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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Epístola (Rom 11, 33-36)
33¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! 34En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? 35O ¿quién le ha dado primero para tener derecho a la recompensa? 36Porque de él, por él y para él existe todo. A él la gloria por los siglos. Amén.
Evangelio (Mt 28, 18-20)
18Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. 19Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; 20enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC
La_Trinidad (El Greco, 1577-1579)
Reflexión
I. A lo largo del Año Litúrgico hemos celebrado en los domingos y fiestas los principales misterios de nuestra salvación: desde la larga preparación de la venida de Cristo (Adviento) a su Encarnación, Nacimiento e Infancia (Navidad), su Pasión, Muerte y Resurrección y el envío del Espíritu Santo (Pascua). Este Domingo, la Iglesia honra de manera particular en su liturgia a la Santísima Trinidad «para darnos a entender que el fin de los misterios de Jesucristo y de la venida del Espíritu Santo ha sido llevarnos al conocimiento de la Santísima Trinidad y a su adoración en espíritu y verdad»[1].
La infinita riqueza del misterio de Dios viviente y personal se nos escapa, nos desborda por completo. Pero Él ha querido revelarse a sí mismo: «Santísima Trinidad quiere decir: Dios uno en tres personas realmente distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo»[2]. Dios se revela para que podamos conocer en la fe aquello que es necesario para nuestra salvación y además ha querido comunicarnos su propia vida divina a través de la gracia.
Por todo ello, los textos y lecturas de este Domingo nos presentan, en primer lugar, la verdad de la fe trinitaria que conocemos por la revelación y, por otro lado, la relación de esta verdad de fe con nuestra propia vida sobrenatural: la Trinidad Santa como causa eficiente de nuestra redención y santificación[3].
II.1. La verdad de fe del Dios uno y trino que confesamos en el Credo se expresa de manera particular en el Prefacio de la Santísima Trinidad[4] que se reza en esta fiesta y todos los domingos del año que no tienen el prefacio propio de un tiempo litúrgico.
«Digno y justo es, en verdad, equitativo y saludable, que siempre y en todas partes te demos gracias, Señor Santo, Padre omnipotente, eterno Dios: que con tu Unigénito Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, no en la singularidad de una sola persona, sino en la Trinidad de una sola sustancia. Pues lo que por la revelación creemos de tu gloria, eso sentimos también de tu Hijo y del Espíritu Santo, sin diferencia ni discriminación. Para que en la confesión de la verdadera sempiterna Deidad, sea en las personas adorada la propiedad, en la esencia la unidad y en la majestad la igualdad. Que alaban los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y los Serafines, que no cesan de aclamar un día y otro día, diciendo a una voz sin cesar: Santo…»[5].
Con las solas fuerzas de la razón natural podemos llegar a conocer la existencia de Dios en cuanto creador del orden natural, pero nada podemos alcanzar del orden sobrenatural (como lo que se refiere a la Santísima Trinidad, la Encarnación, la gracia y la gloria…), realidades que trascienden al orden natural y cuya captación escapa a la capacidad de la razón[6]. A esta revelación alude la oración colecta de la Misa: «Omnipotente y sempiterno Dios, que con la luz de la verdadera fe diste a tus siervos conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar la Unidad en la potencia de tu Majestad…»[7].
Es decir, conocemos el misterio de la Trinidad porque ha sido objeto de una revelación progresiva por parte de Dios. En el Antiguo Testamento en ningún momento aparece claramente dicho misterio pero hay algunos indicios que hacen presentir de algún modo su futura manifestación por Jesucristo. Será en el Nuevo Testamento cuando se revela expresa, clara y plenamente el misterio de la Santísima Trinidad. Nos encontramos así con una aplicación de lo que san Agustín expresa cuando dice que «el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo y el Antiguo es manifiesto en el Nuevo»[8] y para san Gregorio Magno todo lo que «el Antiguo Testamento ha prometido, el Nuevo Testamento lo ha cumplido; lo que aquél anunciaba de manera oculta, éste lo proclama abiertamente como presente. Por eso, el Antiguo Testamento es profecía del Nuevo Testamento; y el mejor comentario al Antiguo Testamento es el Nuevo Testamento»[9].
