodiadas en la Sección de Administraciones Generales, que constituía el fondo “Valle de los Caídos”, del Archivo General de Palacio (AGP), el riquísimo archivo custodiado en el Palacio Real de Madrid […] No podía imaginar que durante los siguientes cinco años, todo tiempo libre que me dejara la docencia lo pasaría en aquel edificio, anejo al Palacio, ocupado en su día por la Compañía de Guardias Españolas.

Mediada ya la inspección de las casi desconocidas cajas, mi asombro iba en aumento sobre otro de los aspectos de aquel fondo. ¿Cómo resultaba tan poco conocido o citado en tantas obras sobre el tema como estaban viendo la luz? Posiblemente a nadie se le había ocurrido asumir la tarea, propia de un monje medieval, de ir revisando y transcribiendo aquél cúmulo de papeles. Pero también podría ser que a la vista de los que cuentan los documentos, más de un investigador haya preferido volverse por donde venía y dejar dormir la historia del Valle, tan distinta de la inventada; Tan “inoportuna” para algunos. Despertarla es precisamente lo que yo me propuse».

Y así es; en tal palacio de la Plaza de Oriente se encuentran todos los documentos relativos a las obras del Valle de los Caídos; nóminas de los trabajadores, acuse de recibo de cobros y extras, expedientes, altas y bajas, listados de trabajadores (libres y presos), informes de accidentes, y mil datos más. Todo bien archivado por cajas y legajos con sus correspondientes referencias, códigos o numeración. Pero, en fin, como dice el autor: “a muchos les fue muy incómodo recurrir a estas fuentes”.

Los penados en las obras del Valle de los Caídos y la redención de penas por el trabajo.

Nos dice Alberto Bárcena en su mencionada obra:

«es imposible explicar la presencia de presos en la construcción del Valle de los Caídos, sin empezar exponiendo la causa de su participación en aquellas obras: la redención de penas por el trabajo, pieza clave del sistema penitenciario español durante el primer franquismo, diferenciando muy claramente los trabajos forzados de la redención de penas por el trabajo, para evitar confusiones. Un sistema cuyos orígenes se encuentran en las conversaciones mantenidas en plena Guerra Civil, entre el sacerdote jesuita padre Pérez del Pulgar y un militar; el futuro general Máximo Cuervo [del Cuerpo Jurídico], que le darán forma a una idea del propio Franco».

«Se trataba, sobre todo, de resolver aquel problema social cerrando la brecha abierta durante la guerra cuanto antes. Desde luego, se aspiraba a reducir rápidamente el número de presos que constituían una carga para el Estado, pero, mientras tanto, introducía ventajas muy considerables para el penado y sus familias. Ventajas nunca contempladas hasta entonces».

Según Bárcena, el general Cuervo fue nombrado jefe nacional de Prisiones.

«De este propósito [conversaciones del padre Pulgar con Cuervo] brotó la orden ministerial del 7 de octubre de 1938 por la que se creaba el Patronato de Redención de Penas por el Trabajo […] Cada día de trabajo le vale al recluso por dos de cumplimiento de condena; pero además, con ese trabajo puede contribuir a la manutención de sus familiares».

En un principio los responsables de la obra en el Valle tomaron la llegada de los penados con un poco de reticencia, escribiendo uno de ellos:

«A mediados de marzo [1943] se iniciaron gestiones cerca del Patronato de Redención […] para el establecimiento de un destacamento de penados. En un principio tomamos con toda clase de reservas al establecimiento de este destacamento por ser la mayoría “peón de mano”, sin contar con mano de obra especializada, pero justo es reconocer nuestro error, pues si bien al principio se limitaron a comer y pasear, al segundo mes se emplearon en trabajos de movimiento de tierras, empezando un equipo a aprender el manejo de los martillos neumáticos y, en la actualidad, se emplean en toda clase de trabajos, incluso en el interior de la cripta».

«Interesa, ante todo, aclarar el status de aquellos reclusos –seguimos a Bárcena-. A poco que se estudie el tema, salta a la vista una primera conclusión evidente: en contra de lo que tan repetidamente se ha dicho, los penados que trabajaron en las obras del Valle de los Caídos no lo hicieron en cumplimiento de imaginarias condenas a trabajos forzados. Llegaron allí después de solicitarlo, acogiéndose a esa posibilidad que les brindaba el sistema de la redención de penas. No puede negarse que fuese así, porque todos los testimonios de los penados, sin excepción, confirman que tuvieron que solicitar su traslado a Cuelgamuros. Y además explicaron en su día las razones que le llevaron a hacerlo».

El número de trabajadores penados y porcentajes aproximados

«Llegamos a tratar en este apartado, otro de los mitos, uno de los más repetidos, sobre los penados que trabajaban en Cuelgamuros: el del número. Se ha querido elevar, como sabemos muy bien, hasta los veinte mil, convirtiendo dicha cifra en algo ya comúnmente aceptado. Así hemos podido oírlo en múltiples ocasiones, repetido por la mayor parte de los medios de comunicación, que han representado un papel decisivo en este como en los demás mitos del Valle».
«[…] debo dejar establecido que de los casi veinte años que duraron las obras, solamente durante siete participaron presos en ellas […]. En ocasiones, no llegaron a pasar de setenta los que participaban en la construcción. Lo recoge la memoria realizada aquel año por el COMNC [Consejo de Obras del Monumento Nacional a los Caídos], que seguiré citando al hablar de la alimentación».
«En la mencionada memoria del Patronato de nuestra Sra. de la Merced de 1943, se desglosaba el número de penados que trabajaban entonces en los tres destacamentos penales de Cuelgamuros: 125 en la carretera; 140 en el monasterio, y 250 en el tercer destacamento. Un total de 515 trabajadores reclusos. Esa era la cifra total, ocho meses después de la llegada de los primeros penados. Nunca, como pude comprobar, fueron muchos más».
«El 22 de enero de 1943, es decir, muy pocos meses antes de que se establecieran los destacamentos penales, la Comisaría general de Abastecimientos se dirige al consejero gerente del COMNC aceptando entregarle una cartilla colectiva para “los 300 obreros que trabajaban en el Valle”. Ese era, por tanto, el número de “libres” que trabajaban en el monumento, procedentes en su mayoría de los pueblos de la zona […]. Entre unos y otros [libres y penados], a finales de 1943 y principios de 1944, no pasaban de 815, de los que 515 eran reclusos. Cifra escandalosamente lejana de la mítica y machaconamente repetida cifra de los 20.000».

Las condenas redimidas

«Evidentemente los penados que llegaron al Valle de los Caídos cumplían condenas de distinta duración, según la calidad de los delitos cometidos […] Pero hemos visto, que muchos, sino la mayoría, tenían condenas muy graves, y estos llegaron muy pronto […] El propio Olmedo reconoce: “A la sierra de Guadarrama llegaron muchos presos con condenas de muerte conmutadas por 30 años”. El régimen hacía lo posible por vaciar las cárceles sin exceptuar a nadie […] La historiadora Ángeles Egido, en plena sintonía con la orientación condenatoria del bando ganador en la Guerra, afirma, sin embargo, que en cuatro años y medio se conmutaron nada menos que 16.300 penas de muerte».

Oportuno es decir que de esos “30 años” de prisión (conmutados), la inmensa mayoría no llegaba a cumplir más de cinco o, como máximo, ocho. Como es el caso del abuelo de Pablo Iglesias, Manuel Iglesias, abogado y jefe miliciano. Condenado a la pena de muerte “por sacas, represión y fusilamientos”, se le conmutó más tarde por 30 años de prisión, de los solo cumpliría cinco. Nada más salir de prisión fue colocado en el Ministerio de Trabajo, en la división del Seguro Obligatorio de Enfermedad, donde desarrolló su carrera profesional.

Por otro lado, no solamente fue Cuelgamuros quien recibió presos acogidos a la redención de penas. Se emplearon en la construcción de presas en pantanos, ferrocarriles, túneles, canales e infinidad de obras públicas, junto a otros obreros.

Los accidentes laborales (las fuentes rebaten el mito)

«Uno de los falsos argumentos más frecuentes en contra del Valle, es el elevado número de muertes de trabajadores durante su construcción. Se empeñan los autores adversos en sostener las cifras más descabelladas, para poderse mantener la comparación –ya tópica- entre la construcción del monumento y la de las pirámides de Egipto.

