Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone
«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Epístola (Rom 6, 19-23)
19Hablo al modo humano, adaptándome a vuestra debilidad natural: lo mismo que antes ofrecisteis vuestros miembros a la impureza y a la maldad, como esclavos suyos, para que obrasen la maldad, ofreced ahora vuestros miembros a la justicia, como esclavos suyos, para vuestra santificación. 20Pues cuando erais esclavos del pecado, erais libres en lo que toca a la justicia. 21¿Y qué fruto obteníais entonces? Cosas de las que ahora os avergonzáis, porque conducen a la muerte. 22Ahora, en cambio, liberados del pecado y hechos esclavos de Dios, dais frutos para la santidad que conducen a la vida eterna. 23Porque la paga del pecado es la muerte, mientras que el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Evangelio (Mt 7, 15-21)
15Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. 16Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? 17Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. 18Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. 19El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. 20Es decir, que por sus frutos los conoceréis. 21No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC
Reflexión
I. De nuevo el Evangelio de este Domingo (como el 5º después de Pentecostés) está tomado del Sermón de la Montaña según san Mateo (Mt 7, 15-21).
Este evangelista ordena en un contexto lógico algunas enseñanzas de Jesús que otros evangelistas sitúan en otros contextos, a veces históricos. Es una sistematización previa de una parte de la doctrina moral de Cristo. Los comentaristas que buscan agrupar los distintos argumentos de este discurso conectan estos versículos con la última parte en la que se explica en qué ha de consistir la perfección cristiana que Jesús había propuesto a sus oyentes: «sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Cristo enseña aquí que el cristiano, en su obrar ha de imitar el modo de conducirse el Padre celestial, norma cristiana de toda perfección. Para conseguir esa perfección son necesarios cuatro medios: la oración, la caridad y misericordia, la mortificación o puerta estrecha y el precaverse de los falsos doctores. (TUYA, 82 y 125; Verbum Vitae, 349).
Con esta línea de subrayar la perfección del cristiano, es decir, su santidad, guarda relación la referencia a “los frutos” pues para entrar en el reino de Dios se requieren las buenas obras: «Por sus frutos los conoceréis… todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos» (vv. 16-17).
También la Epístola de san Pablo (Rom 6, 19-23) opone a los frutos conseguidos por el pecado los que aporta la santidad: «Ahora, en cambio, liberados del pecado y hechos esclavos de Dios, dais frutos para la santidad que conducen a la vida eterna. Porque la paga del pecado es la muerte, mientras que el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro» (vv. 22-23). Notemos la oposición entre la “muerte” (temporal y eterna) que es jornal y paga merecida en justicia por el pecado y la vida eterna a la que san Pablo llama «don», esto es, gracia, obsequio, regalo (Verbum Vitae, 348-349).
Dios ofrece al hombre múltiples dones: la vida, la fe, la vocación profesional, familia, religiosa, sacerdotal… y el Señor espera por parte del hombre una respuesta, espera unos frutos de santidad, espera que este hombre se transforme interiormente y dé frutos. El cristiano es una persona injertada en Cristo por el bautismo (Epístola Domingo 6º), por ello, debe dar frutos de vida eterna.
La vida en la tierra es un tiempo del que disponemos para dar esos frutos que Dios espera de nosotros y así ganar el Cielo. No somos dueños, sino administradores de unos bienes de los que hemos de dar cuenta y que hemos recibido como la semilla llamada a dar fruto abundante (cfr. parábola del sembrador o la de los talentos). Por eso hemos de aprovechar cada instante de nuestra vida para ganar en el amor y en el servicio a Dios.
II.1. Aprovechar el tiempo es llevar a cabo lo que Dios quiere que hagamos en cada momento. Aprovechar el tiempo es vivir con plenitud el momento actual, poniendo la cabeza y el corazón en lo que hacemos, sin preocuparnos excesivamente por el pasado, sin inquietarnos demasiado por el futuro. El Señor quiere que vivamos y santifiquemos el momento presente, cumpliendo con responsabilidad ese deber que corresponde al instante que vivimos y librándonos de preocupaciones inútiles por el futuro: «no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio» (Mt 6, 34).
II.2. Nuestra vida es corta y bien limitada en el tiempo. Aunque sea más o menos larga, nuestra vida es breve en una perspectiva de eternidad. Dentro de un tiempo que no conocemos, nos encontraremos cara a cara con Dios.
El Señor vendrá a llamarnos, a pedirnos cuenta de los bienes que sembró en nosotros para que dieran fruto abundante: la inteligencia, la salud, los bienes materiales, la capacidad de amistad, la posibilidad de hacer felices a quienes nos rodean… Aferrarse a lo de aquí abajo, olvidar que nuestro fin es el Cielo, nos llevaría a desenfocar nuestra vida, a vivir en la más completa necedad. Por el contrario, procurando la santificación propia en las diversas circunstancias en que vivimos y con el buen uso de los bienes materiales podemos darle a nuestra vida su verdadero sentido.
III. Dios cuenta con el buen uso de la libertad y la personal correspondencia de cada uno de nosotros. Espera que seamos un buen terreno que acoja su palabra y dé frutos. Examinemos si estamos correspondiendo a las gracias que el Señor nos está dando continuamente.
Y para ello acudimos a los méritos y la intercesión de la Virgen María, que acogió a la Palabra de Dios en sus entrañas purísimas, la meditaba en su corazón y siempre dio fruto abundante.