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29 julio 2015 • A vueltas con la Memoria Histórica: los otros desaparecidos • Fuente: Diario 16

Francisco Torres García

Pedro Miró, el jesuita asesinado un 20 de noviembre en represalia por la muerte de Durruti

Pedro Miró_2Coincidencias. Leía hace unos días un magnífico artículo de uno de los pensadores modernos marginados, el argentino Alberto Buela, titulado «La Industria de la memoria». Evidentemente no se refiere a la situación española, pero no pocos de sus argumentos serían fácilmente extrapolables a nuestro caso. También aquí lleva décadas desarrollándose esa industria a costa del erario público iniciada con indemnizaciones sin cuento y culminada con subvenciones increíbles a grupos constituidos en muchos casos para la explotación de la memoria.

Como la canícula aprieta la prensa se puebla de reportajes y entre ellos es habitual encontrar noticias sobre los hallazgos y avances de estos «explotadores de la memoria» o de la persecución a cualquier nombre relacionado con el franquismo en los callejeros. Cierto es que esas decenas de miles de desaparecidos -hilarantes son los números presentados por estas asociaciones que no son más que organizaciones vinculadas a IU inicialmente y que ahora andan arribando a las procelosas aguas podemitas-, enterrados en fosas ocultas, no aparecen por ningún lado. Sin embargo, es usual que estos desenterradores se topen, como ha sucedido hace unas semanas, con una fosa con medio centenar de soldados del ejército republicano ejecutados por retroceder frente al enemigo. Práctica usual en las unidades comunistas y que viene a probar que son ciertos los relatos que me contaba un viejo soldado a las órdenes de El Campesino -líder comunista- explicándome cómo ponía las ametralladores a la espalda de sus soldados para que no retrocedieran. O lo acontecido a los buscadores de dos ejecutados en Borriol por los nacionales al encontrarse en la fosa con 77 soldados nacionales que eran desaparecidos porque no se sabía dónde estaban enterrados. Lo que por cierto viene a dejar en evidencia otro de los argumentos de las Asociaciones de la Memoria de la izquierda: que los nacionales ya habían sido todos localizados y homenajeados. Hay también muchos desaparecidos del bando nacional: unos, enterrados en zona de combate; otros, asesinados, como los oficiales de marina arrojados al mar en Cartagena.

Viene al caso todo lo anterior, la cascada de coincidencias, porque hace unos días, comentando estas cosas, me escribió la sobrina-nieta de un jesuita, don Pedro Miró de Mesa, nacido en Palma de Mallorca. Cursó estudios en Holanda, impartió clase en Argentina. Ya en España la guerra le estalla en Barcelona. Como tantos otros es detenido el dos de noviembre de 1936, hacía poco que había cumplido 35 años. Da igual si fueron las milicias anarquistas o las del POUM… Su final fue la terrible checa de San Elías de la capital catalana, dependiente del Comité Central de Milicias Antifascistas donde todos tenían representación y en esa época «atendida» por los asesinos de la anarquista FAI. Según se anota en la documentación se supone que fue asesinado el 20 de noviembre de 1936 en represalia por la muerte del líder anarquista Buenaventura Durruti. Su cadáver aún sigue sin aparecer y hasta 1948 no se pudo hacer la inscripción correspondiente en el registro civil. Al no encontrarse el cadáver y sin más testimonios no se pudo iniciar el proceso de beatificación para dolor de sus familiares ¿Qué sucedió en la Cheka?

Pedro Miró_1

La Cheka de San Elías, situada en los sótanos del convento de las clarisas de Jerusalén, era uno de los varios centros de tortura y muerte de la capital catalana que el presidente Companys toleró sin mayor problema. Algunos de los defensores de la memoria histórica de la izquierda tratan de borrar de la historia aquel siniestro lugar y sus métodos. Los asesinatos en masa como los del 28 de octubre de 1936 que llevaron a la muerte a 46 hermanos maristas y las torturas eran usuales. Durante once meses se sacó a los presos de las hacinadas celdas. Se leía la lista y eran asesinados en los sótanos o el cementerio. En la Cheka existía un horno crematorio que evidentemente permitió deshacerse de los cadáveres, expoliados convenientemente de sus dientes de oro. También tenían una piara de 42 cerdos. Aunque pueda parecer increíble ese fue el destino de algunos de los prisioneros torturados, servir de alimento a los puercos. Ese fue el destino, por ejemplo, de Eusebio y Ramón Cortés según mantuvo su familia. Por Barcelona corría meses después el anuncio de la venta de los «chorizos de monja», al provenir de los cerdos alimentados con los restos de los torturados. De ahí que, ante los diversos testimonios, sea más que posible que ese fuera el destino del cuerpo de la madre Apolonia del Santísimo Sacramento. Con más de sesenta años fue desnudada y cortados en vida sus miembros mientras rezaba por sus asesinos. Después sus restos arrojados a los cerdos. Otros restos tuvieron como final el aljibe. Los enseres, la ropa de los asesinados, se acumulaba en el claustro. Cuando en 1943 las monjas recuperaron el convento e iniciaron las obras encontraron gran cantidad de huesos que fueron depositados en una habitación convertida en cripta bajo la advocación Ipsi vero mortui sunt pro Christo, et vivent in aeternum. Entre los muros de San Elías quedan las últimas oraciones de tantos que allí encontraron la muerte y también la verdad del último destino del cuerpo nunca hallado de don Pedro Miró, asesinado por ser sacerdote y enseñar.

¿Acaso no merecen estos muertos y desaparecidos, asesinados por la izquierda que hoy reclama memorias, las placas, las lápidas y el recuerdo que oficialmente se proscribe?

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