Sobre el Valle se ha llegado a decir –y es algo que ha calado en la opinión pública- que allí fueron eliminados una indeterminada cantidad de presos republicanos. Y lo habrían sido de diferentes maneras: hambre, frío, agotamiento o enfermedades causadas por su insalubre situación; el esquema de los autores que hablan del “universo penitenciario del franquismo”».

A las acusaciones de José María Calleja (El Valle de los Caídos, p. 213), afirmando que los asesinados por Franco eran trasladados allí en muchos casos como escombro, responde Alberto Bárcena:

«Allí no reposan los restos de quienes lo construyeron; ninguno de los fallecidos por accidente laboral fue enterrado en Cuelgamuros. Y además, como sabemos, tampoco eran trabajadores forzados sino algo tan diferente como penados acogidos al sistema de redención de penas, por no hablar de los trabajadores libres, que trabajaron allí durante mucho más tiempo que los otros. Más inexacto es aún presentar el Valle como “cementerio de los asesinados por Franco” en no se sabe qué otros lugares, para ser convertidos nada menos que en “escombro”. Lo que ocurre es que todo el texto está nublado por la pasión política».

«Frente a estas acusaciones, cabe señalar que la cifra más aceptable, desde la objetividad, es la que dio el doctor Lausin [médico del Valle] a Sueiro en 1976: catorce muertos en total durante los diecinueve años que duraron las obras. A la pregunta del escritor, “¿Hubo muchos accidentes mortales?”, el médico respondió: “sí, hubo catorce muertos, en todo el tiempo de la obra, porque yo he estado allí prácticamente todo el tiempo”».

Sin embargo, el practicante don Luis Orejas y fray Alejandro de Álviz, de la abadía del Valle, elevan a 18 en número de fallecidos.

Hay documentados cinco fallecidos por silicosis de obreros que participaron en la construcción del Monumento, pero se da la circunstancia de que en todos los casos se trataba de trabajadores de zonas mineras que antes y después de su paso por el Valle ejercieron como mineros, por lo que es cuanto menos muy aventurado achacar su mal en exclusiva a su paso por Cuelgamuros.

1959: Traslado de los restos de José Antonio al Valle de los Caídos

Las primeras construcciones y los poblados obreros

«Indudablemente una de las mayores ventajas que disfrutaron los penados del Valle fue la de llevar allí a sus familias; lo que pudieron hacer desde muy pronto […] a pesar del cautiverio podían llevar una vida familiar sin excesiva vigilancia».

«Los trabajadores fueron instalados en un primer momento en barracones de madera con tejado de cinc, reemplazados más tarde por otros de ladrillo. Finalmente, las constructoras levantaron las viviendas que habrían de permanecer allí durante años. Eran edificaciones de piedra, de planta rectangular y numeradas. En ellas terminaron reuniéndose los reclusos con los libres, lo mismo que los hijos de ambos grupos, que acudieron juntos a la escuela»

«La [vivienda] ocupada por el funcionario de prisiones Felipe Cereceda, que instaló allí a su familia como recordaba su hijo Ángel cuando lo entrevisté […] era de dos habitaciones y provista de “chimenea francesa” […], con la ventaja de que allí todo era nuevo y contaban con instalaciones sanitarias impensable aún en muchos pueblos de España».

En Cuelgamuros, junto a los pinares, se levantaron cuatro poblados: el de la Entrada, el Central, el del Monasterio y el de la Cripta, aunque Bárcena nombra otro poblado como el de Buena Vista, pudiendo corresponder su nombre a alguno de los cuatro citados. El responsable del orden interno tanto en estos poblados como en todo el complejo del Valle, era el regidor, uno de los cargos que más relación tuvieron con los trabajadores, desempeñando su trabajo al margen del cometido de la Guardia Civil y de los funcionarios de prisiones allí destinados. El segundo regidor que hubo en Cuelgamuros fue un teniente de la Guardia Civil retirado, Emilio Martínez Masset, que estuvo con anterioridad al servicio de Serrano Súñer, muy apreciado por todos, condescendiente y eficaz, bien considerado por sus superiores y por los trabajadores.

