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17 abril 2017 • Descubramos la verdadera faz de quienes, pasando por altruistas, odian lo español

Manuel Parra Celaya

Tartufismo

Se hace difícil para un profesor de Literatura no establecer un paralelismo entre los tipos retratados por los clásicos y los que van asomando en nuestros días a los medios; evidencia que los seres humanos no hemos cambiado tanto, que la naturaleza humana permanece inalterable y que, desde el punto de vista literario, esos autores merecen sobradamente el nombre de clásicos.

De esta forma, entre los prototipos sociales que Molière se dedicó a fustigar (El avaro, el misántropo, El enfermo imaginario, Las preciosas ridículas…), encontraríamos similitudes con actitudes y posturas fácilmente reconocibles hoy, pero destaca una que está de rigurosa actualidad en la sociedad en general y en el confuso mundo de la política en particular: El Tartufo, o estereotipo de la hipocresía. Recuerdo la adaptación del personaje que, en los años 70 del pasado siglo, llevó a cabo Enrique Llovet y que tuvo problemillas con la censura de la época.

Pues bien, nada comparable en ese modelo con los ejemplos que cada día se nos ofrecen en punto a la doblez, a la simulación, a la gazmoñería y a la ficción en palabras, intenciones y actos.

Resulta que diversas ONG abandonaron el Expojove de Gerona en protesta por la presencia de militares uniformados en el salón; días atrás, se informaba de que el Ayuntamiento les había exigido que ¡fueran de paisano!, a lo que, como es lógico, no hicieron caso.

La noticia periodística citaba a Amnistía Internacional, Manos Unidas y Oxfam-Intermón, pero procuraré enterarme del resto de la lista, de haberla, para escoger mejor a partir de ahora el destino de mis aportaciones solidarias.

Porque el titular comenzaba así: Las entidades de cooperación y solidaridad…; y, tras la espantada protagonizada por esas ONG, me ha quedado muy claro que estas Organizaciones No Gubernamentales -nombre genérico que suele mezclar churras con merinas y que esconde mucha ganga en la trastienda, por lo que se ve- se limitan a cooperar con las instituciones que han hecho bandera del más rancio antimilitarismo en Cataluña; así, el propio Consistorio gerundense, que había establecido un código ético (¡) para vetar al Ejército español y el Parlament de Cataluña, cuya moción de 14 de julio del pasado año, aprobada con los votos de los secesionistas, claro, incidía en el mismo sentido.

Teóricamente, estamos refiriéndonos a entidades cuya finalidad, lejos de ser política o sectaria, habla de hermandad, de servicio al prójimo, de ayuda desinteresada y de apertura al bien de todos los seres humanos; ahora descubrimos que, en esta categoría, no entran aquellos seres humanos que visten el uniforme de las Fuerzas Armadas españolas, que han jurado entregar, si es preciso, su sangre, por el conjunto de la sociedad a la que pertenecen y de la Civilización de sus valores comunes, y que, en consonancia, son capaces de jugarse el tipo si la ocasión lo exige.

Los soldaditos de España no merecen, pues, la cooperación y la solidaridad de esas ONG, aunque sean los que se enfrentan al terrorismo asesino, los que llevan a cabo misiones

de paz o de guerra lejos de sus esposas e hijos; los que atienden en sus hospitales de campaña a poblaciones dudosas de simpatizar con el enemigo del chaleco explosivo o del camión lanzado contra las gentes indefensas. Me contaba no hace mucho un médico militar, a modo de anécdota, las palabras de un marido, a cuya esposa enferma había atendido el hospital español, que le manifestaba su agradecimiento, pero le recordaba que, si se terciaba, no dudaría en matarlo.

Quiero creer que, en el caso de las ONG gerundenses, se trató de una decisión de sus miembros locales -o, mejor, localistas- y que no toda la entidad comparte la inquina de que hicieron gala en la Expojove de Gerona. Con todo, quitemos las máscaras de esa supuesta solidaridad; descubramos la verdadera faz de quienes, pasando por altruistas, odian lo español y, por supuesto, a quienes lo representan con un digno uniforme militar. Se trata de muestras evidentes del tartufismo que denunció en su día Molière.

Si el soldado lleva colores mimetizados para confundirse con el terreno, estos pájaros de cuenta se disfrazan de benevolencia, fraternidad y altura de miras generosas.