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23 enero 2021 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

III Domingo después de Epifanía: 24-enero-2021

Epístola (Rom 12, 16-21)

No os tengáis por sabios. A nadie devolváis mal por mal. Procurad lo bueno ante toda la gente. En la medida de lo posible y en lo que dependa de vosotros, manteneos en paz con todo el mundo. No os toméis la venganza por vuestra cuenta, queridos; dejad más bien lugar a la justicia, pues está escrito: Mía es la venganza, yo daré lo merecido, dice el Señor. Por el contrario, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: actuando así amontonarás ascuas sobre su cabeza. No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien.

Evangelio (Mt 8, 1-13)

Al bajar Jesús del monte, lo siguió mucha gente. En esto, se le acercó un leproso, se arrodilló y le dijo: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero, queda limpio». Y enseguida quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarte al sacerdote y entrega la ofrenda que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». Al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho». Le contestó: «Voy yo a curarlo». Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; en cambio, a los hijos del reino los echarán fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes». Y dijo Jesús al centurión: «Vete; que te suceda según has creído». Y en aquel momento se puso bueno el criado.

Paolo Veronese: Curación del siervo del centurión

Reflexión

Leemos en el Evangelio de este Domingo dos milagros de Cristo: la curación de un leproso y la del siervo del Centurión (Mt 8, 1-13). Después del Sermón de la Montaña, relata san Mateo numerosos milagros terminando con un resumen general: «Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia» (Mt 9, 35). Por tanto la obra del Señor es predicar el Evangelio del Reino y acreditar su llegada mediante la curación de enfermedades y dolencias. Nada tiene de extraño, pues, que tanto en los dos milagros de este Evangelio como en otras muchas ocasiones, Jesús los ponga en relación con la fe, es decir con la respuesta del hombre a su predicación, con la acogida del reino de Dios en la vida del creyente.

En la curación del leproso destaca su fe: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». En cuanto al centurión, al llamarle «Señor» y servirse de la comparación con las órdenes que él mismo daba a sus subordinados, está reconociendo que Jesús actúa en la tierra con la potestad de Dios: cuanto diga se hará.

Aquella fe mereció el elogio de Jesús: «Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe». En cambio, en otras ocasiones, el Señor reprocha la falta de fe (en Nazaret: «No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se admiraba de su falta de fe»: Mc 6, 5-6) o la necesidad de milagros para creer («Si no veis signos y prodigios, no creéis»: Jn 4, 48).

¡Qué importante es y qué necesario nos resulta tener fe!

I. Su importancia, le viene de su carácter sobrenatural. La fe es «una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y por la cual, apoyados en la autoridad del mismo Dios, creemos ser verdad cuanto Él ha revelado y por medio de la Iglesia nos propone para creerlo» (Catecismo Mayor). Es sobrenatural por su carácter infuso, por su origen en Dios que la da al hombre. No basta la razón para abrazar la verdad revelada; es necesaria la gracia de Dios que nos otorga el don de la fe. En cuanto acto humano, consiste en depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por Él reveladas no a partir de la evidencia que nos otorga la ciencia o la autoridad humana, sino sobre el fundamento de la palabra del mismo Dios y la autoridad de su Iglesia

II. La necesidad de la fe se debe al estrecho vínculo que existe entre fe y salvación: «El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado» (Mc 16, 16).

San Pablo, que escribió el himno a la caridad en la Epístola a los Corintios, nos dejó el magnífico canto triunfal a la fe en el cap.11 de la Carta a los Hebreos a la luz del ejemplo de los grandes creyentes del Antiguo Testamento: los Patriarcas, Moisés, los Jueces y los Profetas.

Con ocasión de la conducta de Henoc, enuncia un principio de gran importancia doctrinal: «sin fe es imposible complacerlo, pues el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan» (Hb 11, 6). En efecto, para quien no crea en la existencia de Dios, la vida religiosa no tiene base; y sin creer en que recompensará, no tiene objeto, pues, como comenta Santo Tomás, «nadie iría a Dios si no esperase recibir de Él alguna recompensa». El Dios en quien hay que creer es el Dios personal y de naturaleza invisible, tal como se ha revelado. Por tanto para la salvación es necesaria la fe sobrenatural, no basta el simple conocimiento racional o natural de la existencia de Dios. «Es necesario mirar a Dios tal como Él se ha revelado, es decir, conocerlo tal como Él quiere ser conocido (Jn. 17, 3) para poder pensar bien de Él (Sb. 1, 1) y tenerle entonces esa fe absolutamente confiada […] Tal es lo que entiende el Apóstol al decir “que Él es remunerador de los que le buscan”, o sea, no un simple juez de justicia sino un Salvador que hace misericordia a cuantos confían en Él» (Mons. STRAUBINGER, in Heb 11, 6).

III. Pero la fe del centurión se traduce en hechos. Como hemos visto, los milagros de Jesús guardan relación con la fe, se realizan según la fe del que cree: «Vete; que te suceda según has creído». La fe ejemplar del oficial romano resultó eficaz pues «en aquel momento se puso bueno el criado» (Mt 8, 13).

La fe para ser auténtica tiene que ser efectiva, operativa, fecunda, fuente de buenas obras… No se nos dio la fe solamente para conocer o creer, sino también para obrar y poner en práctica lo que creemos. ¿De qué sirve decir «Creo en Dios» si desprecias sus Mandamientos? ¿«Creo en Jesucristo» si no vives conforme a su ejemplo? ¿«Creo en el cielo y en el infierno», si no haces por merecer este y evitar aquel? ¿«Creo en el perdón de los pecados» si estás alejado de la práctica sacramental, de la confesión y de la Eucaristía?

«Hasta los demonios lo creen y tiemblan» (St 2, 19). Santo Tomás de Aquino enseña (STh 2-2 q.5 a.2.) que los demonios creen no por un hábito de fe sobrenatural sino forzadamente, por la evidencia de los signos de credibilidad con los cuales ha sido confirmada por Dios. Santiago no intenta afirmar la semejanza de la fe del cristiano con la fe de los demonios, sino que habla de la semejanza en cuanto a los efectos. Del mismo modo que la fe de los demonios no les aprovecha en nada para librarse de su condenación, así también la fe sin obras del cristiano no le valdrá para salvarse. «Pero así como de nada sirve a los demonios este conocimiento que tienen, porque su voluntad es perversa, de la misma suerte de nada sirve a un cristiano esa creencia si no lo mueve el amor de Dios que se manifiesta en la conducta» (Mons. STRAUBINGER, in St 2, 19)

Pidamos como los Apóstoles: «Señor, auméntanos la fe» y cuidemos de guardar intacto este don precioso que nos abre las puertas del Cielo. Para ello, podemos fijarnos en Nuestra Señora la Virgen María que vivió toda su existencia movida por la fe. Y como todas las gracias nos vienen por su mano, a ella también le pedimos que nos aumente la fe para que podamos contemplar en el Cielo lo que hemos acogido y vivimos mientras estamos en la tierra.