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1 agosto 2020 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

9º Domingo después de Pentecostés: 2-agosto-2020

Evangelio

Lc 19, 41-47:

En aquel tiempo, al acercarse Jesús y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía: «¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita». Después entró en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: “Mi casa será casa de oración”; pero vosotros la habéis hecho una “cueva de bandidos”». Todos los días enseñaba en el templo. 

Jesucristo llora sobre Jerusalén (Dean Cornwell)

Reflexión

Elaborado a partir de: Leonardo CASTELLANI, El Evangelio de Jesucristo

El evangelio que se lee hoy (Lc 19, 41) contiene juntamente la profecía de la Ruina de Jerusalén y la segunda “limpieza” del Templo.

El Señor no tuvo reparo en llorar por el amor que tenía a la Ciudad Santa, y porque veía en espíritu la terrible suerte que vendría sobre ella por obra de sus conductores. Se puede decir pues que este pasaje contiene la relación de Cristo con su patria y con la religión de su Patria. Acerca de su patria lloró sobre ella. Acerca de su religión, la llamó “Caverna de ladrones”.

Lucas pone este episodio como una especie de bisagra o gozne de la última estadía de Cristo en Jerusalén en la misma semana de su muerte, el Domingo de Ramos. Antes de él, está el ingreso triunfal en Jerusalén; después de él, la violenta controversia con los judíos acerca de su autoridad; su repetida afirmación de que Él es el Mesías; la trampa para hacerlo aparecer como rebelde al César o bien como mal patriota; la condenación clara y definitiva de la Sinagoga con las parábolas de la reprobación; la decisión definitiva de darle la muerte y el pacto de la Sinagoga con Judas; y finalmente la profecía parusíaca acerca de la Ruina y Cautiverio de Jerusalén. Toda estas perícopas están unidas por una clara lógica interna: Cristo terminaba su misión con una decisión terminante; del otro lado ya no hay más preocupación que la del modo de darle muerte.

San Jerónimo dice que esta expulsión de los mercaderes del Templo (y el airado debate que siguió), esta segunda “limpieza” del Templo, fue el milagro más grande que hizo Cristo… Opinión que se puede entender en el sentido de que fue el milagro que más le costó y pagó más caro. Y este último gesto activo de Jesús –después viene la Pasión– resume toda su lucha contra el fariseísmo; por eso justamente este gesto se repite casi igual al principio y al fin de su vida pública.

Cristo lloró sobre Jerusalén, lo cual prueba que amaba a su patria. ¿La amaba todavía? ¿O la compadecía solamente? En realidad era difícil amar aquello en lo que se había convertido la nación Israelita bajo la dirección de Caifás y Herodes y el poder efectivo de una potencia extranjera. No se puede amar sino lo hermoso; y eso no era hermoso. Por eso provocaba en Cristo indignación. Todo eso era hermoso, frondoso y pomposo solamente por afuera, como la higuera estéril. Todo eso había acabado su función en el mundo y debía secarse irremisiblemente, maldecido por Dios.

El patriotismo puede ser una virtud y puede también no serlo. El chovinismo o patrioterismo es un vicio. Y hay casos en que el patriotismo se vuelve imposible, y se reduce a la “compasión”. Un hijo no puede amar a su madre degradada, si no es compadeciéndola.

El patriotismo instintivo, que es el núcleo o raíz de todos los otros, es el apego a las imágenes que nos son familiares y que han tejido desde la infancia nuestra vida afectiva; el cual en los animales se llama querencia, engendra la añoranza y es natural en el hombre. Es natural, no es ni bueno ni malo en sí mismo. Lo instintivo en el hombre es indeterminado y puede volverse moralmente bueno o malo, según se ordene o no se ordene por la razón. Los instintos son premorales.

No ordenado por la razón, este apego natural se vuelve vicioso; deviene esa infatuación un poco ridícula por la cual el hombre exalta a su país en forma vana por encima de todo, para despreciar a los demás países, y tenerse él mismo por una gran cosa por el mérito de haber nacido en tal lugar de la tierra y no en otro… Por eso, a veces se busca un término para definirlo distinto al del patriotismo verdadero (p. ej. “nacionalismo”, no entramos en la cuestión terminológica, lo importante es distinguir los conceptos… No menor error es diluir el patriotismo instintivo por una pasión contraria; la de quienes dicen: “soy ciudadano del mundo”.

  • El patriotismo es virtud cuando ese apego natural a lo propio entra en los ámbitos de la razón;
  • y es una virtud moral perteneciente al cuarto mandamiento, cuando se ama a la patria por ser patria o paterna;
  • y es una virtud teológica que ingresa en el primer mandamiento cuando ademas se ama a la patria por ser una cosa de Dios.

Así tenemos el patriotismo común y el patriotismo heroico, que poquísimos poseen hoy día. Así siempre se puede amar a la patria, por fea, sucia y enferma que ande; y así amó Cristo a su nación, que era una cosa de Dios literalmente, y por propia culpa estaba por dejar de serlo; de modo que su amor era compasión; y así la obra de ese amor fue conminación y consejo, antes que fuera demasiado tarde: no le dijo requiebros sino amenazas, desde el bordo abrupto que domina por el Norte la ciudad de Jerusalén. Y lloró sobre ella.

Hoy día el régimen capitalista y el Estado democrátrico-totalitario (la tiranía, digamos su antiguo nombre) han vuelto muy difícil si no imposible el amor a la patria. Hemos dicho que solamente se pueden amar las cosas hermosas, y esas cosas hermosas que tiene este país o cualquier otro si no son para mí de ninguna manera, ni siquiera remota, no producirán admiración o atracción en mí sino más y más resentimiento, a no ser que un gran amor a Dios me sobreponga a estos afectos naturales.

“La injusticia multiplicada destruirá la convivencia” dijo Jesucristo (cita según Castellani; ¿se refiere a Mt 24,12?: «por efecto de los excesos de la iniquidad, la caridad de los más se enfriará»; Nótese que Jesús, fundador de la Iglesia, no anuncia aquí su triunfo temporal entre las naciones, sino todo lo contrario.

Si los sujetos que viven en un mismo lugar se odian unos a otros, no se puede decir que allí exista patria; porque –análogamente podemos decir- “si no amas a tu prójimo, al que ves ¿cómo amarás a la patria a la cual no ves?”. En amor al prójimo se resuelve en la práctica el amor a la patria; y si no es amor al prójimo, nada es.