II.2. Como decíamos, otros textos de la Misa subrayan la relación de este misterio de la fe con nuestra propia vida cristiana:
Desde entonces somos hijos de Dios, movidos por el Espíritu que, a manera de alma o principio vital, unifica y pone en acción todo el Cuerpo místico de Cristo. Así nuestras relaciones con Dios se expresan en función de toda la Trinidad: Dios Padre, término final de nuestras aspiraciones; Cristo, mediador entre Dios y los hombres; el Espíritu Santo, agente inmediato de toda actividad sobrenatural[11]. Por eso como dice san Pablo somos «miembros de la familia de Dios» (Ef. 2, 19) y vivimos con la esperanza de alcanzar un día en el cielo la plenitud de la contemplación y del gozo del Dios uno y trino.
«En una palabra, el misterio de la Santísima Trinidad ha llegado a ser para nosotros -hijos adoptivos del Padre, hermanos y coherederos del Hijo, movidos y habitados por el Espíritu Santo no sólo un dogma dado a conocer a nuestra inteligencia por la revelación, sino una verdad conocida prácticamente por nosotros, gracias a la generosidad inaudita de las tres divinas personas»[12].
III. Demos hoy muchas gracias a Dios que ha querido revelarse y darnos estos dones de su gracia.
A la Virgen María la veneramos como: Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo, unidos a Ella, amemos a Dios y cumplamos sus mandamientos para que así Él venga a habitar en nuestras almas en gracia (Jn 14, 23) y un día podamos contemplarle por toda la eternidad en la Gloria del Cielo.
[1] Catecismo Mayor, Instrucción sobre las fiestas del Señor, de la Santísima Virgen y de los santos, I, cap. 12.
[2] Ibíd.
[3] Los textos del oficio y de la Misa, principalmente presentan a la Santísima Trinidad en su vida intratrinitaria, y, por lo mismo, en su aspecto más abstracto pero no por ello están ausente las referencias al acontecimiento histórico de nuestra salvación que suelen predominar en la liturgia romana. Cfr. Manuel GARRIDO BOÑANO, Curso de Liturgia romana, Madrid: BAC, 1961, 500-501.
[4] «Esta oración es mucho más antigua que la misma solemnidad, puesto que ya aparece en uno de los sacramentarios más antiguos de la liturgia romana, el Sacramentario Gelasiano (n. 680). El texto de la oración es muy cercano a san León Magno y podría situarse hacia el siglo V; de hecho, recoge la enseñanza de varios sermones de este Papa para la fiesta de Pentecostés: la aparición de la tercera persona de la Trinidad lleva a su culminación la revelación del misterio de Dios como Trinidad y, por lo tanto, el misterio más íntimo de la vida divina y la salvación que desde ahí llega hasta nosotros»: Juan Manuel SIERRA LOPEZ, https://es.parroquiaparets.cat/_files/ugd/71a56a_a79c28ce75614efdab65961e3f080fd3.pdf.
[5] Eloíno NÁCAR FUSTER; Alberto COLUNGA, Misal ritual latino-español y devocionario, Barcelona: Editorial Vallés, 1959, [30-31].
[6] CONCILIO VATICANO I, Constitución dogmática sobre la fe católica (24-abril-1870), «[Contra los que niegan la teología natural.] Si alguno dijere que Dios vivo y verdadero, creador y señor nuestro, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana por medio de las cosas que han sido hechas, sea anatema [cf. 1785]» (Dz 1806-1); [Contra los deístas.] Si alguno dijere que no es posible o que no conviene que el hombre sea enseñado por medio de la revelación divina acerca de Dios y del culto que debe tributársele, sea anatema [cf. 1786]» (Dz 1807-2).
[7] Eloíno NÁCAR FUSTER; Alberto COLUNGA, ob. cit., 626.
[8] Quaestiones in Heptateuchum, 2, 73: PL 34,623.
[9] Homiliae in Ezechielem, I, VI, 15: PL 76, 836 B.
[10] Lorenzo TURRADO, Biblia comentada, vol. 6, Hechos de los Apóstoles y Epístolas paulinas, Madrid: BAC, 1965, 346.
[11] Ibíd., 575.
[12] Próspero GUERANGER, El Año Litúrgico, vol. 4, Burgos: Editorial Aldecoa, 1955, 29.