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16 noviembre 2015

Manuel Parra Celaya

Expresiones desafortunadas

Dolores LopezLos deslices de los políticos, muchas veces producto de una incontinencia verbal, suelen proporcionar material jugoso a los adversarios de su persona o de su partido que carecen de otras municiones más contundentes y, a la vez, material jocoso a los comentaristas ayunos de noticias más importantes. Por ello, el buen político debe ajustar cuidadosamente sus palabras en público al supremo código lingüístico, que es, por supuesto, la estupidez galopante de lo políticamente correcto.

Como muestra reciente, el tremendo desliz cometido por la señora Dolores López, Secretaria General del PP en Andalucía, que gritó un sonoro ¡Arriba España! al final de su discurso y que, al parecer, provocó varias amagos de infarto, no solo entre sus contrarios ideológicos, sino, especialmente, entre las filas de su propio partido.

Uno no lo acaba de entender del todo, porque pretender elevar algo, en esta caso la Nación española, no debería estar mal visto por nadie, ya que implica un deseo de superación con respecto a la cosa amada. Es decir, que no te conformas con la mediocridad o las deficiencias existentes, sino que pretendes que el objeto o concepto elevado alcance cotas de excelencia. Una persona puede vivir durante muchos años una existencia enferma o lánguida, carcomida por males terribles, pero lo que ansía por pura lógica es recuperar la salud y salir de su estado de postración y de dolor. Y lo mismo les pasa a los colectivos sociales e históricos.

Bueno, pues no debe ser así, y todo porque el grito que se le escapó a la Secretaria General lleva uno de los peores estigmas imaginables en este momento: la de ser una expresión joseantoniana, que luego fue adoptada, en ocasiones, por el Régimen de Franco. Es aberrante que, entre los cautos y melifluos políticos de la derecha se oiga tamaña decisión de levantar a España de la crisis moral y nacional que nos queja, y que provoca, entre otras cosas, que muchos compatriotas se avergüencen de ser españoles, haciendo suya aquella tremenda frase de Cánovas del castillo de que “es español el que no puede ser otra cosa”, en lugar de la respuesta, bastantes años más tarde, del Fundador de la Falange: “Ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo”, que, lejos de encerrar una simiente de nacionalismo –tan rechazado por José Antonio, independientemente de la extensión de ese individualismo de los pueblos- pretendía ser una proclama optimista –y realista, desde el punto de vista histórico- frente al pesimismo en que nos sumió la I Restauración.

De todas formas, y para consuelo de la Sra. Dolores López, que se sintió luego abrumada por esa “expresión desafortunada que no va conmigo” y por la que pidió humildemente público perdón, le diremos que el verdadero origen del ¡Arriba! no está en José Antonio Primo de Rivera, sino en otro regeneracionista y patriota anterior, concretamente D. Ricardo Macías Picavea; en su libro El problema nacional, editado en 1899, escribe al afecto “No hay fórmula, por otra parte, más depuradora de todo arbitrismo, o ideológico o inadecuado, siempre estéril, en esta materia: marchar constantemente en la nación y con la nación (…) gritando: ¡Sursum corda! (que quiere decir, Sra. López, arriba los corazones; de nada) ¡Arriba España!”.

Otra sugerencia a la Sra. López -que extiendo a todos los políticos sin distinción de ideologías-: ¿por qué no incorpora, al final de sus discursos, aquel ¡Arriba el campo!, tan de moda en otros tiempos, pero que no puede encerrar ofensa alguna? Además, se contestaba (Rafael García Serrano dixit) con un “ilógico, disparatado y coral ¡Bien, coño, bien!”. Sería bonito y ejemplarizante ver a los palmeros de cualquier formación política de nuestros días responder de esta forma apasionada y gentil a las palabras certeras de sus líderes y dirigentes.

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