El médico, el practicante y el maestro de la obra del Valle

El médico, don Ángel Lausín, era natural de Calatayud y estudió la carrera de Medicina en Madrid licenciándose en 1930. Le pilló la guerra en Madrid y estuvo todo el tiempo sirviendo en Sanidad del Ejército republicano. Llegó a destacar en el campo de la cirugía y a ostentar cierto mando. Al terminar la guerra lo depuraron y estuvo en prisión. Con la ayuda de don Pedro Muguruza, arquitecto director de toda la obra del Valle, aprovechó la oportunidad de ir como médico a Cuelgamuros, y allí le tenemos desde 1940.

«De los presos políticos que estuvieron allí hasta el año cincuenta, y yo he estado allí –dice Lausín-, la mayoría eran excelentes personas y estaban ganando unas pesetas para mantener a sus familias. Una vez liberados, muchos se quedaron allí trabajando. Alrededor de los años cincuenta ya quitaron los establecimientos penales y solo quedó [en Cuelgamuros] el personal libre. Y empezaron a llevar presos comunes, pero los presos comunes ya no daban resultado. Se escapaban…».

«Por lo demás, era una vida tranquila y bastante apacible».

«Nunca faltaba qué hacer, pero podía ir uno al bar, a la cantina, y allí jugar una partida de dominó, con el maestro, con el practicante… Se tomaba una cerveza y se pasaba el rato. El domingo, por ejemplo, podíamos ir al cine al Escorial. En aquellos tiempos todavía no me habían dado coche […] tenía que aprovechar los viajes de los camiones del cemento».

«Pero no todos los presos podían hacer eso. El domingo que no trabajaban, llegaban sus mujeres allí y se pasaban el día en el monte con ellas».

«Allí yo cobraba un sueldo del Consejo de las Obras, como médico de las mismas; pero estaba el seguro de enfermedad, de todos los trabajadores que había allí, y el seguro de accidentes […] Cuando la obra terminó, solo con el sueldo del Consejo no daba para vivir. Entonces hicieron un concurso de traslado del Seguro de Enfermedad, y claro, como yo era seguramente el más antiguo de los que se presentaban, me dieron una plaza, en el ambulatorio de San Blas, en Madrid».

El practicante. Al hombre que el médico iba a tener a su lado como practicante en la clínica, enfermería, botiquín del Valle de los Caídos, lo había conocido a finales de 1939 en la prisión madrileña de Yeserías. Allí coincidieron, aunque por poco tiempo, el doctor Lausín y Luis Orejas Zaldívar. Este último era madrileño y tenía hechos los primeros cursos de Medicina, cuando estalló la guerra. Y ya nunca sería médico. Orejas trabajaba para pagarse los estudios y por eso estaba afiliado a la UGT. Toda la guerra se la paso como auxiliar de Medicina en hospitales de campaña, por lo que en la posguerra fue juzgado y condenado. Le caen nueve años. Decide irse a Cuelgamuros. Mediante la redención de penas por el trabajo le llega pronto su puesta en libertad, pero él prefería seguir en el Valle donde empezaba ganando quinientas pesetas mensuales. «Yo al principio vivía en el hospital –le narra a Sueiro-, en la enfermería, que estaba al lado de la capilla, arriba, cerca ya del monumento. Había diez o doce camas que nunca se ocupaban porque a los enfermos graves se les mandaba a Madrid, y los otros no querían encamarse, ni lo necesitaban. Después ya me dieron una pequeña vivienda y me llevé allí a mi mujer; allí tuvimos los cuatro hijos, que empezaron a estudiar el bachillerato con el maestro que teníamos en el mismo Valle, y todos han salido muy bien colocados; ahora todos están casados y ya hay doce nietos».

El maestro. Don Gonzalo de Córdoba, el maestro, llegó a Cuelgamuros en 1944, cuando ya había reclusos. Toda la guerra la pasó en Guadarrama, en calidad de comandante de Infantería. Antes de la guerra se había dedicado a la enseñanza en su calidad de maestro nacional. Al terminar la guerra lo juzgaron y condenaron a muerte conmutándosela por 30 años. «Yo no tenía noción de lo que era [el Valle de los Caídos] -le narra a Sueiro- pero ya tenía cinco hijos, y daban una pequeña gratificación de cuatro pesetas al día que para mí era mucho».

