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5 diciembre 2021 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

II Domingo de Adviento: 5-diciembre-2021

Epístola (Rom 15, 4-13)

Pues, todo lo que se escribió en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, a fin de que a través de nuestra paciencia y del consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener entre vosotros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús; de este modo, unánimes, a una voz, glorificaréis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Es decir, Cristo se hizo servidor de la circuncisión en atención a la fidelidad de Dios, para llevar a cumplimiento las promesas hechas a los patriarcas y, en cuanto a los gentiles, para que glorifiquen a Dios por su misericordia; como está escrito: Por esto te alabaré entre los gentiles y cantaré para tu nombre. Y en otro lugar: Regocijaos, gentiles, junto con su pueblo. Y además: Alabad al Señor todos los gentiles, proclamadlo todos los pueblos. E Isaías vuelve a decir: Aparecerá el retoño de Jesé y el que se levanta para dominar a los gentiles; en él esperarán los gentiles. Que el Dios de la esperanza os colme de alegría y de paz viviendo vuestra fe, para que desbordéis de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo

Evangelio (Mt 11, 2-10)

Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!». Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”.

Reflexión

El Evangelio de este segundo domingo de Adviento (Mt 11, 2-10) nos presenta a san Juan Bautista, llamado «Precursor» porque Dios le envió para anunciar a los judíos la venida de Jesucristo y para prepararlos a que lo recibiesen.  Incluso estando en la cárcel e impedido para predicar al pueblo sigue cumpliendo su misión y, fiel a lo que había dicho de sí mismo («Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar»: Jn 3, 30), se esfuerza por conducir a Jesús a sus propios discípulos. Por eso escoge a dos de ellos y los envía a Él para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (v. 3).

Vemos aquí cómo aquellos israelitas vivían en la espera del Mesías y ello nos lleva a hacer algunas consideraciones sobre la esperanza como una de las virtudes que mejor expresan el espíritu de la Liturgia de la Iglesia durante el Adviento.

I. La esperanza humana

La esperanza humana del que tiene ilusión por alcanzar un fin en su vida y pone los medios para conseguirlo, nos ayuda a entender qué es la esperanza de la que estamos hablando. Pero la esperanza cristiana es esencialmente sobrenatural y, por tanto, está muy por encima del deseo humano de ser dichoso.

II. La esperanza mesiánica

La encarnación del Hijo de Dios para salvarnos fue preparada durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos del Antiguo Testamento anuncian al Salvador: el Mesías prometido por Dios. durante siglos. Los profetas sostienen la esperanza en el pueblo de Israel e incluso entre los paganos se mantenía una expectativa, aún confusa, de esta venida (CATIC, 522).

La liturgia del tiempo de Adviento nos recuerda aquella larga espera de la humanidad y por eso utiliza con mucha frecuencia la voz de los profetas. Así la antífona de comunión de la Misa de este domingo está tomada del libro de Baruc: «Levántate, Jerusalén, y ponte en lo alto; y mira el regocijo que te viene de Dios» (Bar. 5, 5; 4, 36). El profeta anuncia la gloria esplendorosa de la edad mesiánica descrita a través de una serie de metáforas. Cuando todo sea renovado, [el hombre] habitará verdaderamente en la ciudad de Dios (cfr. San Ireneo, Adversus haereses 5, 35, 2).

III. La esperanza cristiana

La esperanza, junto con la fe y la caridad, es una de las «virtudes teologales» y reciben este nombre porque las tres tienen a Dios por objeto inmediato y principal y Él mismo nos las infunde.

Por esta virtud tendemos hacia la vida eterna, hacia una dicha sobrenatural, que no es otra cosa que la posesión de Dios: ver a Dios como Él mismo se ve, amarle como Él se ama. Y al tender hacia Dios lo hacemos con los medios que Él nos ha prometido, y que no nos faltarán nunca si nosotros no los rechazamos. El motivo fundamental por el que esperamos alcanzar este bien infinito es que Dios nos da su mano, según su misericordia y su infinito amor, al que nosotros correspondemos con nuestro querer, aceptando esa mano que Él nos tiende. Recordando las palabras de san Pablo (Flp 1, 6), así como Dios ha empezado la obra buena de nuestra santificación, la acabará, si nosotros cooperamos con su gracia. Junto a esa confianza en el auxilio divino es necesario el esfuerzo personal por corresponder a la gracia, pues, en palabras de San Agustín, «Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti» (Sermones 169,13).

Hemos de pedir a Dios con frecuencia esta virtud de la esperanza, la cual nos impulsará a hacer las cosas sólo con el ánimo de agradar a Dios y sin desesperar en los momentos de sufrimiento, viendo toda nuestra vida a la luz de la eternidad y de la recompensa que esperamos alcanzar en el Cielo.

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La esperanza fue la virtud peculiar de los Patriarcas y de los Profetas que vivieron con la vista puesta en el Mesías prometido. Pero es la Virgen María el mejor modelo que podemos tener en esta virtud. La devoción a la Virgen es la mayor garantía para obtener los medios necesarios y la felicidad eterna a la que hemos sido destinados. Pidámosle que sepamos esperar, llenos de fe, a su Hijo Jesucristo, salvador nuestro.