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13 febrero 2022 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Domingo de Septuagésima: 13-febrero-2022

Epístola (1Cor 9, 26-21; 10, 1-5)

¿No sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carrera, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita. Por eso corro yo, pero no al azar; lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalificado. Pues no quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados en Moisés por la nube y por el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no agradaron a Dios.

Evangelio (Mt 20, 1-16)

Pues el reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”. Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».

Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Editorial BAC

Reflexión

I. El tiempo litúrgico de Septuagésima precede inmediatamente a la Cuaresma y se estructura en torno a tres domingos, el primero de los cuales se llama propiamente «Dominica in Septuagesima» y los dos siguientes reciben el nombre de «Sexagésima» y «Quincuagésima». Históricamente nace por el deseo de completar los días de ayuno durante el tiempo de Cuaresma.

«Es evidente que estos nombres expresan mera relación numérica con la palabra Cuadragésima de la que se deriva la palabra española Cuaresma. Ahora bien, la palabra Cuadragésima señala la serie de cuarenta días que hay que recorrer para llegar a la solemnidad de la Pascua. Las palabras Quincuagésima, Sexagésima y Septuagésima nos anuncian la misma solemnidad en una lejanía más acentuada; mas no por eso la Pascua deja de ser el gran asunto que empieza a considerar la Santa Madre Iglesia y que ésta propone a sus hijos como fin a que desde luego han de enderezar todos sus deseos y esfuerzos»[1].

Estamos pues en una preparación para la Cuaresma que, inseparablemente unida a ella (algunos hablan de «antecuaresma»), nos dispone a celebrar la Pascua mediante el recogimiento y la penitencia en los que se nos va introduciendo progresivamente.

De ahí las notas propias de la liturgia durante este tiempo. Lo más característico es la supresión del «Aleluya»[2] que no volverá a oírse hasta la Vigilia Pascual y es reemplazado por el «Tracto» en el que los salmos expresan sentimientos de arrepentimiento, de súplica angustiosa, de humilde confianza. Tampoco se canta o reza el «Gloria in excelsis Deo» los domingos y el color ordinario de los ornamentos será el morado, siempre que no se celebre una fiesta de santo.

II. El espíritu que se expresa en estos signos externos debe presidir nuestras plegarias y nuestra vida cotidiana en las tres semanas que hoy comenzamos y la liturgia nos sugiere un programa que podemos sintetizar en dos enseñanzas de este domingo: el Evangelio pone ante nuestros ojos la meta, el horizonte de nuestra vida cristiana y la Epístola nos señala el camino: el esfuerzo, la lucha que tenemos que aportar en la obra de nuestra salvación para alcanzar ese objetivo.

  • El Evangelio (Mt 20, 1-16) compara el Reino de los Cielos con un padre de familia que contrató a obreros para trabajar en su viña y al final de la jornada pagó a todos el mismo salario que había acordado con ellos, con independencia del tiempo que hubieran trabajado.

Esta parábola nos lleva a considerar que Dios actúa con la más completa libertad en el reparto de sus gracias. Tiene un amor de predilección por algunas almas que le lleva a usar de mayor bondad y misericordia con unos, sin dejar de usarla con otros. Él distribuye las predilecciones del amor a quien quiere, como quiere y cuando quiere, sin que a nadie hagan agravio estas preferencias de su amor divino: «¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos?¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?»

Agradezcamos pues a Dios las preferencias que ha tenido por nosotros desde que nos eligió el día que recibimos el santo Bautismo y no olvidemos que en el Juicio tendremos que darle cuenta de los beneficios y gracias que nos ha concedido.

Todos recibieron la misma paga, los primeros y los últimos; de la misma manera que todo cristiano que muere en gracia de Dios entra en el Cielo, lo mismo el que ha servido a Dios durante toda su vida que el pecador que se ha convertido al morir. Pero no podemos sacar de esto la consecuencia de es indiferente cómo hayamos vivido. «Los bienes del Cielo para los bienaventurados y los males de infierno para los condenados serán iguales en la sustancia y en la duración eterna; más en la medida o en los grados serán mayores o menores, según los méritos o deméritos de cada cual»[3].