Montaron una escuela con pupitres prefabricados en un local definitivo y la dotaron de material escolar elegido por el profesor. Y empezó a trabajar a destajo con los niños y niñas de la colonia, admitidos desde los seis años (la enseñanza era obligatoria para todos los niños del Valle). Gracias a las lecciones que les impartía el ex condenado y maestro nacional, Gonzalo de Córdoba, fueron aprobando los sucesivos cursos de bachillerato los hijos de los que tenían que permanecer en el Valle. La escuela contaba con más de 60 alumnos. Los llevaba para su examen al instituto San Isidro de Madrid y casi todos aprobaban.
A partir de entonces empezó ganando el maestro por su labor docente en el Valle mil cien pesetas mensuales, que era entonces aproximadamente el sueldo de un profesor de instituto.

Hemos tenido aquí muy en cuenta la importante obra de Daniel Sueiro, LA VERDADERA HISTORIA DEL VALLE DE LOS CAÍDOS (Sedmay Ediciones, 1976). Se trata de un autor que no era en absoluto franquista; más bien todo lo contrario. Su libro es trascendental en este contencioso y ha sido tenido en cuenta por Bárcena, quien entrevistó al autor.

Sobre las nóminas de penados y trabajadores libres

Aunque hay todo un capítulo en la obra de Bárcena sobre equiparación de penados
y libres, y sus nóminas, vamos a transcribir solamente un par de ejemplos como muestra. En 1947, el Patronato Nuestra Señora de las Mercedes describía la situación de los
penados que había en Cuelgamuros destacando los puntos principales de su situación laboral:

«Los penados reciben los salarios establecidos por los reglamentos de Trabajo y todos los demás beneficios, como pluses para carestía de la vida, cargas familiares, subsidio familiar, seguro de enfermedad, seguro de accidentes de trabajo, gratificaciones del 18 de Julio y Navidad, vacaciones, horas extraordinarias, etc. Su jornal es de 10,50 pesetas diarias, además del 20 % de carestía de la vida, horas extraordinarias que se abonan con el 20 % de recargo y cinco pesetas que les entregan las empresas constructoras, como premio a su laboriosidad. Disponen asimismo de una libreta de la Caja de Ahorros donde el Patronato de Nuestra Señora de la Merced (de Redención de Penas por el Trabajo) imponen las cantidades que les corresponden, por conducto de la Dirección General de Prisiones, producto de los economatos administrativos de las prisiones, para que el preso al ser puesto en libertad, se encuentre con unas pesetas para hacer frente a los primeros gastos». (Redención 433 (26 de julio de 1947) 1.

«Estos estaban por encima de muchos de los jornales de entonces.
[Juan] Banús dejó fama de haber sido la contrata en la que los trabajadores se consideraban peor tratados. Y aún así, gracias al incremento de los jornales que introdujo voluntariamente, sus empleados penados llegaban a cobrar más que los libres. Para mayor claridad, el escrito de Banús adjuntaba un cuadro comparativo, donde exponía las prestaciones recibidas por los reclusos que trabajaban a sus órdenes; el desglose de sus ingresos diarios:

Jornal base…………………………………………………………………… 10,00 Ptas.
Recargo del Patronato a la nómina…………………………………. 0,15 ptas.
Subsidio familiar… …………………………………………….-………… 0,50 ptas.
Seguro de incapacidad laboral permanente y muerte……….. 1,00 ptas.
TOTAL ………………………………………………………………………… 11,65 ptas.

Sumándose la peseta con cincuenta céntimos entregada por la contrata como gratificación diaria, el jornal de este grupo llegaba a las 13,15 ptas. Por encima de la media nacional.

[El médico, el maestro y el practicante] en la nómina de marzo de 1951 figuran recibiendo las siguientes cantidades:

Gonzalo de Córdoba (maestro) ………………………………… 1.449, 60 ptas.
Ángel Lausín (médico) ……………………………………………… 1.581, 60 ptas.
Luis Orejas (practicante) …………………………………………… 1.305, 00 ptas.

