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19 marzo 2020 • Rito Romano Tradicional

Angel David Martín Rubio

San José: 19-marzo-2020

Evangelio

Mt 1, 18-21: El nacimiento de Jesucristo fue así: María, su madre, estaba desposada con José, y, antes de que vivieran juntos, se encontró encinta por virtud del Espíritu Santo. José, su marido, que era un hombre justo y no quería denunciarla, decidió dejarla en secreto.

Estaba pensando en esto, cuando un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no tengas ningún reparo en recibir en tu casa a María, tu mujer, pues el hijo que ha concebido viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».

Alegoría de san José como patrono de la Iglesia Universal

Reflexión

Artículo publicado por primera vez el 19-marzo-2016

«La Iglesia celebra con especial solemnidad la fiesta de San José porque es uno de los más grandes santos, Esposo de la Virgen María, padre legal de Jesucristo, y porque ha sido declarado Patrón de la Iglesia universal»[1]. La Liturgia de la Misa describe con rasgos elocuentes la misión que Dios le encomendó:

Él es el hombre justo que diste por esposo a la Virgen Madre de Dios; el servidor fiel y prudente que pusiste al frente de tu Familia para que, haciendo las veces de padre, cuidara a tu único Hijo, concebido por obra del Espíritu Santo, Jesucristo, Señor nuestro [2].

Esposo de María Santísima y padre virginal de Jesucristo. De aquí arranca toda la grandeza de San José y, en virtud de esos títulos, forma parte integrante del misterio de la Encarnación.

Suárez insinuó que hay ciertos ministerios que tocan al orden de la unión hipostática [3], y que en este orden está San José, aunque en su ínfimo grado. Esto mismo lo defendieron muchos teólogos después de Suárez, algunos de los cuales sostienen que San José pertenece a este orden intrínsecamente. Pero es mejor y más común decir que pertenece únicamente extrínseca, moral y mediatamente[4], forma en la que -como sostiene el padre Llamera- cooperó San José a la constitución del orden hipostático, concluyendo que «San José [está] comprendido en el decreto divino de la Encarnación»[5]. Semejante opinión defiende José María Bover:

Respecto al Hijo de Dios, en cuanto hombre, era verdadera autoridad o poder paterno: Jesucristo, en cuanto hombre, estaba sujeto a José, al cual debía obediencia. En lo que respecta a la madre de Dios, la paternidad de José era como el complemento connatural de la divina maternidad de María, a cuya categoría estaba elevada. En lo referente a Dios Padre, era una misteriosa participación, comunicación o extensión de su divina paternidad.

En virtud de esa triple relación, la inefable paternidad de José se entroncaba al orden de la unión hipostática.

Y a este orden supremo pertenecía, consecuentemente, la gracia de José: no de orden ministerial —como la de san Juan Bautista o la de los apóstoles— sino gracia de orden y carácter hipostático, como era la gracia de la madre de Dios, si bien que en un grado inferior a ella [6].

San José, esposo virginal de Santa María

Que existió verdadero matrimonio entre María y José es doctrina cierta en teología, por el consentimiento de los teólogos. Así lo enseña León XIII:

Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; mas, porque entre la santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, él se acercó más que ningún otro. Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella [7].

Ahora bien, surge la dificultad de armonizar un verdadero matrimonio con un voto antecedente de virginidad, y ciertamente absoluto (« ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?», Lc 1, 34)[8]. La respuesta es que el contrato natural entre ambos tuvo una característica del todo excepcional como lo era la finalidad intentada por Dios con este matrimonio: salvaguardar la virginidad perpetua de Santa María con la virginidad de San José.

El objeto de este consentimiento fue realmente el derecho al cuerpo, precisamente porque fue verdadero matrimonio; de tal manera sin embargo que simultáneamente se diera la condición de no usar de este derecho. Pero esta condición en este caso parece que pasó a verdadera obligación, contraída simultáneamente con el derecho adquirido al cuerpo. Esta obligación no nacía en verdad de la virtud de la justicia (porque así se daría verdadera contradicción en este consentimiento y contrato), sino de la virtud de la religión y de la fidelidad. Así parece que se puede explicar el matrimonio virginal[9].

San José, padre legal de Jesucristo

La paternidad de San José sobre Jesucristo se califica de virginal y legal.

Virginal porque no tuvo cooperación positiva alguna en la concepción de Cristo, legal porque su fundamento no es físico, sino jurídico; a saber, el mismo contrato matrimonial de José con María simultáneamente con el nacimiento de Jesús en este matrimonio (aunque no nacido del matrimonio); y esto en cuanto dicho matrimonio fue decretado por Dios precisamente para obtener esta natividad de Jesús de modo conveniente[10].

Vemos, además, en el Evangelio que San José ejerció sobre Jesús la función y los derechos que corresponden a un verdadero padre. Por ejemplo, cuando María se refiere a él llamándole así (Lc 2, 48) o cuando se dice que «les estaba sujeto» (v. 51), es decir, obedeciéndoles en todo y sometiéndose a la autoridad de San José.

Tampoco puede olvidarse la función de San José en el cumplimiento de las promesas hechas por Dios en el Antiguo Testamento, de manera muy particular, la profecía a David por boca de Natán (2 Re 7, 12-16). Y como la casa de David es depositaria de las promesas hechas a los patriarcas, consideramos a San José como el Patriarca del Nuevo Testamento.

