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22 mayo 2017 • Entre la pena y la indignación

Manuel Parra Celaya

Pastores «a lo profano»

Si hace pocos días titulaba esta columna como Negocios a lo divino, en referencia al lenguaje cifrado eclesial de Dña. Marta Ferrusola para ordenar sus movimientos bancarios, asumiendo el papel de madre superiora y encargando misales (léanse millones) para su mosén, hoy no tengo más remedio que invertir los términos y calificar de pastores a lo profano -y que conste que me quedo corto- a los señores obispos de las diócesis catalanas que han redactado un comunicado pastoral en su piadosa reunión en el tarraconense Monasterio de Loreto.

Que conste que no intento en modo alguno resucitar el viejo pleito entre güelfos y gibelinos, ni mucho menos lanzar un fervorín anticlerical, pero es que hay temporadas en que la pluma, el corazón y la mente son impulsadas al unísono por las circunstancias, y la lectura cotidiana de los medios te empuja a empuñar con denuedo la primera y a sentir desbordado el segundo, y solo la tercera puede, a duras penas, ejercer un control sobre los dos anteriores.

Para quien no lo haya leído, sus eminencias se declaran “herederos de una larga tradición” (en la que me imagino no incluyen a los monseñores Huix, Borrás e Irurita, obispos respectivamente de Lérida, Tarragona y Barcelona, fusilados bajo la hégira de la Generalidad republicana), “que les llevó a afirmar la realidad nacional de Cataluña” (curioso: las tradiciones eclesiásticas se entremezclan con las políticas) “y, al mismo tiempo, nos sentimos urgidos” (¡qué prisa tienen!) “a reclamar de todos los ciudadanos” (sin excepción, claro, porque el nacionalismo es totalitario por naturaleza) “el espíritu de pactos y de entendimientos que confirma nuestro talante más característico” (traducido al román paladino: que hemos de pasar por el aro del presunto referéndum y de la independencia).

No ha sido sorpresa, por desgracia, lo que me ha producido la lectura del texto, pero sí pena. E indignación. Más que el enterarme de que a la señora Carmena le parezca muy bien que Puigdemont siente cátedra en el Madrid odiado por los separatistas. Y más aún que la noticia que me informa que E.R.C., tan pulcra ella en eso de la corrupción, se haga cómplice de que la antigua CDC (actual PDCAT) no sea acusada en el caso Palau. La primera causa de esa pena y de esa indignación es que soy y seré católico, y veía en sus eminencias a mis pastores, cosa que no ocurre, por supuesto, ni el señor Puigdemont, ni con el señor Junqueras, ni con la señora Carmena.

¿Qué debo hacer ahora? ¿Incluirme como una oveja del rebaño en una obediencia a la supuesta tradición de obispos separatistas? ¿Formar parte, velis nolis, de esa supuesta totalidad de ciudadanos a la que invocan? ¿Bajar la cabeza ante los pactos y entendimientos que lleven a un referéndum, no solo ilegal, sino ilegítimo, porque España es irrevocable, y callar ante el desafuero? ¿Resignarme a sentirme extranjero en mi propia tierra, eso sí, con la bendición de sus eminencias?

Se han equivocado de senda, señores obispos. Lo suyo es procurar, por ejemplo, que los seminarios catalanes no sigan vacíos; que no se discrimine a ningún fiel por su procedencia hispana o por ser castellanoparlante; que se extienda la Fe en los ámbitos de sus jurisdicciones y que especialmente los jóvenes no la sigan perdiendo y se sientan amados e integrados en la Santa Iglesia Católica (es decir, universal) y Apostólica; que se supere la cultura del descarte por la caridad y el amor cristianos, según repite el papa Francisco; que se predique el derecho

a la vida desde su concepción hasta su final natural, y que todos puedan sentirse reconfortados en Cristo, verdadero Pastor que afirmó una vez dad al César lo que el del César y a Dios lo que es de Dios, ante las añagazas de los fariseos de su tiempo.

En todo caso, eminencias, no van a conseguir quitarme la Fe ni que eche sapos y culebras de mi Iglesia, aunque entienda que no está dignamente representada por una parte del clero separatista. Ni, por supuesto, que abjure de mi condición de catalán y, por consiguiente, de español.