Comparemos estas nóminas del mismo mes con lo que ganaban los profesionales que siempre fueron libres:

Arellano (arquitecto) ……………………………………………….. 1.938, 00 ptas.
Haro (delineante) …………………………………………………….. 1.430, 00 ptas.

Observamos que el arquitecto cobraba más que los tres antiguos penados, teniendo en cuenta su responsabilidad en la obra. Pero si nos fijamos en el delineante, veremos que el maestro y el médico cobraban algo más que él».

La Cruz del Valle de los Caídos

El 14 de julio de 1950 (San Fermín), fue el año del indulto de los últimos presos, los ex penados que prefirieron seguir trabajando en el Valle (por tener allí casa, a la familia, los hijos escolarizados, un buen economato y un trabajo con complementos, gratificaciones y seguro, etc.), lo hicieron como trabajadores libres, en las mismas condiciones que los otros, si es que en algún momento no fueron prácticamente iguales. Pues bien, en esa misma fecha -14-7-1950-, al constructor navarro Félix Huarte se le adjudicaba la construcción de la monumental Cruz del Valle. Cuando los detractores del Monumento a los Caídos insinúan sobre los presos que murieron en la construcción de la cruz, no podemos menos que sonreír. Pero, curiosamente, de las 14 muertes (entre libres y penados, que otros elevan a 18) que se produjeron en la construcción del Monumento a los Caídos en los casi veinte años que duraron las obras, ninguna se produjo en la cruz.

Esta cruz se levantaría sobre unos altos peñascos. En la base del roquedal (a distancia de la cruz) existía una explanada hasta donde llegaban los materiales. En dicha explanada, al dar marcha atrás una pala excavadora enganchó a un obrero y le causó la muerte. Se trataba de un trabajador libre que nunca había sido penado. Ese fue el muerto más cercano a las obras de la cruz.

Las fugas

El recinto del Valle de los Caídos con sus poblados e instalaciones no estaba acotado con ningún tipo de alambrada. Y a través de los espesos pinares se podía acceder a la carretera o a cualquier otro lugar sin problemas.

Sueiro nos habla de una serie de fugas emprendidas por algunos penados, pero –salvo excepciones-, con éxito, las de aquellos que contaron con una cobertura exterior: un coche esperándoles en la carretera que más tarde los llevasen a un puesto fronterizo; unos familiares que los trasladasen hasta Madrid y los embarcasen con un pasaje de avión a Francia… La mayoría, carentes de tal apoyo logístico, fueron apresados posteriormente.

La más espectacular y conocida fuga fue la de Nicolás Sánchez-Albornoz con Manuel Lamana. El padre de Nicolás fue el prestigioso historiador y embajador de la República en Lisboa D. Claudio Sánchez-Albornoz, hasta trasladarse a Burdeos. Desde esta ciudad, Nicolás con sus hermanos y la madre reingresaron en España, mientras el padre se quedó en Francia para presidir el gobierno de la República en el exilio, logrando emigrar más tarde a América.

Estudiando cuarto curso de Filosofía y Letras (rama de Historia) en la Universidad de Madrid, Nicolás fue detenido en 1947 por participar en la reorganización de la FUE y por actividades izquierdistas. Juzgado, fue condenado a seis años de cárcel, cayéndole cuatro años a su compañero Lamana.

Posteriormente solicitaron con éxito ir al destacamento penal de Cuelgamuros. Sánchez-Arbonoz y su compañero estuvieron trabajando como escribientes contables en las oficinas de las obras del Monasterio. Pero Lamana fue reclamado para auxiliar a don Gonzalo, el maestro del Valle, impartiendo clases a un reducido número de niños pequeños, hijos de penados todos ellos, aprendiendo con él a leer y escribir. Por cierto que al evadirse Lamana del Valle se hizo cargo de esta escuela infantil otro penado: Carlos Cornejo (antiguo combatiente del Ejército Popular). Dos años más tarde Cornejo saldría libre de Cuelgamuros. Vemos, pues, que los tres maestros (profesionales o improvisados) que impartían docencia en el Valle –según Bárcena- habían llegado allí como penados acogidos a la redención de penas. Por esta misma redención, los seis años de Sánchez-Albornoz hubieran quedado reducidos a tres y, por la misma ley, los cuatro años de condena de Lamana se hubieran quedado en dos.

