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2 julio 2023 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

V Domingo después de Pentecostés: 2-julio-2023

Epístola (1Pe 3, 8-15)

8Y por último, tened todos el mismo sentir, sed solidarios en el sufrimiento, quereos como hermanos, tened un corazón compasivo y sed humildes. 9No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados, para heredar una bendición. 10Pues quien desee amar la vida | y ver días buenos, | refrene su lengua del mal | y sus labios de pronunciar falsedad; 11apártese del mal | y haga el bien, | busque la paz | y corra tras ella, 12pues los ojos del Señor se fijan en los justos | y sus oídos atienden a sus ruegos; | pero el Señor hace frente a los que practican el mal. 13¿Quién os va a tratar mal si vuestro empeño es el bien? 14Pero si, además, tuvierais que sufrir por causa de la justicia, bienaventurados vosotros. Ahora bien, no les tengáis miedo ni os amedrentéis. 15Más bien, glorificad a Cristo el Señor en vuestros corazones, dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza.

Evangelio (Mt 5, 20-24)

20Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. 21Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. 22Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la gehenna del fuego. 23Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, 24deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

Reflexión

I. El Evangelio de este Domingo (Mt 5, 20-24) está tomado del llamado «Sermón de la Montaña» que trae san Mateo en los capítulos 5-7. Comienza con las «Bienaventuranzas» y continúa desarrollando una serie de enseñanzas cuyo núcleo común podemos decir que es la «“Relación de la Antigua Ley a la Nueva”; o simplemente “La Transmutación de la Ley”» (CASTELLANI). Unos versículos antes del fragmento que hemos leído, Jesús advierte: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud» (v.17).

II. Al hablar de «la Ley y los Profetas». Jesús se está refiriendo al conjunto de las prescripciones legales y ceremoniales con su moral y sus profecías mesiánicas, que Cristo no abrogará, sino que realizará y perfeccionará.

  • La ley de Moisés que encontramos en los libros del Antiguo Testamento fue revelada por Dios al pueblo de Israel preparando así la venida de Cristo. Sus prescripciones morales están resumidas en los Diez mandamientos que establecen los fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial.

El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal (cfr. CATIC 1961-1962). Dios dio al hombre la libertad y también los mandamientos para facilitarle el acertar en sus decisiones. La Ley de Dios no coarta la libertad humana, pues no limita su capacidad de elección, sino que enseña a utilizar con provecho el libre albedrío. Los mandamientos del Señor protegen la verdadera libertad (EUNSA, in: Sab 15, 16-21)

  • La ley nueva o Ley evangélica es la perfección en el mundo de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la montaña. La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley del AT porque mantiene en vigor sus prescripciones morales, pero hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana.

Jesús enseña el verdadero valor de la Ley que Dios había dado al pueblo hebreo a través de Moisés y la perfecciona aportando, con autoridad divina, su interpretación definitiva. Nos invita a vivir de acuerdo con los mandamientos de la Ley de Dios que interioriza y lleva a la perfección de su contenido por eso afirma: «os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (v. 20)

Esta «superioridad» de los discípulos de Cristo, no podía referirse a la escrupulosa materialidad de la práctica de la Ley, ya que en esto los fariseos eran insuperables, sino al espíritu que debía informar esa práctica de la nueva Ley.

La práctica farisaica de la Ley resultaba una verdadera farsa religiosa. Ya los profetas habían urgido al espíritu y el corazón en los sacrificios. Los fariseos vinieron a ser idólatras de la letra del texto sagrado, pero sin poner el corazón ni el alma en su práctica. Y hasta creían que, cumplido el expediente ritual. Esto es lo que Cristo censura, y enseña cuál ha de ser la «justicia» mesiánica: más que el rito, está el corazón, en que debe ir envuelto el rito; más que la práctica, es el espíritu, religioso y sumiso, el que ha de informarla. La «justicia» del reino mesiánico de Cristo es sencillamente, la «justicia» de la autenticidad religiosa en los espíritus (Cfr. TUYA).

Jesús llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cfr. Mt 15,18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. Desde el pecado original la voluntad del hombre está debilitada y para cumplir los mandamientos y hacer obras buenas en el orden sobrenatural necesitamos la gracia del Espíritu Santo que nos viene por el Redentor. Por eso la justicia de los bautizados es mayor que la de los escribas y fariseos, no por un mayor “esfuerzo” de los cristianos sino porque ontológicamente la vida de santidad del cristiano por obra de la gracia de Dios es vida sobrenatural, vida divina.

III. Todas estas consideraciones deben movernos, en primer lugar, a conocer los diez mandamientos de la Ley de Dios y a procurar una adecuada formación cristiana que nos enseñe lo que nos mandan y lo que nos prohíben cada uno de ellos.

Y en segundo lugar, a ajustar nuestra vida a esta norma de conducta convencidos de que los mandamientos de Dios no son el deber abstracto, ni meras normas y leyes sino una manifestación a nuestro alcance del camino que conduce a Dios y nos lleva a vivir como hijos suyos: «Dichoso el que, con vida intachable, | camina en la ley del Señor; dichoso el que, guardando sus preceptos, | lo busca de todo corazón» (Sal. 118, 1).

Pidamos a la Santísima Virgen, Asiento de la Sabiduría, que nos enseñe a valorar y a amar siempre más la voluntad de Dios manifestada en sus mandamientos y nos alcance la gracia de ser tan fieles a la hora de ponerlos en práctica que merezcamos un día participar en plenitud de esa misma vida divina.