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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Epístola (1Cor 15, 1-10)
1Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis, en el que además estáis fundados, 2y que os está salvando, si os mantenéis en la palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en vano. 3Porque yo os transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; 4y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; 5y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce; 6después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los cuales vive todavía, otros han muerto; 7después se apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; 8por último, como a un aborto, se me apareció también a mí. 9Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. 10Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.
Evangelio (Mc 7, 31-37)
31Dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. 32Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. 33Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. 34Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, «ábrete»). 35Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. 36Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. 37Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC
Domenico Maggiotto (Siglo XVIII): Curación del sordomudo
Reflexión
I. Son numerosos los textos del Antiguo Testamento que nos presentan la descripción de los tiempos mesiánicos en la tierra de Israel a través de una serie de imágenes. Así, el profeta Isaías (por ejemplo en Is 35, 4-7) contempla la obra salvadora bajo dos aspectos: curaciones que devolverán al hombre su integridad física («Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, | los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo | y cantará la lengua del mudo»: vv.5-6) y transformación del desierto, que se convertirá en un lugar delicioso abundante en agua: «han brotado aguas en el desierto | y corrientes en la estepa» (v.6). Todas estas expresiones simbolizan la transformación que se llevará a cabo en el interior de los hombres y en su forma de vivir, como consecuencia de la manifestación de Dios en Jesucristo.
El anuncio profético se cumplió materialmente en las curaciones realizadas por Jesucristo, el Mesías anunciado. Por eso, Él mismo se aplicó estas palabras como un signo de su condición mesiánica: «Los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados» (Mt 11, 5). El Evangelio de hoy (Mc 7, 31-37) nos relata uno de esos milagros, la curación de «un sordo, que, además, apenas podía hablar».
En esta curación encontramos un gesto simbólico de una acción más profunda que la sola sanación de un defecto físico: «le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, “ábrete”)».
Esta palabra («ábrete») resume en sí misma toda la misión de Cristo: Él, siendo Hijo de Dios, se encarnó para que el hombre sea capaz de escuchar la voz de Dios y de comunicarse con Él. Por este motivo, la palabra y el gesto del “Effetá” forman parte del rito del Bautismo, como uno de los signos que explican su significado: el sacerdote, tocando la boca y los oídos del recién bautizado pide que pronto pueda escuchar la Palabra de Dios y profesar la fe.
II. Los que traían a aquel hombre para que fuera curado por Jesús «le piden que le imponga la mano». Es decir que lleve a cabo un gesto externo que era de uso tradicional para significar la sanación como vemos en el AT (2Re 5, 11) y que el mismo Jesús utilizaba habitualmente (Mc 6, 5; 8, 23.25). A menudo, Él se servía de signos para curar: saliva e imposición de manos, barro y ablución. Los enfermos tratan de tocarlo «porque salía de Él una fuerza que los curaba a todos» (Lc 6, 19). Este uso de signos materiales como medio para realizar sus curaciones, nos recuerda que Cristo sigue “tocándonos” para sanarnos mediante los sacramentos.
Esta realidad la encontramos en la propia definición de «sacramento» que es «un signo sensible y eficaz de la gracia, instituido por Jesucristo para santificar nuestras almas» (Cfr. Catecismo Mayor IV, 1). Llamamos a los sacramentos «señales sensibles y eficaces de la gracia» porque todos los sacramentos significan, por medio de cosas sensibles, la gracia divina que producen en nuestras almas. Así, por ejemplo, en el Bautismo, el derramar el agua sobre la cabeza del niño y las palabras: «Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo», son una señal sensible de los que el Bautismo obra en el alma, porque así como el agua lava el cuerpo, así también la gracia divina del Bautismo limpia de pecado el alma.
Basta por tanto que pensemos aunque sea de una manera breve en los efectos del Bautismo, la Penitencia o la Eucaristía sobre cada uno de nosotros para que caigamos en la cuenta de que Dios sigue realizando grandes cosas en nuestra vida. Y de ahí que tengamos que hacer un examen de conciencia eficaz acerca del uso que estamos haciendo de estos medios que Cristo ha instituido para hacernos llegar su gracia, en particular de aquellos sacramentos que (como la confesión o la Eucaristía) podemos recibir con más frecuencia. Examen de conciencia eficaz porque nos llevará a renovar el aprecio de los mismos y a poner los medios necesarios para recibirlos habitualmente y con aquellas disposiciones que nos permitan alcanzar todos sus frutos.
III. Para dar eficacia a nuestros propósitos nos dirigimos a María santísima. Que su maternal intercesión nos obtenga experimentar cada día el milagro de la apertura de nuestros oídos para escuchar la palabra de Dios y de nuestros labios para dar testimonio de la fe que profesamos con lo que decimos y, sobre todo, con lo que hacemos en nuestra vida.