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2 enero 2021 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Santísimo Nombre de Jesús: 3-enero-2021

Epístola (Hch 4, 8-12)

Entonces Pedro, lleno de Espíritu Santo, les dijo: «Jefes del pueblo y ancianos: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el Nombre de Jesucristo el Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por este Nombre, se presenta este sano ante vosotros. Él es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos».

Evangelio (Lc 2, 21)

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción

Goya: Adoración del Nombre de Dios

Reflexión

El Domingo posterior a la Octava de Navidad aparece ligado en la liturgia romana tradicional a la veneración del Nombre de Jesús. Después de haber hecho memoria el 1 de enero del momento en que le fuera impuesto, en la ceremonia de la circuncisión, ahora se le dedica una fiesta propia.

El primer propulsor de esta devoción fue el franciscano san Bernardino de Siena (1380-1444) que estableció y propagó la representación de las tres primeras letras del Nombre de Jesús (IHS) rodeadas de rayos. Rápidamente se extendió por Italia, favorecida por san Juan de Capistrano (1386-1456). A comienzos del siglo XVI, Clemente VII concedió a la Orden de San Francisco el privilegio de celebrar una fiesta especial que, finalmente, se estableció en el Misal Romano. Después de varios cambios, finalmente quedó fijada en este domingo entre la Octava de Navidad y Epifanía (cuando no ocurre, se traslada al 2 de enero).

I. En el comienzo de su Evangelio, san Juan afirma: «A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer» (Jn 1, 18). En efecto, nuestro entendimiento conoce ordinariamente aquello que entra por los sentidos. De ahí la gran dificultad de conocer a Dios a quien «nadie ha visto jamás». Por eso un mayor conocimiento de Dios es fruto de la Encarnación y del nacimiento de Jesús. Y eso en un doble sentido: porque Jesús nos revela con plenitud cuanto nos es dado conocer del misterio de Dios y porque toda la revelación se ordena a Cristo: «En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo» (Heb 1, 1).

  • «Habló Dios antiguamente a los padres por los profetas». En el Antiguo Testamento encontramos el relato de la revelación a Moisés del nombre divino de «Yahwéh», con el que Dios será invocado a lo largo de los siglos, y la explicación de su significado: «El que es, el Ser por excelencia, el “ens a se”, el Eterno» (Ex 3, 14).

Este nombre divino es misterioso como Dios es misterio. Es un nombre revelado que expresa a Dios como lo que Él es, infinitamente por encima de todo lo que podemos comprender o decir: es el «Dios escondido» (Is 45, 15) y es el Dios que se acerca a los hombres.

  • «En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo». El evangelista san Mateo pone en relación la concepción virginal de Jesús con el anuncio del profeta Isaías del nacimiento de «Enmanuel», palabra que se traduce como «Dios-con-nosotros» (Mt 1, 23). Cristo es verdaderamente «Dios-con-nosotros» porque es Dios hecho hombre.

El nombre de Jesús, que significa “Salvador” no le fue puesto casualmente, o por dictamen y voluntad de los hombres, sino por disposición divina. El arcángel San Gabriel anunció a María de este modo: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús» (Lc 1, 31). Y, también por ministerio de un ángel, Dios mandó a san José que impusiera al Niño este nombre: «[María] dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). Es por tanto un nombre que nos indica la misión del Verbo encarnado y la Iglesia, siguiendo a san Pablo, lo asocia al nombre de Cristo que significa «ungido», «consagrado» y designa la misión de profeta, pontífice y rey que realizó cumplidamente nuestro Señor (Cfr. Catecismo Romano I, 3, 5-7).

II. La veneración del nombre de Jesús va inseparable unida a la verdad de la Encarnación, un dogma de nuestra fe que debe tener muchas consecuencias en la vida del cristiano.

  • El nombre de cristiano. Los discípulos de Jesucristo fueron llamados «cristianos» por primera vez en Antioquía (Hch 11, 26). También nosotros que, tomando nuestro nombre de Cristo nos llamamos cristianos, no podemos ignorar cuántos beneficios hemos recibido. Al contrario, debemos consagrarnos a nuestro Redentor y Señor para siempre como lo hemos profesado en el Bautismo, al declarar que renunciábamos a Satanás y al mundo y que nos entregábamos enteramente a Jesucristo.
  • Cristo y el sentido de nuestra vida. Habiendo pues, entrado en la Iglesia, conocido la ley de Dios y recibido la gracia de los Sacramentos, vivamos de acuerdo con nuestra condición de cristianos. Sólo en Él conocemos nuestro ser más profundo y aquello que más nos afecta: el sentido del dolor y del trabajo; la alegría y la paz verdaderas, que están por encima de los estados de ánimo y de los diversos acontecimientos de la vida; la serenidad ante el pensamiento de la muerte pues Jesús, a quien ahora procuramos servir, nos espera…
  • «Soy hombre y nada de lo humano me es ajeno» (Terencio). «Hombre soy y entre los hombres vivo» (San Agustín: ep. 78, 8). La lucha interior tiene entonces un carácter marcadamente positivo porque no es lo humano lo que choca con lo divino, sino el pecado y las huellas que dejaron en el alma el pecado original y el personal. Por eso el empeño por asemejarnos a Cristo y por la santidad no solamente lleva consigo la lucha contra el pecado y sus consecuencias (los egoísmos, las envidias, la sensualidad, la tibieza…) sino también el desarrollo de la propia personalidad en todos los sentidos: prestigio profesional, virtudes humanas, virtudes de convivencia, amor a todo lo verdaderamente humano… que se convierte en camino para la unión con Dios si es transformado por la acción de la gracia.

Demos hoy gracias a lo largo del día por tan inmenso bien recibido en la Encarnación del Hijo de Dios a través de Santa María, que hace de nosotros hijos de Dios en la tierra y nos alienta para la lucha por nuestra santificación con la esperanza de contemplarle por toda la eternidad en la gloria del Cielo.