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«La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que contiene y abarca todas las cosas»
Epístola (1Cor 1, 4-8)
Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo
Evangelio (Mt 9, 1-8)
Subió Jesús a una barca, cruzó a la otra orilla y fue a su ciudad. En esto le presentaron un paralítico, acostado en una camilla. Viendo la fe que tenían, dijo al paralítico: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados». Algunos de los escribas se dijeron: «Este blasfema». Jesús, sabiendo lo que pensaban, les dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados —entonces dice al paralítico—: “Ponte en pie, coge tu camilla y vete a tu casa”». Se puso en pie y se fue a su casa. Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad.
Curación del Paralítico, óleo sobre cobre de Pieter van Lint (Siglo XVII), Iglesia de la Compañía. Morón (Sevilla)
Reflexión
En el Antiguo Testamento, el perdón de los pecados es un poder personal divino y un don mesiánico característico. Es, por lo tanto, un modo indirecto de presentar a Jesús como el Mesías.
III. «Al ver esto, la gente quedó sobrecogida y alababa a Dios, que da a los hombres tal potestad» (v. 8). Estas palabras nos recuerdan aquellas otras pronunciadas por Jesucristo el Domingo de Pascua: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos»(Jn 20, 22-23).
Cristo Jesús, después de habernos purificado de nuestros pecados en su Sangre, se mantiene ahora a la diestra de la majestad de Dios. Prosigue desde lo alto del Cielo, la misma misión de salvación que Él vino a comenzar en la tierra; la economía sacramental nos aplica sus méritos infinitos, permitiendo alcanzarla a cada uno de sus redimidos.
El sacramento de la Penitencia perpetúa en la Iglesia esta obra de reconciliación de las almas con Dios por la remisión de los pecados. Con la luz de la fe hay que enfocar el Sacramento de la Penitencia como una presencia permanente, a disposición de los pecadores, del perdón de Cristo Y el ministro del sacramento está allí en lugar de Cristo. Es preciso saber descubrir por la fe, más allá del sacerdote visible, la mano invisible de Cristo que nos absuelve. Eso evita una idea superficial sobre el Sacramento de la Penitencia, reduciéndolo a una penosa confesión de las faltas cometidas. De ahí la importancia de cuidar los actos del penitente que forman parte de la materia del sacramento y fomentar las buenas disposiciones personales que permiten recibir la plenitud de sus efectos.
Procuremos hacerlo mediante nuestra instrucción en cuáles son esos actos y disposiciones y movidos por el ejemplo que hoy nos da el Evangelio de aquellos hombres dispuestos a remover todos los obstáculo para llegar a Jesús, y de aquel paralítico que recibió mucho más de lo que esperaba: «¡Ánimo, hijo!, tus pecados te son perdonados».