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22 agosto 2016 • Son constantes estos burdos manejos políticos cuando muere un genio en cualquiera de las facetas del arte y de la literatura

Manuel Parra Celaya

Un adiós para mi infancia

Capitán TruenoA mis años, no me importa reconocer que uno de mis primeros amores platónicos fue Sigrid de Thule, adoptada por el pirata Ragnar –prototipo del vilano simpático y, a la postre, de gran corazón- , heredera de un trono legendario en un país lejano, toda vez que no había llegado aquí el boom turístico y las suecas quedaban en la imaginación de los españolitos ardorosos. Sigrid era la perpetua novia de un caballero español llamado Capitán Trueno, y ambos enamorados veían estorbado su idilio y su matrimonio por las constantes aventuras en que se empeñaba su galán y sus inseparables amigos Crispín y Goliat.

Estos personajes acompañaron fielmente mi infancia –llegué algo tarde para Roberto Alcázar y Pedrín- y todavía conservo como un tesoro la colección de sus cómics (entonces no se llamaban así y respondían al genérico nombre de tebeos), que fui completando, ya de adulto, con facsímiles.

Me entero hoy de que ha muerto su creador y guionista, Víctor Mora (Barcelona, 1931) y, como siempre ocurre en el campo de la literatura, se me desdibujan las distancias entre realidad y fantasía, es decir, entre creador y criaturas. Hoy han muerto de golpe en mi corazón un anciano Capitán Trueno, al que quiero suponer felizmente casado con la bella Sigrid, ambos abuelitos respetables, y los también ancianos Goliat y Crispín. A partir de ahora, cuando ojee algún episodio de sus peripecias por el mundo, me dará la impresión de que estoy leyendo una necrológica.

Todos los medios se han apresurado a resaltar la militancia comunista de Víctor Mora, y, como siempre sucede en estos casos, la utilización política del difunto está servida: que si huyó de Barcelona hacia el exilio al acabar la guerra, que si militó en el PSUC y fue detenido por ello en los años 60 y, como consecuencia, vivió unos años en Francia. Todo ello (menos achacarle la decisión de huir en el 39, impropia de un niño de 8 años) es cierto y era sobradamente conocido, por lo menos para esta admirador de su genio. La manipulación más vulgar se ha añadido ahora: que, debido a su militancia, jamás aparecían en sus guiones alusiones religiosas o nacionales. Acudo a mi colección y compruebo, ya en las primeras entregas cuando Trueno ejerce de cruzado en San Juan de Acre, su empeño en devolver una cruz y otros objetos sagrados, robados por los musulmanes, a los frailes españoles; constato también su constante grito de Santiago y cierra España en sus luchas contra piratas, salvajes africanos, belicosos esquimales o guerreros tártaros, así como sus afirmaciones rotundas –pedagogía para sus compañeros y para los extraños- de las virtudes cristianas del perdón y la clemencia, su sano orgullo en torno a cómo lucha y muere un caballero español y muchos otros matices que hoy serían tachados, sin duda, por la censura democrática como políticamente incorrectos.

Su defensa a ultranza de la libertad y su apuesta constante por el reinado de la justicia tampoco serían precisamente achacables a su paso por el estalinista PSUC, pues, como valores universales, también aparecían, por ejemplo, en la Promesa de la O.J.E., donde por cierto empecé a militar a mis once años, un poco más tarde de mi atracción infantil por el héroe medieval.

De todas formas, son constantes estos burdos manejos políticos cuando muere un genio en cualquiera de las facetas del arte y de la literatura; si sus ideas o su militancia en vida coinciden con las del apologista, resultan a la postre determinantes en las alabanzas a su creación; si, por el contrario, el escritor, actor o escultor fallecido defendió posturas de esas que están de antemano proscritas por el Pensamiento Único, se ocultan o se disfrazan con un a pesar de…; lo más normal es que se le castigue post mortem con el silencio y el posterior olvido. Estas son las reglas generales que rigen en esta sociedad de manipuladores y de tontos del haba.

Tengo a gala mantener, como parte sustancial de mis valores, aquello de que nada humano te sea extraño, con alcance universal, acompañado de mi aspiración constante a una España de todos y para todos. En consecuencia, cuando admiro a un personaje, sea por la calidad de su pluma, por su buen haber en las tablas o ante las cámaras o por la maestría de sus pinceles, jamás sufre mengua esta admiración por cuestiones de ideología política y de coincidencia con mi forma de pensar y de ser. Llámenle generosidad, apertura mental, liberalidad o sentido nacional inclusivo, al modo de Laín.

Rindo, pues homenaje al genio creador de Víctor Mora, acompañante de mi niñez, y, como cristiano no dejaré de elevar una oración por su alma en justo agradecimiento a tantos buenos ratos pasados en compañía del Capitán Trueno, de Goliat, de Crispín y de mi adorada Sigrid.