San Mateo y San Lucas presentan al esposo de María como descendiente de David (Mt 1, 6. 16; Lc 1, 27). Para que se cumpliese el anuncio del Ángel («El Señor Dios le dará el trono de David su padre», v. 32), Jesús debía reunir en Él la sangre de David, que recibió de su Madre, y el derecho a la corona, que recibió de su padre adoptivo. Bien lo sabían los judíos, pues de lo contrario los enemigos de Cristo lo habrían acusado de impostor cuando fue aclamado como “Hijo de David” (Mt 21, 9-11)[11].

San José, Patrono de la Iglesia

Como es sabido, Pío IX proclamó a San José como Patrono universal de la Iglesia por Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos del 8 de diciembre de 1870 (Quemadmodum Deus)

Sabemos que la gloria de los bienaventurados se corresponde con la misión que ejercieron sobre la tierra y ya hemos visto en qué consistió la obra encomendada por Dios a San José: ser «custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia»[12].

Ahora bien, la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo, que continúa en el mundo entero la obra del Salvador por eso San José la mira y protege ahora como hizo con Jesucristo mientras vivía en la tierra.

El Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el esposo de María y el padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad. Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo [13].

Como el patronato de San José sobre la Iglesia es algo real, su protección debe llegar a cada uno de los fieles que formamos parte de ella. «La protección de San José con sus devotos es poderosísima, porque no es de creer que Jesucristo quiera negar ninguna gracia a un Santo a quien quiso estar, sujeto en la tierra»[14]. Confiemos pues, siempre y en todo, en San José pues por eso se le representa con el Niño en sus brazos en señal de que dispone del amor y del poder de Dios.

Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, y de los peligros de que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece que les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; pero a este glorioso santo tengo experiencia de que socorre en todas, y quiere el Señor darnos a entender, que así como le estuvo sometido en la tierra, pues como tenía nombre de padre, siendo custodio, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide.

Y esto lo han comprobado algunas personas, a quienes yo decía que se encomendasen a él, también por experiencia; y aun hay muchas que han comenzado a tenerle devoción, habiendo experimentado esta verdad [15].

Sin duda que San José ejerce acude con más generosidad en auxilio de aquellos que le aman. Por eso, mientras más nos declaremos sus hijos, invocándole con una confianza cordial, más su corazón se mostrará a nosotros como el de un padre. Para merecer la protección de San José debemos, además, imitar sus virtudes, sobre todo la fe, la humildad y la perfecta conformidad con la divina voluntad, que fueron siempre la regla de sus acciones.

Pidamos en este día a San José que salve a la Iglesia de todos sus enemigos, interiores y exteriores, La gracia especial que hemos de esperar de él es la de una buena muerte, porque el Santo Patriarca tuvo la dicha de morir en los brazos de Jesús y de María. Que para ello nos sostenga con su patrocinio y que experimentando su intercesión en la tierra merezcamos verle un día en el Cielo.


[1] Catecismo Mayor de San Pío X.

[2] Misal Romano, Prefacio de San José.

[3] Se habla en teología del orden de la naturaleza, de la gracia, del orden hipostático y del divino. El orden hipostático es la inmediata unión con Dios a través de la unidad sustancial y física entre Dios y el hombre. En este orden están Cristo y la Virgen María por su maternidad divina.

[4] Cfr. José Antonio de ALDAMA, “Mariologia”, in Sacra Theologiae Summa. IV, Madrid: BAC, 1953, pág. 475-476.

[5] Cfr. Bonifacio LLAMERA, Teología de San José, Madrid: BAC, 1953.

[6] José María BOVER, Vida de Nuestro Señor Jesucristo, Barcelona: 1955, cit. por Francisco de P. SOLÁ, S.J, “Mt 1-2 y las relaciones que establecen entre San José y el misterio de Cristo”, e-aquinas, Revista electrónica mensual del Instituto Santo Tomás (Fundación Balmesiana), marzo 2006. www.e-aquinas.net/epoca1/san-jose-custodio-del…/1142236751.pdf.

[7] León XIII, Quamquam pluries, 3: http://w2.vatican.va/content/leo-xiii/es/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_15081889_quamquam-pluries.html

[8] «De las palabras: “No conozco varón” se deduce que María había hecho voto de guardar la virginidad. En las pocas veces que habla María, su corazón exquisito nos enseña siempre no sólo la más perfecta fidelidad sino también la más plena libertad de espíritu. No pregunta Ella cómo podrá ser esto, sino: cómo será, es decir que desde el primer momento está bien segura de que el anuncio del Mensajero se cumplirá, por asombroso que sea, y de que Ella lo aceptará íntegramente, cualesquiera fuesen las condiciones. Pero no quiere quedarse con una duda de conciencia, por lo cual no vacila en preguntar si su voto será o no un obstáculo al plan de Dios, y no tarda en recibir la respuesta sobre el prodigio portentoso de su Maternidad virginal», Mons. Straubinger, La Santa Biblia, in Lc 1, 34.

[9] Cfr. José Antonio de ALDAMA, ob. cit, págs. 373-376.

[10] Cfr. José Antonio de ALDAMA, ob. cit, págs. 394-395.

[11] También se deduce que María era de la casa de David. A partir de la genealogía que trae San Lucas, mons. Straubinger considera que la diferencia entre ambos esposos está en que la Virgen descendía de David por Natán (línea no real) y San José por la línea real de Salomón.

[12] León XIII, Quamquam pluries, 3.

[13] León XIII, Quamquam pluries, 3.

[14] Catecismo Mayor de San Pío X.

[15] Santa Teresa de Jesús, Vida, 6, 6.


Oración a San José (León XIII)

A ti, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio.

Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades.

Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios. Asístenos propicio desde el cielo, en esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad.

Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio, para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén.