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17 septiembre 2023 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

XVI Domingo después de Pentecostés: 16-septiembre-2023

Epístola (Ef 3, 13-21)

13Así pues, os pido que no os desaniméis ante lo que sufro por vosotros, pues redunda en gloria vuestra. 14Por eso doblo las rodillas ante el Padre, 15de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra, 16pidiéndole que os conceda, según la riqueza de su gloria, ser robustecidos por medio de su Espíritu en vuestro hombre interior; 17que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; 18de modo que así, con todos los santos, logréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, 19comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios. 20Al que puede hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre nosotros; 21a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones de los siglos de los siglos. Amén.

Evangelio (Lc 14, 1-11)

1Un sábado, entró él en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando. 2Había allí, delante de él, un hombre enfermo de hidropesía, 3y tomando la palabra, dijo a los maestros de la ley y a los fariseos: «¿Es lícito curar los sábados, o no?». 4Ellos se quedaron callados. Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió. 5Y a ellos les dijo: «¿A quién de vosotros se le cae al pozo el asno o el buey y no lo saca enseguida en día de sábado?». 6Y no pudieron replicar a esto. 7Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola: 8«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; 9y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. 10Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. 11Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

Monogramista de Brunswick: «Parábola del Gran Banquete», hacia 1525, Museo Nacional de Varsovia

Reflexión

El Evangelio de este domingo (Lc 14, 1-11) nos presenta a Jesús como invitado en la casa de «uno de los principales de los fariseos». Dándose cuenta de que los asistentes elegían los primeros puestos en la mesa y de la mala intención de los que le observaban («le estaban espiando») se sirve de una parábola, ambientada en un banquete de bodas, para dar una enseñanza: «El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado» (v. 11).

I. En la Sagrada Escritura la idea de banquete se asocia en muchas ocasiones a la esperanza del cielo, son una imagen del fin último del hombre, que es la unión definitiva con Dios y la participación en su gloria, porque la alegría y la saciedad que producen la buena comida y el vino del convite prefiguran el gozo sin límites de la gloria celestial.

Además, se nos indica cómo llegar a ese cielo prometido porque no podemos alcanzarlo con nuestras solas fuerzas humanas: Observemos cómo el dueño de casa no sólo es el que invita al banquete y abre las puertas de la sala, sino también quien dispone el lugar que corresponde a cada uno.

Eso significa que la salvación no es algo que podamos alcanzar por nosotros mismos sino que es preciso contar ineludiblemente con el auxilio de la gracia de Dios que es «un don interno, sobrenatural, que se nos da, sin ningún merecimiento nuestro, por los méritos de Jesucristo, en orden a la vida eterna» (Catecismo Mayor).

La Oración Colecta de hoy dice así: «Te suplicamos, Señor, que nos prevenga siempre y acompañe tu gracia, y nos haga solícitos y constantes en la práctica de las buenas obras».

En el orden de la salvación es tal nuestra impotencia, que, si la gracia divina no se nos anticipase, no tendríamos siquiera el pensamiento de obrar; y si ella no continuase en nosotros sus inspiraciones para llevarlas a término, no sabríamos pasar nunca del simple pensamiento al acto mismo de cualquier virtud. Necesitamos la ayuda de la gracia que sólo nos brinda Aquel que dijo: «sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5). No podemos, por ejemplo, sin la gracia, conocer a Dios con la luz de la fe, amarlo sobre todas las cosas, perseverar por largo tiempo en la vida virtuosa o rechazar todas las tentaciones, y evitar los pecados o arrepentimos de ellos después de haberlos cometido. Por eso, en la Oración Colecta la Iglesia nos hace pedir, pues, la prevención y la perseverante continuidad de ayuda tan preciosa como es la gracia.

II. En el Bautismo, la gracia santificante hace al cristiano hijo de Dios y comienza a vivir la misma vida de Cristo. Esa unión es tan profunda que transforma radicalmente la existencia del cristiano y hace posible que la vida de Dios se desarrolle como algo propio en el interior del alma. Para hacernos alguna idea de esa unión y de esa vida, nuestro Señor habla de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-6) y san Pablo utiliza una alegoría según la cual los cristianos formamos un Cuerpo místico cuya Cabeza o centro vital es el mismo Jesús (1Cor 12, 12-27).

Esta unión que es verdadera semejanza en el ser debe reflejarse necesariamente en nuestro obrar: en pensamientos, acciones y deseos, de modo que haya una configuración creciente con Él que es obra del Espíritu Santo, y que tiene como término la plena semejanza y unión, que se consumará en la vida eterna del Cielo. Pero, consideremos que para llegar a esa identificación con Cristo se precisa una orientación muy clara de toda nuestra vida: colaborar con el Señor en la tarea de la propia santificación, quitando obstáculos a la acción del Espíritu Santo y procurando hacer en todo lo que más agrada a Dios.

Esta correspondencia a la gracia se podría concretar en dos propósitos: mantener en toda circunstancia la vida de oración y cultivar un constante espíritu de penitencia.

  • Vida de oración: la vida cristiana requiere un diálogo constante con Dios Uno y Trino, y es a esa intimidad a donde nos conduce el Espíritu Santo. Vida de oración concretada a través de las prácticas de piedad diarias, semanales, mensuales…
  • Unión con la Cruz, porque en la vida de Cristo el Calvario precedió a la Resurrección y ese mismo proceso debe reproducirse en la vida de cada cristiano, aceptando en primer lugar las contradicciones, grandes o pequeñas, que nos llegan, y ofreciendo al Señor cada día otras muchas pequeñas mortificaciones a través de las cuales nos unimos a la Cruz de Cristo, purificamos nuestra vida y nos disponemos para un diálogo íntimo y profundo con Dios.

Esta unión con la Cruz de Cristo es una forma de vivir esa humildad que es la virtud que nos propone la parábola del Evangelio. El mismo Jesús que nos invita a vivirla nos da el motivo que no es otro que imitarle a Él. Cristo es el que verdaderamente se ha humillado, despojándose totalmente, primero en la Encarnación y después hasta el extremo de la muerte en cruz. Si la humildad es el único camino, Él va por delante de nosotros para mostrarlo.

III. La Virgen María manifiesta su humildad precisamente cuando se ve elevada a la grandeza de Madre de Dios: «se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava» (Lc 1, 47-48). A Ella le pedimos que nos guíe por el camino de la humildad, para así alcanzar las gracias que necesitamos y llegar a ser dignos de la recompensa divina.