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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Epístola (Col 1, 12-20)
12Dando gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. 13Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, | y nos ha trasladado | al reino del Hijo de su amor, 14por cuya sangre hemos recibido la redención, | el perdón de los pecados. 15Él es imagen del Dios invisible, | primogénito de toda criatura; 16porque en él fueron creadas todas las cosas: | celestes y terrestres, | visibles e invisibles. | Tronos y Dominaciones, | Principados y Potestades; | todo fue creado por él y para él. 17Él es anterior a todo, | y todo se mantiene en él. 18Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. | Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, | y así es el primero en todo. 19Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. 20Y por él y para él | quiso reconciliar todas las cosas, | las del cielo y las de la tierra, | haciendo la paz por la sangre de su cruz.
Evangelio (Jn 18, 33-37)
33Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?». 34Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?». 35Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». 36Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». 37Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
William HOLE (1846-1917): Jesús siendo interrogado en privado por Poncio Pilato
(Jesus being interviewed privately by Pontius Pilate)
William Brassey Hole
Reflexión
I. La expresión de la realeza de Cristo forma parte de los contenidos esenciales de la Liturgia de la Iglesia y en cada parte del año tiene manifestaciones características. La Iglesia presenta al Señor en la humildad de Belén o en el despojo de la Cruz, pero siempre lo hace como Rey. Sin embargo, una celebración específicamente dedicada a Cristo Rey no se introduce hasta 1925, con ocasión de la encíclica Quas primas de Pío XI, cuando se fijó en el último domingo de octubre:
«porque en él casi finaliza el año litúrgico; pues así sucederá que los misterios de la vida de Cristo, conmemorados en el transcurso del año, terminen y reciban coronamiento en esta solemnidad de Cristo Rey, y antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de aquel que triunfa en todos los santos y elegidos» (nº 31).
El mismo Papa explica que al instituir esta fiesta pretendía que la idea del reinado de Cristo se inculcara en el pueblo cristiano buscando sobre todo su significado histórico y social frente al llamado «laicismo» que el Pontífice juzgaba «peste de nuestros tiempos» y que consiste en la negación de los derechos de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo sobre toda la sociedad humana, tanto en la vida privada y familiar, como en la vida social y política.
II. El pasaje evangélico de hoy (Jn 18, 33-37) contiene una afirmación clara y rotunda de la realeza de Cristo tomada de sus propios labios, pero pronunciada ante Pilato en el contexto de humillación y de dolor de la Pasión: «Tú lo dices: soy rey». Otros textos de la Misa y del Oficio, en cambio, nos presentan la apoteosis de Cristo Rey, como ocurre en el introito («Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza»: Ap 5, 12) o en el aleluya («Su poder es un poder eterno, no cesará. | Su reino no acabará»: Dan 7, 14). La razón de este contraste es que, para hacer una presentación completa del misterio de la realeza de Cristo, la Liturgia ha de recoger las diversas etapas de ese reinado y la vinculación que existe entre ellas:
II.1. En el tiempo de la Iglesia, se desarrolla el reino de la gracia, reino espiritual. El poder de Cristo se extiende a todas las cosas, pero todavía no se ha manifestado plenamente. En el Cielo, su reino es de gloria y majestad, pero en la tierra es interior, humilde y escondido.
Durante esta etapa Cristo ha de reinar en los corazones de los hombres y ha de reinar socialmente sobre pueblos y naciones. Ese reinado en los individuos es condición para que cada uno de ellos participe un día de aquel reinado en el Cielo, pero el reinado social no se identifica con la plenitud del reino de Cristo. Es más, la teología de la historia nos demuestra que en el desarrollo histórico del cristianismo no asistimos a la realización de un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente, sino a una progresiva irradiación del mal. Con agudeza se ha calificado a esta situación de «apostasía inmanente»: «apostasía», porque con el corazón muchos ya se han separado de la Iglesia; «inmanente», porque aparentemente siguen permaneciendo en ella. Y este pecado de apostasía atenta directamente contra la realeza de Cristo porque niega el fundamento religioso de la sociedad (cfr. Rafael GAMBRA, la democracia como religión. La frontera del mal, in: Verbo, 229-230 (1984) 1213-1220).
En cambio, la doctrina de la realeza social de Cristo nos recuerda que la autoridad no saca de sí misma su legitimidad moral y sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos. Cuando los dirigentes proclaman leyes injustas o toman medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia. (cfr. CATIC 1902-1903). La autoridad pública que no actúa según el orden moral y en orden al bien común, desatiende su fin propio y por ello mismo se hace ilegítima y los ciudadanos tenemos derecho a la objeción de conciencia y a la resistencia (cfr. Compendio DSI 396-401).
II.2. La Epístola (Col 1, 12-20) nos confirma que, si bien la soberanía de Cristo sobre toda la creación se empieza ya a cumplir en la historia y en las realidades temporales, no ha alcanzado todavía su plenitud definitiva. Solamente la venida gloriosa de Cristo al fin de los tiempos llevará consigo el triunfo definitivo sobre el pecado y la muerte. el establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel y anunciado por los profetas que traerá el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz (cfr. CATIC, 672). Como decimos en el Credo: «y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin». Entonces tendrá lugar el establecimiento del reino de la Gloria, reino visible y universalmente reconocido. Será el momento del cumplimiento de las profecías que hemos citado del libro de Daniel y del Apocalipsis y de tantos otros lugares del Antiguo y del Nuevo Testamento. Es lo que pedimos en el Padrenuestro: «Venga a nosotros tu reino». «En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo» (CATIC, 2818).
III. Movidos por esta petición hagamos nuestro en esta fiesta el deseo y el firme propósito de hacer cuanto esté en nuestras manos para que Jesús sea reconocido como Rey por los individuos, por las familias y por la sociedad, para que se cumpla lo que le pedimos en la oración después de la comunión, que después de haber militado bajo sus banderas en la tierra, podamos formar parte de su Reino eterno en la gloria del Cielo.