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28 marzo 2016 • Me apresuro a exigir responsabilidad a todos los gobiernos y a las instituciones comunitarias europeas

Manuel Parra Celaya

Con apresuramiento

Mercator_Mapa de EuropaMe apresuro a escribir estas líneas porque tengo por seguro que, en breve, el atentado de Bruselas ya no será noticia, tal es la capacidad de amnesia selectiva de la opinión publicada y fabricada, que no pública, y de sus mentores.

Me apresuro a afirmar, en primerísimo lugar, que este asesinato y todos los anteriores no van dirigidos contra un Sistema económico ni un Régimen político determinados –esos del supuesto fin de la historia- ; ni exclusivamente contra un determinado “modelo de convivencia y de libertades”, según latiguillo prefabricado escuchado ad nauseam en todas las declaraciones de estos días; ni contra una Nación en concreto, que forma parte del reino de Jauja del buenismo: se trata de un atentado más contra la esencia de Europa.

Decir contra Europa es equivalente a decir que se trata de crímenes contra el mismo concepto del ser humano, ya que los conceptos de dignidad, libertad e integridad proceden de nuestra interpretación antropológica; los asesinos lo son también contra quienes sostienen otra visión del Islam y –no lo olvidemos- especialmente contra los cristianos de Oriente, verdaderos mártires del siglo XXI, tan frecuentemente silenciados en los medios.

Me apresuro a reiterar que esa esencia de Europa está integrada fundamentalmente por los valores del Clasicismo y del Cristianismo, y, después, por todos los ismos que les han sucedido en la historia y que emanan, en sus aspectos más positivos, de ambos; por toda una cultura y una historia comunes, de encuentros y desencuentros, en la que se incluyen Homero y Virgilio; Aristóteles y Platón; el Partenón y el Coliseo; Carlomagno y Carlos V; las catedrales de Notre Dame y de Santiago de Compostela; San Agustín y Santo Tomás; Miguel Ángel y Erasmo; Descartes y Spinoza; Shakespeare y Cervantes; Rubens y Velázquez; Napoleón y Prim; Shelley y Kipling…, con un largo e inacabable etcétera del que ni siquiera apeo a la marquesa de Pompadour y sus veleidades.

Me apresuro a exigir responsabilidad a todos los gobiernos y a las instituciones comunitarias europeas, más allá de una tibia coordinación, que, a la hora de la verdad, se pasan los yihadistas por el arco de triunfo; responsabilidad que pasa por diferenciar entre refugiados políticos, inmigrantes, invasores y terroristas infiltrados, aunque tengan las credenciales de ciudadanía de un Estado europeo.

Me apresuro a desengañarme de la inocua ceremonia de las velitas encendidas y de los minutos de silencio; y me apresuro, en cambio, a rezar a Dios por las almas de todas las víctimas del terrorismo y por la inteligencia y buen pulso de quienes tienen encomendada la misión de defender a esas sociedades que aún no se han enterado, adormecidas, de que estamos inmersos en una guerra.

Me apresuro, en consecuencia, a manifestar mi creencia absoluta en la trascendencia del ser humano y a exaltar la religiosidad como atributo inalienable de todos los hombres; me apresuro, así, en hacerle una higa al laicismo totalitario que, en el mejor de los casos, quiere obviar o reducir esa religiosidad a los ámbitos privados y, en cuanto le dejen, perseguirla; y, por lógica, reivindico una Europa creyente, superadora del actual nihilismo materialista que la enseñorea; una Europa creyente no ocultaría hipócritamente a esos mártires de Oriente.

Me apresuro a denunciar el estúpido pacifismo que menosprecia a los Ejércitos y es totalmente renuente a instalar en la educación los valores de la abnegación, el honor, el valor, el esfuerzo y la disciplina; y sé de qué hablo, por tener el DNI de ciudadano de una España que es desgraciadamente la primera en renunciar a estos valores, y ser vecino y habitante de una Barcelona, cuyo Ayuntamiento, entre paréntesis, no quiere ni en pintura la presencia de las Fuerzas Armadas en salones de infancia y juventud y llega a protestar –el muy cretino- porque los soldaditos se entrenan físicamente en las montañas cercanas a la ciudad…

Me apresuro a calificar, sin paliativos, de colaboracionistas con el enemigo de Europa a quienes, en nombre de supuestas alianzas de civilizaciones y cosas así de chuscas, han llegado a pedir la supresión de las procesiones de Semana Santa o la colocación de Nacimientos en las calles, porque pueden incomodar a los amigos de los yihadistas, esos que ponen las bombas en cualquier ciudad de nuestra indefensa y estúpida Europa en nuestros días.