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29 enero 2022 • IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

Angel David Martín Rubio

Acogida y rechazo del «profeta»

James TISSOT: «La cima de la colina cerca de Nazaret» (1886-1896): https://www.brooklynmuseum.org/opencollection/objects/13399

I. El Evangelio de este Domingo (Lc 4, 21-30) es continuación del que leíamos la semana pasada y concluye el relato de lo ocurrido en la sinagoga de Nazaret. Jesús había vuelto al pueblo en el que había crecido en el hogar de María y José y, según su costumbre, entró en la sinagoga el sábado. Leyó en la Sagrada Escritura un fragmento del profeta Isaías y dirigió la palabra a los presentes: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Es decir, aquella Palabra se refiere a Él, Isaías hablaba de Él.

Este hecho provoca el desconcierto de los nazarenos: en un primer momento, «todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca». Pero pronto se produce un cambio en los oyentes: «Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos».

Las mismas palabras de Jesús nos ayudan a entender qué provoca esta reacción: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo».

Jesús, que ya había comenzado a hacer milagros en el entorno de Nazaret —como el de las Bodas de Caná— había despertado la expectativa de sus paisanos que esperaban verle reproducir aquellos prodigios en medio de ellos. Pero, por otro lado, le conocen demasiado bien; piensan que aquel hombre a quien habían visto trabajar en el taller de san José era uno más de ellos. Su pretensión no podía ser más que una presunción. Y Jesús se enfrenta a su falta de fe, a su dureza de corazón. En ese momento la reacción es unánime: se levantan y le echan fuera, y hasta intentan despeñarle; pero Él pasa entre la gente enfurecida y se aleja. «Entiéndase también que no sufrió la pasión de su cuerpo por necesidad, sino voluntariamente. Porque cuando quiere, es prendido; y cuando quiere, se escapa» (san Ambrosio, c.p. Catena aurea).

II. Los habitantes de Nazaret encuentran dificultades para dar el salto de la fe y reaccionan hostilmente ante el anuncio que Cristo hace de su propia persona. Estaban demasiado acostumbrados a su propio juicio, se aferran a él y esto acabará llevándolos a rechazar a Jesús. Por eso este episodio evangélico nos lleva a reflexionar sobre el misterio de la acogida y del rechazo de la gracia que Dios nos ofrece.

Cuando miramos a nuestro alrededor, encontramos personas en las que se manifiestan verdaderos frutos de santidad y de vida interior pero, al mismo tiempo, vemos tanta indiferencia respecto a Dios así como ignorancia y verdadero odio hacia sus santas leyes. ¿Cuál es la causa de la distinción entre unos y otros? Podemos señalar distintos motivos por los cuales se rechaza la gracia de Dios cuando ya se conoce su existencia. No nos referimos, por tanto, a los que desconocen la fe sino en particular a dos grupos de personas:

  • Los que no ignoran la importancia de la vida de la fe, pero anegados en las cosas temporales, dejan que las espinas sofoquen esta planta, como nos dice la parábola del sembrador. Son aquellos que, conscientes de lo que hacen, prefieren las cosas de este mundo, ofendiendo a Dios;
  • Otros rechazan la gracia por rebeldía, en franca oposición a Dios. En definitiva, todos los que no aceptan la verdad de Jesucristo.

«Llama la atención la actitud desafiante, casi provocativa, de Jesús. Ante la resistencia de sus paisanos no rebaja el listón, no se aviene a componendas, no entra en negociaciones. La verdad no se negocia. La divinidad de Cristo podrá ser aceptada o rechazada, pero no depende de ningún consenso. Cuando los corazones están cerrados, Jesús no suaviza su postura; se diría que incluso la endurece, para que las personas tomen postura ante Él. “O conmigo o contra mí”» (Julio ALONSO AMPUERO, Meditaciones bíblicas sobre el Año litúrgico).

Para evitar caer en estos errores, la liturgia de hoy nos presenta las palabras de san Pablo que resuenan en la 2ª lectura (1 Cor 13, 4-13): «El amor es paciente, es benigno […] goza con la verdad» (1 Co 13, 4-6). Creer en Dios significa renunciar a los propios prejuicios y acoger a nuestro señor Jesucristo, en quien Él se ha revelado. Y este camino conduce también a cumplir sus mandamientos y a servirle en los demás.

III. Pidámosle a María Santísima, que nos mueva a aceptar la luz de la gracia y nos alcance la perseverancia hasta el último día para que así podamos recorrer con fidelidad y alegría el camino de la fe con sus dolores y gozos.