Por eso, al lado de la gracia hay que hablar del «mérito», es decir del derecho a un premio sobrenatural como resultado de una obra sobrenaturalmente buena, hecha libremente por amor de Dios, y de una promesa divina que es la garantía del mismo[4].

La parábola nos enseña que nuestro mérito no se funda en nuestras obras en sí, sino en la unión de esas obras con los méritos infinitos de Jesucristo y con la promesa divina de darnos por ellas un premio sobrenatural: lo que llamamos «el Cielo». Pero, en eso precisa la grandeza de la vida cristiana: ayudados de la divina gracia, somos capaces de practicar unas obras que, unidas a los méritos de Jesucristo, llevan unida la promesa de un gran premio que confiamos alcanzar. Ese es precisamente el objeto de la virtud teologal de la Esperanza.

  • En la Epístola (1Corintios 9, 24-27; 10. 1-5), San Pablo subraya este aspecto: lo que nosotros tenemos que aportar en la obra de nuestra salvación.

El Apóstol describe al cristiano militante, valiéndose de las comparaciones con los famosos juegos de la antigüedad: carreras y pugilismo, donde todos se lanzan, se controlan y renuncian a cuanto pueda apartarlos de su objetivo. Así hemos de empeñarnos nosotros, y con tanta mayor razón, por obtener el premio de la eternidad, renunciando a la propia gloria y al propio interés. Por último, san Pablo recurre a la experiencia de lo ocurrido al pueblo de Israel. Alude al éxodo de los israelitas de Egipto bajo Moisés cuando pasaron el Mar Rojo, guiados por una nube que les daba sombra de día y luz de noche. El adjetivo «todos» se repite cinco veces para acentuar que aunque todo Israel recibió aquellas bendiciones, sólo un pequeño número entró en la tierra prometida.

«Es decir que, no estamos aún confirmados en la gracia (cf. Hb. 8, 8 ss.), y nuestra carne estará inclinada al mal hasta el fin, por lo cual, aunque ya somos salvos en esperanza (Rm. 8, 4), hemos de saber que sólo podremos vencer nuestras malas inclinaciones recurriendo a la vida según el espíritu (Ga. 5, 16 y nota), y que cada instante en que nos libramos de caer en la carne es un nuevo favor que debemos “a la gracia de la divina misericordia«»[5] (cfr. STRAUBINGER, in 1Cor 9, 24-10, 12).

III. Este mundo es la viña y el campo en el que estamos llamados a cumplir nuestra misión. Busquemos la protección de la Virgen María especialmente en esos momentos en que el trabajo de la vida se nos hace más difícil, como les ocurrió a los protagonistas de la parábola por el peso del día y el bochorno y seamos fieles a nuestra vocación de hijos de Dios que esperamos llegue a su plenitud un día en la gloria del Cielo.

«Te rogamos, Señor, escuches benignamente las oraciones de tu pueblo, haciendo que los que nos sentimos justamente atormentados a consecuencia de nuestros pecados, seamos salvos misericordiosamente para honra de tu nombre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén» (Or. colecta).

 


[1] Próspero GUERANGER, El Año Litúrgico, Burgos: Editorial Aldecoa, 1956, 5-6.

[2] La palabra «Aleluya» quiere decir «Alabad a Dios», y era el grito festivo del pueblo hebreo; por esto, el rito romano tradicional lo repite particularmente durante el tiempo pascual y lo mantiene durante el resto del año con la sola excepción de la Septuagésima, Cuaresma y Semana Santa y en las misas de difuntos.

[3] Catecismo Mayor I, 13.

[4] Cfr. A. TANQUEREY, Compendio de teología ascética y mística, París: Desclée & Cía., 1930, 162

[5] Mons. STRAUBINGER, in 1Cor 10, 12.