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21 marzo 2016 • Maeztu reivindicó la trilogía "Servicio-Jerarquía-Hermandad", y ello le costó la vida

Manuel Parra Celaya

El laboratorio de Frankestein

frankensteinSabemos que una de las características de la Postmodernidad o Modernidad líquida que vivimos es el rechazo de los grandes relatos, considerados por nuestros postmodernos como simples mitos. De ahí, el rechazo de la historia –reducida a museos multimedia, que dice David Lyon-, a la cultura –cuestionada como tradición- y, en general, a todas las construcciones sólidas, personales o políticas, carcomidas ahora por la duda, antesala del nihilismo. Previamente, la Religión ya había sido puesta en entredicho por la Modernidad secularizadora.

Sin embargo, asistimos a diario a la supervivencia aparente de esos grandes relatos, que se podrían considerar ya extintos, o, mejor, a su recreación, como si acabaran de salir remozados del laboratorio del doctor Víctor Frankenstein. Esta resurrección forzada es común a toda Europa, pero cobra mayor evidencia en España, que no en balde es campo de experimentación de teorías aberrantes y, en consecuencia, de una legislación obediente a las mismas.

Así, el gran relato mitológico de la trilogía Igualdad-Libertad-Fraternidad, que en vano intentó Ramiro de Maeztu sustituir por la de Servicio-Jerarquía-Hermandad, y ello le costó la vida. Vemos claramente que el mito ha revivido, a pesar de las constataciones evidentes de las sociedades que lo sufren: la Igualdad ha quedado reducida a unas monsergas propagandísticas y, en ocasiones, contra natura, y ha devenido, como no podía ser menos, en una nivelación igualitarista obligada, sinónima de vulgaridad e incultura; a todo esto, sigue siendo más demostrable que nunca que hay unos más iguales que los otros. La Libertad ya no es el atributo humano que debe transcurrir dentro de un orden, sino dentro del Orden, con mayúscula, el establecido por el Sistema, ese que invade continuamente las esferas privadas y familiares, en un marco social en el que todo debe ser reglamentado. La Fraternidad ha desaparecido de la sociedad, víctima del individualismo egoísta, del afán de lucro y de las rencillas, rencores y odios, no solo entre quienes componen el presente, sino hacia quienes protagonizaron el pasado. Pues bien, el gran mito de esa trilogía del Liberalismo –ahora Neoliberalismo- es presentado y aceptado al modo de un después de mí, el diluvio, avalado por un supuesto fin de la historia.

Otro mito redivivo por los buenos oficios del Dr. Frankenstein es el gran relato marxista-leninista; el derrumbamiento –por implosión- del socialismo real no le afectó, pues ya habían tomado el relevo las ramificaciones de la Escuela de Frankfurt, a través de la terapia gramsciana, para asearlo superficialmente del polvo de los gulaks y de las purgas; de este modo ha llegado a las nuevas generaciones, enamoradizas por sistema. Las evidencias de su fracaso se repiten en la actualidad, como en el mito anterior: miseria y demagogia, unos más iguales que los otros, incapacidad unida a la prepotencia. Entre estas ramificaciones, no deben silenciarse las que pretenden, además de torcer la sociedad, torcer la propia naturaleza humana, tales como los grandes relatos de la Ideología de Género y similares.

También persiste –este sí unido entrañablemente a la Postmodernidad- el gran relato que tiene por protagonista al Individuo, enfrentado al Todo que forman sus semejantes, ácrata teórico en cuanto a sus dependencias, depredador en ocasiones, sumiso al instinto y ajeno por

completo a la racionalidad. Como el anterior gran relato, puede encandilar a los propensos al utopismo.

Productos de laboratorio, de taller o de logia, estos grandes relatos, renovados convenientemente, aún pueden resultar atractivos para las masas cuando son generosamente propagados por los poderosos altavoces del Sistema. ¿Indefinidamente? Esperemos que no.

De todas formas, no olvidemos que los únicos grandes relatos –no míticos- que han sobrevivido a los brutales ataques de la Modernidad y al encono sibilino de la Postmodernidad han sido los que ponen el énfasis en el ser humano, dotado de dignidad, de libertad, de integridad; los que lo elevan a la categoría de persona, abierta al otro; los que lo educan y refuerzan en la familia; los que lo integran en una Patria. Y, sobre todo, ha persistido el gran relato –tampoco nada mítico- del Cristianismo, quien, por su intrínseca verdad, da respuesta a la armonía del hombre con su entorno y con su trascendencia.