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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Las tres lecturas de la Misa de este Domingo [15 del Tiempo Ordinario, ciclo B] tienen en común presentarnos la relación de Dios con el hombre desde la perspectiva de lo que llamamos «vocación» y que supone una elección por parte de Dios y una correspondencia por parte nuestra.
I. 1. De elección y vocación nos habla San Pablo en la segunda lectura (Ef 1, 3-14). «[Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo], nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo | para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor».
Estas palabras tienen aplicación a todos los cristianos, incorporados por el Bautismo al Cuerpo Místico de Cristo y llamados a una vida nueva: la vida de los hijos de Dios. Pero hay algunos que reciben un mandato especial: los profetas y los apóstoles, que aparecen en la primera lectura y en el Evangelio.
2. «El Señor me arrancó de mi rebaño y me dijo: “Ve, profetiza a mi pueblo Israel”» (Am 7, 15). Amós da testimonio de su humildad y de la autenticidad de su vocación. No pertenecía al grupo de los profetas ni de los sacerdotes del AT: era un hombre corriente que recibió de Dios un mensaje inesperado que debía proclamar en su nombre. Dios le llamó en medio de sus trabajos de pastor y labrador y le confió esa tarea.
Similar fue la vocación de todos los profetas, que se sentían siempre incapaces para una misión superior a ellos porque la iniciativa de su llamada corresponde a un designio libre del Señor, el cual elige a quien quiere y capacita para poner en práctica lo que pide a quienes responden a su llamada. La vocación cristiana enciende una luz que nos lleva a descubrir el sentido de nuestra existencia y al mismo tiempo nos hace reconocer una misión, nos invita a participar en una tarea.
3. Los Apóstoles fueron elegidos por Jesús de entre el grupo de sus discípulos [Mc 3, 13: «Jesús subió al monte, llamó a los que quiso y se fueron con él. E instituyó doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar, y que tuvieran autoridad para expulsar a los demonios»]. Las instrucciones que les da cuando los manda a predicar la conversión (Mc 6, 7-13), nos muestran cómo quiere que tengan plena confianza en la providencia del Padre Celestial y se desprendan de todo lo que no sea absolutamente necesario. Les basta con la eficacia infalible de la palabra evangélica y la gracia que la acompaña.
II. Estos ejemplos nos hacen recordar lo que decíamos al principio comentando el texto de san Pablo: La santidad para la que hemos sido elegidos se hace posible a través de Cristo. el designio de salvación de Dios sobre nosotros se cumple en Jesucristo que nos ha redimido del pecado y, por el bautismo, nos hace hijos adoptivos de Dios: hijos no en sentido metafórico, sino real. La vida cristiana puede por tanto presentarse como la puesta en práctica de la misión que nos ha sido encomendada al ser hechos hijos de Dios.
La adopción filial nos transforma y nos da la posibilidad de seguir el ejemplo de Cristo. Nos capacita para obrar rectamente y practicar el bien. «En la unión con su Salvador el discípulo alcanza la perfección de la caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la gracia, culmina en vida eterna, en la gloria del cielo» (cfr. CATIC, 1708-1709). Esa es la plenitud, la «recapitulación de todas las cosas en Cristo» de la que nos habla san Pablo en la Epístola.
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Acudimos confiadamente a la Santísima Virgen, modelo perfecto de la correspondencia amorosa a la vocación, y le pedimos que nos haga ser diligentes en el servicio de Dios, reconociendo nuestra dignidad de hijos de Dios y viviendo desde ahora en la luz y el reino de Dios que esperamos alcanzar un día para toda la eternidad.