Estos lograron mantener contacto con elementos de la FUE en Francia, y desde allí les llegaría la ayuda. Un tal Paco Benet llevaría toda la organización de la evasión. Contó con dos norteamericanas; Bárbara Salomon y Bárbara Mailer, además de contar con el automóvil que le había regalado a esta última su hermano Norman Mailer, conocido novelista norteamericano.

Con documentos falsos y ropa a propósito para entregar a ambos evadidos, emprendieron el viaje como turistas extranjeros hasta El Escorial, y como quiera que previamente se habían comunicado a través de una carta familiar con palabras en clave, se citaron en la puerta del Monasterio el domingo 4 de agosto de 1948. Los domingos solamente se hacía el recuento de las 9 de la mañana, obviándose el de mediodía en que se producían las visitas de los familiares de libres y penados. Nicolás y Lamana, aprovechando esas horas, emprenden la huía campo a través entre los pinares por terreno de monte bajo hacia El Escorial donde acuden a la cita y, juntos, vestidos como turistas y nueva documentación, emprenden el camino de la frontera una vez en territorio catalán, sin tener problemas en ningún momento con los controles de la Guardia Civil. Dado que no aparece el guía que tenía que conducirlos y pasarlos por la línea fronteriza, emprenden por su cuenta la travesía a pie con muchas penalidades, hasta adentrarse en territorio francés.

Como vimos, Sánchez-Albornoz solamente permanece en las obras del Valle unos meses, trabajando en las oficinas del Monasterio, marchándose el 4 de agosto de 1948. Pues bien, el primer muerto en las obras de Cuelgamuros es un barrenero, Alberto Pérez Alonso, fallecido el 5 de enero de 1948, que muere en un sector distinto al del hijo del historiador, y de cuya muerte tendrá noticias al difundirse el accidente mortal. Hasta 1950 no se producen otras dos muertes de trabajadores; una, el 16 de agosto de 1950 y, la otra, el 4 de octubre del mismo año. Estando, pues, Sánchez-Albornoz en el Valle solo sabe con seguridad de una muerte. Las otras dos se producen, por tanto, cuando lleva ya dos años fuera de Cuelgamuros. Sin embargo Sánchez-Albornoz hablará posteriormente de “centenares de muertos” y, por supuesto, todos ellos presos. En el libro El Valle de los Caídos, de José Mª Calleja, se recoge el testimonio de Nicolás: «No se cree tampoco Sánchez-Albornoz la cifra oficial de catorce muertos en accidentes de trabajo ocurridos en los diecinueve años que tardó en construirse el Valle, habla de que debieron de producirse “centenares” de muertos…».

¿Fue acaso muy penosa y agotadora la estancia de Sánchez-Albornoz y su amigo en Cuelgamuros? C. Molinero, en su obra Una inmensa prisión (p. 5), incluye un escrito de Nicolás Sánchez-Albornoz: “Cuelgamuros: presos políticos para un mausoleo”. Datos que recoge Bárcena en su libro:

«a pesar del rechazo que le produce [a Sánchez-Albornoz] el Valle de los Caídos, reconoce que su breve estancia allí, no resultó una experiencia demasiado dura ni para él, ni para su compañero:

“Mi experiencia demás de corta y limitada, fue relativamente benigna […]. El trabajo que me tocó hacer resultó, además privilegiado. Al llegar al destacamento, Manuel Lamana y yo nos encontramos con que había dos vacantes en la oficina. Como éramos estudiantes y sin filiación política, el jefe nos puso a manejar la pluma y los números, en vez de cargar ladrillos o andar por los andamios -para lo que habíamos sido enviados desde prisión-“»

Más información sobre el «caso» de Nicolás Sánchez-Albornoz en este enlace

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Próximamente se publicará la segunda parte de este trabajo:

Polémica sobre la tumba de Franco en el Valle de los Caídos