Widgetized Section

Go to Admin » Appearance » Widgets » and move Gabfire Widget: Social into that MastheadOverlay zone

29 mayo 2020 • Rito Romano Tradicional

Marcial Flavius - presbyter

Domingo de Pentecostés: 31-mayo-2020

Si la Pascua es el rescate del hombre por la victoria de Cristo; en Pentecostés el Espíritu Santo toma posesión del hombre rescatado; de ahí que la Liturgia de la Iglesia haya dado tanta importancia a este misterio. Por esa razón, el Rito Romano Tradicional celebra en los días que siguen a la fiesta de Pentecostés una Octava.

En la antigüedad cristiana, en esta fiesta -al igual que en la Pascua- los catecúmenos eran conducidos a las fuentes bautismales. El bautismo se administraba en la noche del sábado al domingo, y para los neófitos comenzaba esta fiesta con la ceremonia del bautismo. Como los que eran bautizados en Pascua, vestían túnicas blancas y las deponían el sábado siguiente, que se consideraba como el día octavo.

En la Edad Media se dio a la fiesta de Pentecostés el nombre de Pascua de las rosas. Su color rojo y su perfume recordaban las lenguas de fuego que descendieron en el Cenáculo, y los pétalos deshojados evocan a la la rosa divina que derramaba el amor y la plenitud de la gracia sobre la Iglesia naciente. Esto mismo es lo que nos recuerda la Liturgia al mantener el color rojo durante toda su octava[4].

Los textos de la liturgia romana que se extienden a lo largo de estos días prolongan el esplendor espiritual de la fiesta de Pentecostés como meditación del misterio del Espíritu Santo y desembocan en la solemnidad de la Santísima Trinidad.

Evangelio

Jn 14, 23-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo».

Reflexión

I. Celebramos hoy el Domingo de Pentecostés. Este día recibe su nombre de una fiesta religiosa de los judíos llamada así: «Pentecostés», que significa «quincuagésimo día». Estaba fijada cincuenta días después de Pascua en memoria de la ley dada por Dios en el monte Sinaí, después de ser librados del cautiverio de Egipto.

La fiesta de Pentecostés tiene para los cristianos un sentido nuevo. En primer lugar porque queda inseparablemente asociada al Domingo, el día del Señor, al celebrarse cincuenta días después de Pascua de Resurrección pero sobre todo por su significado. En ella se celebra la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia cincuenta días después de la resurrección de Cristo como nos relata san Lucas en los Hechos de los Apóstoles (1ª lectura-Epístola).

Los Apóstoles permanecían unidos en oración en compañía de la Virgen María y de otros discípulos (cfr. Hch 1, 14), esperando recibir la fuerza del Espíritu Santo que Jesús les había prometido y que bajó sobre ellos, manifestándose de forma visible en los signos exteriores del viento y el fuego. El Espíritu Santo les confirmó en la fe, les llenó de luz, de fortaleza, de caridad y de la abundancia de todos sus dones. «Los Apóstoles, después que fueron llenos del Espíritu Santo, de ignorantes se trocaron en conocedores de los más profundos misterios y de las Sagradas Escrituras, de tímidos se hicieron esforzados para predicar la fe de Jesucristo, hablaron diversas lenguas y obraron grandes milagros». (Catecismo Mayor). El Espíritu Santo no fue enviado solamente a los Apóstoles, sino también a la Iglesia y a todos los fieles.

Consideremos, pues, lo que es el Espíritu Santo en sí mismo, dentro del misterio de la Santísima Trinidad y su acción en bien de la Iglesia y de las almas.

II. El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad, Dios eterno, infinito, omnipotente, Creador y Señor de todas las cosas, como el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (como profesamos en el Credo) como de un solo principio. Y se llama particularmente con el nombre de Espíritu Santo porque procede del Padre y del Hijo por vía de espiración, por vía de voluntad, a modo de amor. Y este nombre le conviene con toda propiedad, en cuanto nos infunde la vida espiritual, y sin el aliento de este divino Espíritu nada podemos hacer digno de la vida eterna.

III. Lo ocurrido en Jerusalén el día de Pentecostés, el hecho histórico de la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles que conmemoramos hoy no fue algo aislado. La acción del Espíritu Santo continúa en la Iglesia y en las almas.

El Espíritu Santo, como el alma en el cuerpo, vivifica con su gracia y dones a la Iglesia, establece en ella el reinado de la verdad y del amor y la asiste para que lleve con seguridad a sus hijos por el camino del cielo.

Y al Espíritu Santo se atribuye en particular la santificación de las almas, (aunque es acción de las tres divinas Personas) porque es obra de amor, y las obras de amor se atribuyen al Espíritu Santo. Por eso los signos exteriores que ocurrieron en Pentecostés son una imagen sensible de la acción que el Espíritu Santo obra en las almas para santificarlas, al aplicarles en forma de gracia los méritos de Jesucristo (Cfr. Mons. STRAUBINGER in Hch 2, 2-3):

  • El viento que llenó toda la casa es sinónimo de espíritu, es decir, algo que sopla desde afuera y es capaz de animar lo inanimado. Como el viento levanta y anima a una hoja seca e inerte, así el divino Espíritu vivifica a nuestras almas, de suyo incapaces para la virtud.
  • Las llamas de fuego nos muestran cómo por el fuego del Espíritu Santo se lleva a cabo ese nuevo nacimiento espiritual que es necesario para entrar en el reino de los cielos según había declarado Jesús a Nicodemo: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios» (Jn. 3, 5)

Así, nuestra vida cristiana es auténtica vida sobrenatural y se desarrolla bajo la acción vivificadora y transformadora del Espíritu Santo

*

Con la intercesión de la Virgen María, procuremos preparar bien nuestros almas para que el Espíritu Santo nos llene con sus gracias, nos fortalezca y santifique como a los primeros discípulos. Y seamos fieles para corresponder a sus dones.

«Oh Dios, que enseñaste en este día a los corazones de los fieles con la ilustración del Espíritu Santo: haz que, guiados por este mismo Espíritu, saboreemos la dulzura del bien, y gocemos siempre de sus divinos consuelos. Por nuestro Señor…. en la unidad del mismo Espíritu Santo…» (Misal romano, oración colecta)