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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Epístola (Hch 4, 8-12)
Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».
Evangelio (Lc 2, 21)
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción
Goya: Adoración del Nombre de Dios
Reflexión
El Domingo posterior a la Octava de Navidad aparece ligado en la liturgia romana tradicional a la veneración del Nombre de Jesús. Después de haber hecho memoria el 1 de enero del momento en que le fuera impuesto, en la ceremonia de la circuncisión, ahora se le dedica una fiesta propia.
El primer propulsor de esta devoción fue el franciscano san Bernardino de Siena (1380-1444) que estableció y propagó la representación de las tres primeras letras del Nombre de Jesús (IHS) rodeadas de rayos. Rápidamente se extendió por Italia, favorecida por san Juan de Capistrano (1386-1456). A comienzos del siglo XVI, Clemente VII concedió a la Orden de San Francisco el privilegio de celebrar una fiesta especial que, finalmente, se estableció en el Misal Romano. Después de varios cambios, finalmente quedó fijada en este domingo entre la Octava de Navidad y Epifanía (cuando no ocurre, se traslada al 2 de enero).
I. En el comienzo de su Evangelio, san Juan afirma: «A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer» (Jn 1, 18). En efecto, nuestro entendimiento conoce ordinariamente aquello que entra por los sentidos. De ahí la gran dificultad de conocer a Dios a quien «nadie ha visto jamás». Por eso un mayor conocimiento de Dios es fruto de la Encarnación y del nacimiento de Jesús. Y eso en un doble sentido: porque Jesús nos revela con plenitud cuanto nos es dado conocer del misterio de Dios y porque toda la revelación se ordena a Cristo: «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo» (Heb 1, 1).
Este nombre divino es misterioso como Dios es misterio. Es un nombre revelado que expresa a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el «Dios escondido» (Is 45, 15) y es el Dios que se acerca a los hombres.
El nombre de Jesús, que significa “Salvador” no le fue puesto casualmente, o por dictamen y voluntad de los hombres, sino por disposición divina. El arcángel San Gabriel anunció a María de este modo: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 31). Y, también por ministerio de un ángel, Dios mandó a san José que impusiera al Niño este nombre: «[María] dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). Es por tanto un nombre que nos indica la misión del Verbo encarnado y la Iglesia, siguiendo a san Pablo, lo asocia al nombre de Cristo que significa «ungido», «consagrado» y designa la misión de profeta, pontífice y rey que realizó cumplidamente nuestro Señor (Cfr. Catecismo Romano I, 3, 5-7).
II. La veneración del nombre de Jesús va inseparable unida a la verdad de la Encarnación, un dogma de nuestra fe que debe tener muchas consecuencias en la vida del cristiano.
Demos hoy gracias a lo largo del día por tan inmenso bien recibido en la Encarnación del Hijo de Dios a través de Santa María, que hace de nosotros hijos de Dios en la tierra y nos alienta para la lucha por nuestra santificación con la esperanza de contemplarle por toda la eternidad en la gloria del Cielo.